
Animales
Hace 1,78 millones de años, un humano cazó a este animal por primera vez: desde entonces su depredación no se ha detenido
El descubrimiento en Tanzania del primer gran festín de elefantes, de hace casi dos millones de años, obliga a reescribir la evolución humana y apunta a la cooperación social como el verdadero motor del cambio

La unión hace la fuerza, un dicho que podría tener sus raíces en los albores de nuestra propia existencia. La capacidad para cazar presas de gran tamaño, como los elefantes, no dependió tanto del desarrollo de herramientas más sofisticadas, sino del fortalecimiento de los lazos sociales. Esta es la audaz conclusión que se desprende de un reciente hallazgo en Tanzania, que sitúa la clave de la supervivencia humana no solo en la tecnología, sino en la cooperación. Estos lazos sociales no son exclusivos de la evolución humana, ya que en la actualidad se observan vínculos sorprendentes incluso entre distintas especies, como demuestra la historia de un perro que aceptó a un gatito rescatado.
De hecho, enfrentarse a un animal de semejantes dimensiones y defender el botín de otros depredadores requería, ante todo, la colaboración de un grupo grande y bien coordinado. Esta necesidad de trabajar en equipo para procesar la carne y protegerla habría sido el verdadero motor evolutivo, impulsando a nuestros ancestros a organizarse de maneras cada vez más complejas mucho antes de lo que se pensaba.
Esta hipótesis no surge de la nada, sino del análisis de un yacimiento excepcional en la garganta de Olduvai, a menudo llamada la cuna de la humanidad. Allí, los investigadores han localizado los restos de lo que parece ser el despiece de un elefante más antiguo jamás documentado. Con una antigüedad de 1,78 millones de años, el escenario del festín prehistórico estaba compuesto por 46 fragmentos del esqueleto del animal junto a un arsenal de 80 herramientas de piedra.
Un festín que cambió el curso de la evolución
Por tanto, este descubrimiento podría representar un punto de inflexión en nuestra comprensión de la dieta de los primeros homínidos, marcando el inicio del consumo a gran escala de megafauna. Este salto en la cadena alimentaria tuvo consecuencias profundas, coincidiendo con una época de notables cambios biológicos y sociales, así como con la transición de las primitivas herramientas olduvayenses a la industria achelense, mucho más avanzada, tal y como han publicado en Iflscience.
Ahora bien, aunque la escena del crimen está clara, la identidad de los cazadores sigue siendo un misterio. No se han encontrado restos que permitan identificar con certeza a la especie de homínido responsable, si bien el principal sospechoso es el Homo erectus. Su presencia en la región por aquellas fechas está bien documentada y se le atribuyen las capacidades cognitivas y sociales necesarias para organizar una cacería de esta envergadura. Esta capacidad de organización sugiere un sistema de comunicación complejo para su época, un área que sigue fascinando a la ciencia moderna, donde se han llegado a crear centros de investigación para que seres humanos y animales puedan comunicarse.
Con todo, la comunidad científica pide cautela. El estudio que detalla estos fascinantes descubrimientos todavía no ha sido sometido a la revisión por pares, un paso indispensable para su validación académica. Por este motivo, y a pesar de lo prometedor del hallazgo, las conclusiones son aún preliminares y deberán esperar el veredicto de otros expertos para ser confirmadas.
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