Curiosidades
Garlochí: la fantasía cofrade de Sevilla que viste de Dolorosa a Uma Thurman y fascina a un ex futbolista polaco del Betis
En plena Alfalfa es un templo de peregrinación en la noche sevillana donde se mezcla Camilo Sesto con la Banda de las Tres Caídas de Triana
El Garlochí, para no iniciados, es un juego de luces y sombras con una saeta de fondo. El barroco hecho bar. Una falla espaciotemporal que, probablemente, sólo es posible ubicar en Sevilla. Sostiene la ciencia que los elefantes pueden reconocerse ante el espejo pero no está demostrado que el sevillano sepa encontrarse fuera de sus fronteras. Guste o no. Y si no gusta, Matalascañas está a una hora escasa. «Un color especial», con permiso del sol de Cádiz que dilata las pupilas de Feijóo. Narciso ante su imagen en el Guadalquivir. El tiempo detenido. Algo que no se puede explicar. El «miarmismo» como corriente filosófica. La Junta de Gobierno de la Hermandad de la Macarena en Sevilla tiene más peso que el Club Bilderberg.
El Garlochí se localiza en la Alfalfa de Sevilla. A finales de siglo XV era la calle de las carnicerías, probablemente entonces “carnecerías”. De hecho, al derribarse el edificio de las Carnicerías y abrirse una plaza en 1837 se la denomina de las Carnicerías o de las Carnicerías Viejas. Así hasta mediados del siglo pero también aparece ya como Alfalfa o como Farfa. La denominación oficial de Alfalfa es de los años 80 del siglo XX. En la época de Monteseirín como alcalde se hizo una reurbanización denominada “piel sensible”, polémica -así es Sevilla- de entrada. Sea como fuere, con farolas más o menos apropiadas, se trata de uno de los centros neurálgicos de la capital hispalenses con más personalidad y vida. En este entorno late el Garlochí.
La influencia del Garlochí ya se conoce hasta en Polonia. Un futbolista polaco del Betis ha pasado estos días por el bar y ha atestiguado la visita en sus redes sociales. Como casi todo en Sevilla de entonces a esta época, hay que remontarse al año 1992, el de la Exposición Universal para contextualizar. ¿Quién era este jugador llegado a una ciudad que entonces veneraba a un papa polaco, Wojtyła, Juan Pablo II?
Wojciech Kowalczyk fue un delantero polaco de renombre, joven promesa con característico bigote. En el año 92 era una de las figuras de la selección polaca que disputo la final de los Juegos Olímpicos contra la España de Kiko, Ferrer, Guardiola o Alfonso Pérez Muñoz, que años después también jugó en el Betis.
Tras su espectacular torneo olímpico, el Sevilla trató de fichar al delantero polaco pero fue el Betis dirigido por Manuel Ruiz de Lopera el que desembolsó 240 millones de pesetas de la época al Legia de Varsovia. En el Betis metió 14 goles en cuatro temporadas. Su rendimiento no fue el esperado pero Kowalczyk se sevillanizó, al punto de que alguna vez era visto en las gradas del estadio con los aficionados y algún avituallamiento de dudosa graduación. En la temporada 97-98 se fue a Las Palmas. Lopera “le quitó” a Alfonso al Real Madrid en 1995, por lo que los dos delanteros que se enfrentaron en la montaña mágica de Montjuic fueron compañeros varias temporadas con rendimiento dispar.
En varios tuits, Kowalczyk hace su propia Lonely Planet: “Bar Garlochi en el centro de Sevilla, entras e inmediatamente quemas incienso”. “La bebida se llama la Sangre de Cristo”. “Al entrar o al salir, se puede e incluso se debe rezar”. “Voy a misa mañana a las 12:00”, concluye el ex delantero bético.
Kowalczyk es el último rostro conocido que ha caído rendido al Garlochí (aunque no cotiza en Bolsa que conocía el bar-fantasía o fantasía de bar de su época en activo). Entre las personalidades que dieron la vuelta al mundo tras su paso por el Garlochí destaca sobremanera Uma Thurman, “la Mamba Negra” de Tarantino en “Pulp Fiction”. La actriz se vistió de Dolorosa y la imagen dio la vuelta al mundo. En 2015, Uma Thurman no dudó en ponerse corona, manto y hasta lágrimas postizas. La actriz, según el director de la Andalucía Film Commission, Carlos Rosado, estuvo ese septiembre en Sevilla para una boda.
El pasado septiembre el Garlochí también montó un altar en honor de la Reina de Inglaterra. “Miguel del Garlochí is back”, señaló en Twitter el periodista y escritor Julio Muñoz, @rancio.
Miguel Fragoso, siempre impoluto, está al frente del Garlochí, entre el fervor cofrade y el horror vacui. Su famosa “sangre de cristo” mezcla whisky, champán y granadina. El Garlochí es un templo de peregrinación en la noche sevillana. Su hijo homónimo mantiene viva la llama cofrade, churrigueresca y kitsch. En el bar se mezcla de Nino Bravo y Camilo Sesto a la Banda de Cornetas y Tambores de las Tres Caídas de Triana. En las paredes hay fotos de Miguel con Julio Iglesias, Massiel, Juanito Valderrama o El Cordobés. También un retrato de la duquesa de Alba, pintado por Fragoso con motivo de la boda con Alfonso Díez.
El Garlochí abrió en 1978 y por la calle Boteros en Semana Santa pasan hasta tres hermandades: San Roque, el Carmen Doloroso y La Trinidad. El bar, según su creador, tiene imágenes que no están bendecidas, de anticuarios y que no han estado expuestas al culto en iglesias.
Sevilla es potencia mundial en la dualidad pasional –cainismo, también se llama–, en el arte de la bulla en la Campana y el milagro de multiplicar el espacio en la caseta. Un «universo bipolar», donde hay quien reparte monedas de sevillanía. Una ciudad con sus propios códigos que se enfrentan al escenario de cartón piedra de la “turismomanía”. No todo el mundo sabe cuántas veces hay que llamar a La Mortaja para que abran ni conoce la liturgia del taburete del bar de Pepe, el Muerto (como es conocido pero no conviene llamarlo así). El Garlochí supone, en parte, un tratado de una ciudad muy religiosa pero, quizás, poco espiritual. En materia de nihilismo y guasa, el sevillano carece de rival. Y desde Uma Thurman a un ex delantero polaco del Betis pueden dar fe de ello. Garlochí en la lengua caló significa corazón y una canción de Isabel Pantoja lo recoge desde unos versos de Rafael de León: “Ven y espérame, ven junto a mí. Y te daré mi Garlochí”.
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