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El escudo menguante

El escudo menguante
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Mayo de 2015: Numerosos ayuntamientos y gobiernos autonómicos cambian de signo político amparados en la suma de diferentes proyectos políticos que como único lazo común tienen la lucha contra el Partido Popular. Las promesas de la nueva política y la gestión social a favor de las personas fueron el eje de sus programas.

Mayo de 2017: Esas mismas instituciones han empeorado la calidad de vida de las personas, han tensionado la sociedad, la han dividido y han aplicado criterios sectarios e ideológicos en sus políticas. Las personas no han formado parte del eje de prioridades prometido lo que ha generado una gran desazón.

Este análisis fiel y somero de la situación refleja el desencanto de muchas personas con el paso del ecuador de la legislatura sin que se hayan resuelto sus principales demandas. Ese rasgo característico de desprecio y arrinconamiento hacia el PP es el único que permanece incólume.

Los gestos y los titulares priman sobre la gestión y da igual el lugar de España en el que nos situemos, ya que todos aquellos ciudadanos que tienen dirigentes políticos nacionalistas, extremistas o del desnortado PSOE padecen la misma enfermedad: falta de rigor, nula iniciativa, discurso beligerante e incapacidad manifiesta.

Manuela Carmena exhibe en Madrid sus prioridades: crear una radio dependiente del Ayuntamiento, reducir la velocidad de circulación a 70 kilómetros por hora en la M-30 o impulsar las cabalgatas alternativas a la de los Reyes Magos. Todas ellas, irónicamente, grandes preocupaciones de los madrileños. Igual que José María González “Kichi”, el alcalde de Cádiz, se centra en izar la bandera republicana al menor descuido, como si a sus vecinos (con un 30,6% de parados) les solucionara eso la papeleta.

Los gobernantes de la Comunidad Valenciana –con el tripartito como urdidor de estrategias al frente de la Generalitat y los principales ayuntamientos– parecen alumnos aventajados de estas prácticas y viven entregados a la causa de las frases grandilocuentes y el recuerdo permanente a quienes le cedieron el testigo en la gestión.

Compromís ha celebrado una fiesta para conmemorar el ecuador de la legislatura (el PSPV no está para fiestas por la división generada en las primarias) y lo han hecho con alegría. Resulta paradójico porque los valencianos están peor que hace dos años. La elaboración de presupuestos irreales con partidas de ingresos que no llegan son un grave problema que ha obligado a seguir recortando en políticas sociales clave.

Además, el grado de ejecución de esos presupuestos es inadmisible, por su baja aplicación. Y éste es el talón de Aquiles de la gestión del tripartito, su falta de capacidad para impulsar la recuperación de la Comunidad Valenciana desde la esfera pública con políticas responsables.

El alcalde de Valencia, Joan Ribó, cambia el callejero sin consenso previo, mantiene la ciudad en unos niveles de suciedad inaceptables o se inventa señales para el carril bici que no están en el Código de Circulación. Colapsa el tráfico, ahuyenta las inversiones, no frena el desempleo juvenil y tiene más periodos vacacionales en dos años que sus antecesores en veinte. Y si sale algún problema derivado de su mala gestión: la culpa es de la herencia del PP.

Gabriel Echávarri hace lo mismo en Alicante, miméticamente a lo que ejecuta Ribó, incluso en el cambio de callejero o las Cabalgatas alternativas a los Reyes Magos pero no hace ningún esfuerzo para que una multinacional sueca que había mostrado su interés por generar empleo se quede en la capital alicantina.

Y en Castellón, la alcaldesa, Amparo Marco, está más preocupada en incentivar campañas contra el modelo familiar de la serie televisiva de los “Simpson” o en elaborar guías para el consumo responsable de drogas (en vez de aplicar políticas para frenar su consumo) que en impulsar las obras antiinundaciones de la Marjalería claves para la capital de La Plana.

Es un modelo político infantil, sin compromiso, con eslóganes y referencias continuas al pasado partiendo siempre de la Guerra Civil española. Los problemas reales siguen ahí, el paro, los salarios bajos, la falta de inversiones extranjeras, la limpieza de las calles, la mejora del tráfico, la falta de libertad en la elección del modelo educativo para nuestros hijos y del modelo sanitario para los pacientes...¡Cuánta ineptitud y torpeza!

Cuando las ocurrencias soliviantan a los ciudadanos y se manifiestan los ningunean. Y si –como le ha pasado a la vicepresidenta autonómica valenciana, Mónica Oltra– surge un conflicto como la deficiente gestión en los centros de menores de los que le alertó la Fiscalía, no pasa nada, la culpa es la herencia recibida del PP.

Dos años después, el escudo de esa herencia (por cierto muy aprovechable en muchos sectores) es menguante y estos gobiernos de iluminados se quedan frente a su imagen en el espejo. Resuelvan los problemas, no huyan de ellos y no echen la culpa a quienes ya no están. Y si no saben, dejen paso a los que sí han demostrado su pericia en las Administraciones.