Sociedad

Alquila una peli en tu videoclub

"A principios de los 2000 un fenómeno llamado “Top Manta” comenzó a menguar los rendimientos" de estos establecimientos

Videoclub de Miguel Garrido, el Sesión Continua de Valladolid, uno de los seis locales de este tipo que sobreviven en Castilla y León
Videoclub de Miguel Garrido, el Sesión Continua de Valladolid, uno de los seis locales de este tipo que sobreviven en Castilla y LeónNACHO GALLEGOAgencia EFE

Hace no muchos años, acertar viendo una buena película dependía exclusivamente de las críticas e intuiciones que leyeras en prensa, revistas especializadas o del mayor experto que había en tu barrio: el dependiente del videoclub. Y es que bajar a por el último estreno o por aquella peli viejuna que hacía mucho tiempo que no se emitía por televisión era todo un ritual cargado de palomitas, pizza y excusas para pasar una tarde perfecta en familia o echar unas risas con los amigos.

El invento vino desde EEUU donde en 1977 un tal George Atkinson decidió adquirir los 50 títulos de Betamax de la Fox para montar el negocio del fin de siglo, y vaya sin funcionó.

Toda una revolución que vino a España en 1980 de manos del “Videoclub de España” o de “Videoinstan” entre otros y que supuso un nuevo formato donde el consumidor no tenía que gastarse un pastizal en, por aquel entonces, cintas de video para verlas sólo un par de veces, ahora podía alquilarlas y disfrutarlas por un precio mucho más económico.

Los videoclubs nacieron como setas, uno en cada esquina de cada ciudad, de cada barrio, una moda que parecía que iba a ser eterna. La Philips 2000 fue anecdótica y la Betamax de Sony había perdido la guerra frente a la VHS de JVC que llenaba las estanterías de todo el planeta.

Versión Original, Teles, Stromboli, Última sesión, Sesión continua, Charlot, Victoria, y miles de nombres más llenaron las calles de España donde niños y no tan niños se agolpaban en los escaparates de los años 80 para contemplar la maravillosa cartelería de los estrenos en los establecimientos más variopintos.

La democratización del cine había llegado para quedarse y cualquier ciudadano libre podía disfrutar en su casa del mejor cine cual magnate de Hollywood. Además, un fenómeno llamado “películas de serie de B” había encontrado su nicho para llegar a todos los públicos sin pasar por las salas. ¡Todo ventajas!

Y de pronto apareció la gran revolución, unos americanos recién venidos de Texas trajeron su gran invento: Blockbuster Video. Llevaban desde 1985 expandiéndose por el planeta con una imagen muy moderna y un modelo muy agresivo de alquiler de VHS y videojuegos, además en sus establecimientos podías comprar gominolas, snacks, refrescos, todo lo que necesitabas para contemplar un gran estreno en tu casa como si estuvieras en el cine. ¡Y encima abrían los domingos! ¡Y podías dejar las cintas en un buzón!

Todo ese mundo feliz, en el que si te retrasabas un día te multaban o en el que si llevabas una cinta sin rebobinar había bronca, parecía no tener fin. La llegada a formato Video Home System de la película “Titanic” supuso el mayor apogeo en venta y alquiler para los videoclubs en nuestro país y la aparición del DVD supuso la modernización a digital de muchos establecimientos que pasaron del fracasado LaserDisc.

Pero de pronto, a principios de los 2000 un fenómeno llamado “Top Manta” comenzó a menguar los rendimientos de nuestros queridos amigos. La llegada de internet y las primeras páginas de descarga incrementaron el fenómeno de la piratería que puso contra las cuerdas a los videoclubs, pero aun así batallaron y resistieron reinventándose y ampliando la oferta de servicios y productos en sus tiendas.

Luego vendría la avalancha

La llegada de Netflix y demás plataformas supusieron la masacre de los videoclubs que en una oleada sin precedentes provocó el cierre de sus puertas como si nunca hubieran existido.

De las 7.000 tiendas de alquiler de películas que había en nuestro país en el año 2005 hoy en día apenas sobreviven 300, la propia Blockbuster se hundió en 2006 creando uno de los mayores naufragios comerciales de la historia.

Ahora, el videoclub más que nunca necesita que le visites de vez en cuando, ya no sólo como un elemento de nostalgia, sino también como una lucha por conservar la atención personalizada y poder así mantener viva nuestra memoria, ya sea digital o analógica, y saber de dónde venimos y a dónde vamos.

Al fin y al cabo, quien olvida su historia tecnológica está condenado a ser un analfabeto postmoderno. ¡Seamos un poco retro!