Pedro Sánchez
La deriva radical de Sánchez
Isabel Bonig denuncia que el PSOE no se ha incorporado a la socialdemocracia europea
Quienes venimos defendiendo que a España le faltaba la incorporación real del PSOE a la socialdemocracia europea para dar un salto cualitativo en lo político vemos que el tiempo, tristemente, nos ha dado la razón. La esperanza de tener un país con dos bloques ideológicos fuertes pero flexibles, modernos e imbuidos del deseo de progreso que ha llevado al viejo continente a una larga etapa de prosperidad es ahora una quimera.
La llegada de Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE, primero, y a la Moncloa con el apoyo ignominioso de antisistema, independentistas y filoetarras, después, ha supuesto un ataque directo a esa necesidad de que los socialistas españoles viren hacia el futuro y leven anclas del pasado comunista.
Alcanzar el poder no puede ser un objetivo en sí mismo, no debe de serlo, pero es la máxima que Sánchez se ha fijado. El problema es que en esa batalla de alimentar el ego se está llevando por delante la centralidad que tanto le ha costado encontrar a España.
El PP es el único que se mantiene fiel a su espíritu de centro-derecha conquistado durante la Transición y consolidado en su refundación. Es lo que esperan los españoles y vamos a seguir en ese camino de partido de amplia base social, con claros postulados y centrados en la realidad que viven los ciudadanos que es el único sentido de la existencia de una formación política.
La deriva radical de Sánchez es, por contra, el peor negocio para España. Lo es en lo económico por el freno que supone su gestión errática y sus compañeros de viaje; lo es en lo jurídico porque sus flirteos con quienes ignoran la legitimidad de los tribunales llevan a dejar al Estado de Derecho en una posición delicada; y lo es en lo social porque la fractura que ha provocado echando la vista un siglo hacia atrás empieza a dar síntomas de enraizamiento en forma de populismos inquietantes.
No se puede perder el sentido de Estado y Pedro Sánchez lo ha hecho. Ha roto todos los puentes de la concordia en España uniéndose a aquellos miembros de su partido que llevan años coqueteando con posiciones impropias de quien se denomina socialista. Las famosas dos almas del PSOE se han quedado en una que se extrema –que representa Sánchez– y otra que, si existe, no tiene quien la encarne.
La cena de la secretaria general del PSE Idoia Mendia con Otegi es una imagen demoledora para un partido que ha sufrido tanto con el terrorismo de ETA, esa banda con la que el propio Otegi colaboraba tan activamente. Esa es la cena que Sánchez ha justificado sin despeinarse y que hace avergonzarse a los españoles de bien.
El presidente valenciano, Ximo Puig, sigue en esa corriente de deslealtad y desmemoria hacia nuestra historia más reciente. Qué fácil hubiera sido ser claro y condenar esa foto vergonzante sin medias tintas como hizo Guillermo Fernández Vara, pero Puig escogió la vía de la tibieza y la justificación como si ante delincuentes como Otegi uno pudiera ser ambiguo o equidistante.
¿Merecen los españoles este presidente del Gobierno? ¿Merecen los valencianos este presidente de la Generalitat? Es evidente que no. Sánchez sabíamos lo que era antes de llegar a la Moncloa y a Puig lo vimos venir pero se destapó cuando alcanzó la Presidencia autonómica y empezó a plegarse complaciente a los deseos de su socio independentista: Compromís.
La mirada hacia otro lado de Puig con la cena de Otegi es una más. Aún recordamos en la Comunidad Valenciana su larga ristra de justificaciones hacia las actuaciones de los independentistas catalanes, primero Puigdemont, después pedía la comprensión y el diálogo hacia quienes ignoraban los tribunales y sigue siendo lisonjero con Quim Torra –y miren que éste lleva camino de superar al prófugo–.
Por disculpar, Puig ha protegido hasta que Pedro Sánchez utilizara el avión oficial para disfrutar del Festival Internacional de Benicasim (FIB). Defender lo indefendible lleva al descrédito que es lo que ahora cosechan ambos dirigentes socialistas.
Es perentorio que España recupere la concordia y arrincone a los radicales: no hay otra fórmula para progresar. Solo así las instituciones, que pronto esperamos capitanear, se ocuparán de los problemas de verdad.
Hay que frenar el independentismo; mejorar la sanidad para eliminar listas de espera interminables para los pacientes; dejar que fluya la colaboración público-privada eficiente; eliminar el acoso a los conciertos educativos y evitar que el requisito lingüístico se sitúe por encima del talento. Son algunos ejemplos.
También es necesaria una bajada impositiva para reducir una presión que los socialistas están llevando a límites insostenibles y mejorar el sistema de financiación de las Comunidades Autónomas que el PSOE ha dejado en barbecho perpetuando un modelo lesivo para muchas regiones, en especial la valenciana.
Esto, junto al impulso económico que permita una mayor creación de empleo y mejores salarios, es una base sólida para un país como España. Por contra, mientras estemos en las manos del actual Gobierno de Sánchez nada de eso será posible porque su radicalidad es una venda que le impide ver que el populismo una vez es inoculado resulta de difícil cura.
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