Salud
Vivir 100 años
Una promoción activa y beligerante de hábitos de vida saludables como medida necesaria
Una promoción activa y beligerante de hábitos de vida saludables como medida necesaria
Uno de los ámbitos de la vida que más profundamente va a verse afectado por la revolución tecnológica en la que estamos inmersos es, precisamente, el desarrollo de la misma expectativa vital, de la longevidad. Sin tener que llegar a la frontera del transhumanismo –visión en la que la humanidad, gracias al desarrollo exponencial de los avances biotecnológicos, va a ser capaz de superar casi cualquier limitación física y fisiológica hasta convertirnos en organismos perfectos, superdotados y prácticamente inmortales– con los avances que existen ya hoy es constatable que vamos a vivir cada vez más años, en unas condiciones fisiológicas y neuronales y con una calidad de vida cada vez mejores.
Si en el último siglo la esperanza de vida en España ha aumentado en 40 años (esto significa doblar la edad promedio de principios del siglo XX), esta mejora se está acelerando de manera exponencial, de manera que en las próximas dos décadas veremos como la esperanza de vida se acerca a los 100 años desde los 85 actuales. Y alcanzada la centena no estará muy lejos el llegar a los 120. Existe una coincidencia general en la comunidad científica de que es posible.
Esto nos lleva a enfrentarnos a retos que ponen en cuestión las estrategias y recursos que vamos a necesitar para atender las necesidades de una población mucho más longeva. El primero de los retos que nos suele venir a la cabeza es, por supuesto, el sistema de pensiones y la edad de jubilación. No es el objetivo de esta tribuna, pero si vamos a vivir cerca de 100 años, o se incrementan las contribuciones al sistema, o se alarga la vida laboral, o se reducen las prestaciones, o se promueven los sistemas de ahorro privado. O se hace una mezcla de todo ello. No hay otra.
El siguiente reto es el coste sanitario. Una población más longeva supone más gasto médico, y también más gasto en dependencia. Además, tendremos más posibilidades de tratamiento y cura de enfermedades que hoy no están resueltas. Pero son investigaciones y tratamientos cada vez más costosos, que exigen ingentes cantidades de recursos en investigación. Por ello los costes y precios para los sistemas sanitarios se disparan porque tienen que cubrir la inversión realizada. Y ello no disuade la demanda social de querer contar con ellos, lo que supone una presión añadida para los sistemas públicos de salud.
No hay soluciones mágicas para contrarrestar estas tendencias. Pero se puede actuar en dos frentes que, sin duda, contribuirán a aliviar la presión sobre el sistema.
El primero de ellos actuar en la prevención. No estamos hablando sólo de chequeos o revisiones que anticipen o detecten enfermedades en fases tempranas y con ello se reduzca el gasto en tratamientos y hospitalización. Estamos hablando de una promoción activa y beligerante de hábitos de vida saludables. Hasta el punto de premiar en las cotizaciones a los ciudadanos que sigan unos estilos de vida que reduzcan el riesgo de contraer enfermedades graves. Una población más sana durante más tiempo supone un menor gasto médico. Apostar por que las personas vivamos más años y mejor, retrasando también la probabilidad de aparición de dolencias relacionadas con la edad. Una vida saludable ayuda prolongar la vida laboral y con ello a reducir el coste en pensiones y en gastos de dependencia. Hoy ya existen dispositivos y soluciones tecnológicas que permiten monitorizar determinados hábitos de vida de manera objetiva, sin tener que depender de factores declarativos. Llegaría un momento en que las cotizaciones sociales podrían estar vinculadas a la “edad biológica” que pudiera ser inferior a la “edad cronológica” si se sigue un estilo de vida saludable basada en la actividad, el descanso y una alimentación sana. Y siempre en términos de recompensa. Como un contribuyente positivo al sostenimiento del sistema de salud.
El segundo es la promoción de los seguros privados de salud, como complemento al sistema público, en la medida en que ayudan a reducir la presión del sistema sobre todo en consultas a especialistas y pruebas diagnósticas, donde se generan muy buena parte de las listas de espera. En la medida en que los tratamientos sanitarios avancen en eficacia y espectro de enfermedades, se reducirá la presión sobre los costes hospitalarios, aunque unitariamente puedan ser más caros. Pero una población creciente con mayor edad media necesariamente mantendrá la presión sobre la red asistencial primaria y de especialistas, que es donde la sanidad privada puede ejercer su papel de complemento, cada vez más accesible y asequible.
Reducir la presión sobre el sistema público de salud supone apostar por la sanidad pública, por sus profesionales, por su sostenibilidad y por la calidad de su prestación. Es lo que queremos los ciudadanos. Ahora y en un muy largo futuro.
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