Estados Unidos
Un trastorno psicológico para no echar gota
Probablemente, usted prefiere utilizar el aseo de su casa al del trabajo. Para quienes padecen paruresis, no se trata de una preferencia: son incapaces de orinar con normalidad en un lugar público. Descrita por primera vez en 1954, la investigación sobre esta fobia social no ha avanzado demasiado, truncando la felicidad de millones de personas.
Mil cuatrocientos estudiantes de la Rutgers University, en Nueva Jersey (EE UU), debieron de sentirse bastante confundidos al participar en el estudio de los psicólogos Griffith W. Williams y Elizabeth T. Degenhardt que, en 1954, condujo por primera vez a la identificación de la paruresis o síndrome de vejiga tímida.
"El problema", como Williams y Degenhardt llaman a la incapacidad de orinar en presencia de otros, llevaba siendo documentado desde la Edad Media, cuando se creía en la existencia de un hechizo "por el cual un enemigo quedaba impotente o incapaz de expeler su orina". En tiempos modernos, también había sido mencionado en la literatura psiquiátrica, no como un síndrome, sino como un síntoma de alguna otra patología, bien psicológica, bien del sistema urinario.
En este estudio, publicado en el Journal of General Psychology, un 14% de los sujetos declaró tener problemas al orinar en presencia de otros, aunque esta cifra varía mucho de estudio a estudio. En años posteriores, otros trabajos lanzaron ratios de entre el 2,8% y el 25%.
Por supuesto, y disculpe la indiscreción, a usted también le ha pasado alguna vez.
Si es un hombre, en el servicio de caballeros al percibir que otra persona ocupa el sanitario de al lado justo cuando usted trata de orinar. Si es mujer, al escuchar cómo se cierra la puerta del reservado de al lado y otra vejiga se le sienta en paralelo.
No disimulen, la ciencia ya lo sabe desde que, en 1975, Bill Rees y Debbie Leach describieron, en un estudio publicado en el Journal of American College Health Association, tres tipos de incomodidad hacia los retretes públicos: visual, auditiva u olfativa. A las mujeres les afectaba más lo que escuchaban, a los hombres, lo que veían.
Y en cada tipo, un gradiente que va desde leve, en que la paruresis causa un retraso en el flujo de orina, hasta severo, donde orinar fuera de casa resulta imposible.
Un problema tabú para la psicología
Pero a finales de los setenta, no todos los académicos estaban preparados para sacar el tema. Dos años después de la publicación del estudio, el psicólogo Gerald Koocher (quien llegó a ser presidente de la Asociación Estadounidense de Psicología) cuestionó, por decirlo suavemente, la ética del trabajo de Rees y Leach en un artículo titulado Comportamiento en el baño y dignidad humana, publicado en el Journal of Personality and Social Psychology.
Este tipo de discurso provocó que, durante años, el estudio de este peculiar síndrome no haya sido prioritario. "Mi primer acercamiento a la paruresis fue bastante aleatorio", cuenta a Sinc el doctor Antonio Prunas, investigador en la Università degli Studi di Milano-Bicocca. "Estaba leyendo un artículo sobre fobias sociales cuando me encontré con este trastorno. Debo admitir que nunca había escuchado nada sobre la paruresis pese a que llevo más de diez años enseñando psicopatología en la universidad".
Así, Prunas, autor de varios estudios sobre el síndrome, buscó en internet y encontró un foro de gente con el síndrome. "Me impresionó extremadamente el malestar de estos pacientes, así como el hecho de que se sentían abandonados e incomprendidos por los profesionales de la salud mental".
Como suele ocurrir con la mayoría de trastornos psiquiátricos, aún no se comprenden bien las causas que provocan la timidez de la vejiga. "Razonablemente –explica Prunas– hay diferentes factores de riesgo biológicos, psicológicos y sociales interaccionando en la etiología del desorden. Por tanto, podemos asumir que la gente que desarrolla paruresis se caracteriza probablemente por alguna vulnerabilidad biológica que interactúa con otros factores, tanto de la psicología del individuo como del ambiente social".
Sin embargo, para una minoría hay otra explicación. "Una de cada tres personas que sufría de paruresis identificó un evento traumático específico en su niñez relacionado con el uso de los lavabos que ellos consideran el comienzo de su trastorno".
Sobre el mejor tratamiento o terapia contra la vejiga tímida, Prunas concede que no hay aún "evidencias científicas sólidas. Sin embargo, algunos estudios [generalmente de caso único y con resultados sin grupos de control] muestran que la terapia cognitivo-conductual puede ser efectiva".
Trauma en la juventud
Aunque elegante a la hora de no dar nombres, los indicios del italiano apuntan en la dirección del doctor Steven Soifer, profesor en la Universidad de Memphis, CEO de la Asociación Internacional de Paruresis y todo un gurú en el tratamiento cognitivo-conductual (CBT, por sus siglas en inglés) del síndrome.
"Hay bastante literatura sobre el tema que data hasta los años 30, como documento en mi libro Síndrome de Vejiga Tímida: Tu Guía Paso a Paso para Superar la Paruresis, de 2001", ice Soifer a Sinc. Este psicólogo y doctor en Trabajo Social reconoce que a él le afecta: "Me involucré porque he tenido el problema desde la adolescencia, y no había un tratamiento que pudiera encontrar. Desarrollé el método de tratamiento que usamos en nuestros talleres, basado en técnicas de CBT, con un colega".
Estas técnicas, dice, "son muy conocidas aquí en los Estados Unidos, no tanto en Europa todavía. Pero es evidencia basada en la práctica, esto es, funciona en el 80-90% de los casos".
Desde 2.000, ha publicado cinco libros y otros tantos artículos en revistas científicas sobre paruresis y tiene bastante claro que una experiencia traumática de juventud es, a menudo, el nudo corredizo que estrangula la uretra. "Absolutamente", dice Soifer, "mi experiencia en talleres indica que alguna forma de bullying es la causa más común de este trastorno de ansiedad social. La edad media de la aparición es la pubertad, sobre los doce o trece años".
En Japón, una gran cantidad de baños públicos cuentan con un pequeño dispositivo a pilas que se adhiere a la pared y, al pulsarlo, reproduce durante varios segundos el sonido de una cascada de agua, camuflando los ruidos corporales que emiten sus usuarios.
Pero para los parurésicos occidentales, el presente no pinta tan halagüeño como para los nipones. Y sin embargo, siempre podría ser peor. Podría ser otro síndrome más incapacitante, más infrecuente y aún menos estudiado que la paruresis. Podría ser parcopresis. Sí, justo lo que están pensando.
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