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Kiev

Aquella noche en el aeropuerto de Kiev

Aquella noche en el aeropuerto de Kiev
Aquella noche en el aeropuerto de Kievlarazon

Un hombre se agobiaba en el control de pasaportes. Había cientos de personas para tres cabinas y la cola era ya una manifestación y eran las 2 de la mañana.

“Que mi avión sale a las 2 de la mañana”, decía un señor, que intentaba avanzar, con el pasaporte en la mano. “Que salgo ya”, repetía. “Yo también”, le respondían los que estaban delante, con media sonrisa.

“Dejadnos pasar, que somos campeones”, gritaban los que aún tenían fuerzas. Los militares ucranianos ni se inmutaban. Tenían la cara de quien ha ido a la guerra, ha vuelto y no lo va a contar.

Media hora después, llegaba la segunda cola, la de revisar los paquetes.

Un tipo no aguantó más, se sentó en el suelo, más blanco que la camiseta del Madrid que llevaba, mientras aceptaba todo el agua que le diesen. Se abanicaba con una cajetilla de tabaco y se le cerraban los ojos. Con su mochila de almohada, se durmió.

“¿Está bien”, preguntó una mujer.

“Está dormido”, contestó alguien.

Y todo el mundo siguió a lo suyo: a intentar superar cuanto antes esta cola y evitar que nadie se te colase.

De repente, el hombre del suelo había desaparecido.

Una hora después, se llegó a la terminal.

En las pantallas, todos los aviones retrasados.

Los más listos ocupaban tres asientos para echar una cabezadita, otros buscaban las esquinas donde el ruido fuera menor.

Uno tocaba un tambor de vez en cuando y todos se unían y cantaban: “Campeones, campeones”.

Desde el cristal, varios veían cómo despegaba el avión en el que volvían los jugadores del Madrid.

Los aviones se retrasaban.

En el suelo, cada vez más gente tirada, doblada, intentando dormir.

Había cola para conseguir un vaso de agua.

Los vuelos cambiaban de puerta y una cola se movía de un lugar a otro, casi sin perder el orden.

Llegó Manolo Lama y unos cuantos pagaron su cansancio y su enfado con los retrasos con él.

El staff ucraniano, sin embargo, se movía por el aeropuerto como si fueran las cinco de la tarde y hubiera cuatro personas.

Había quien intentaba dormir sentado en una silla, pero no lo conseguía.

Y pasaban las horas. Y amanecía.

Y contra toda lógica, todos estaban contentos.