Crisis migratoria en Europa

Por favor, paren esta guerra

Por favor, paren esta guerra
Por favor, paren esta guerralarazon

Aunque la fuerza de una imagen, como la del niño sirio ahogado en una playa de Turquía, es de por si suficiente para mover las conciencias de los políticos occidentales, no lo son menos las palabras de otro niño, Nada Nussir, yemení de siete años, que gritaba junto al cadáver de su amigo Abdul Rahman, de solo cuatro años, abatido por un francotirador: “Por favor, paren esta guerra”.

Nada y Abdul, y millones de niños sirios, libios, yemenís o iraquís no querían, no quieren abandonar sus países. Ellos y sus padres desearían continuar viviendo una vida en mejores condiciones, sin necesidad de verse obligados a pagar, lo que para ellos son cantidades casi imposibles, a unos mafiosos que, con frecuencia, los dejan abandonados a su suerte, una suerte que en miles de casos acaba con sus vidas.

Desde la Segunda Guerra Mundial, Europa no ha vivido un drama humano de estas dimensiones, pero las soluciones, tardías para los miles de muertes evitables ya producidas, son parches que, ni son sostenibles en el tiempo, ni abarca en toda su enorme magnitud el problema.

En datos facilitados por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el número de refugiados y desplazados por causa de las guerras era en 2014 de cincuenta y nueve millones y medio (59,5 Millones) de personas. Muchos millones a los que no les van a llegar las medidas “generosas” de países europeos con programas de acogida de unos cuantos miles (15.000 en el caso de España).

Lo grita Nada Nussir con su leve voz apenas perceptible, tan tenue que casi no ha llegado a los líderes políticos mundiales, que reaccionan siempre tarde y mal. Se equivocan una vez más si piensan que, acoger a unos miles de refugiados que han salvado sus vidas de las mafias y meses de viaje sin medios y expuestos a una muy probable muerte , es resolver el problema.

No diré que no haya que hacerlo, ciertamente el hecho de salvar una sola vida, la del niño sirio Aylan Kurdi, por si sola, hubiera merecido todo el esfuerzo personal y económico de que hubieran sido capaces de disponer. Desgraciadamente y para vergüenza de la humanidad se siguen produciendo muertes evitables.

El Secretario de Estado de los Estados Unidos, John Kerry, en recientes declaraciones ha cifrado en cincuenta países los que forman la coalición internacional que lucha contra el Estado Islámico (DÁESH), lo que resulta realmente sorprenden cuando cita a países como Gran Bretaña que participa con “media docena de cazas” limitando los bombardeos a los objetivos en Irak, pero no en Siria, Francia dos cazas y ayuda humanitaria, España ayuda humanitaria, Alemania armamento para los kurdos, que son los únicos que luchan pie a tierra contra los yihadistas, mientras los turcos les atacan indistintamente a ellos y a los del DÁESH.

Lo he dicho muchas veces y desde hace mucho tiempo: Los dirigentes occidentales, que se equivocan mucho y gravemente, creyeron que la democracia es exportable a países de centenaria cultura árabe y una muy arraigada religión islámica, potenciaron los derrocamientos de tiranos como Sadam Hussein, Ben Alí, Gaddafi, ya asesinados y lo intentaron con el sirio Al Assad, con quien tendrán que negociar tarde o temprano.

Los más de 3.000 bombardeos con drones y cazas de los aliados (USA, Jordania, Arabia Saudí, Emiratos Árabes y, recientemente Turquía) apenas han logrado más que escasos daños en un ejército, el del DÁESH, que avanza sin oposición por tierra ocupando y destruyendo ciudades como Palmira, asesinando por miles y haciendo huir a cientos de miles de sirios, libios e iraquís.

Tan solo las milicias kurdas del PKK luchan por tierra contra los yihadistas en la frontera con Siria, tratando de hacerles retroceder en Kobani, mientras sufren al mismo tiempo los ataques del ejército turco.

“Por favor, paren esta guerra” gritaba Nada Nussir. Hasta que occidente no oiga la voz de ese niño, los cientos de miles de refugiados seguirán llegando, diezmados por las mafias y los naufragios, hasta la indolente Europa.