Sociedad

Este paraíso del vino cuenta con casi las mismas bodegas subterráneas que habitantes

Se la denomina la "Aldea del Hobbit" de España por su peculiar belleza

Bodegas subterráneas de Moradillo de Roa
Bodegas subterráneas de Moradillo de RoaRuta del Vino Ribera del DueroRuta del Vino Ribera del Duero

España es tierra de vino. Son muchas las denominaciones de origen (D.O) de primera calidad que existen en nuestro país. Además la tradición vitivinícola españolaes de tiempos inmemoriales, hasta el punto que algunos arqueólogos creen que las uvas fueron cultivadas por primera vez entre el año 4000 y 3000 a.C, mucho antes de que los fenicios fundaran la ciudad de Cádiz hacia el año 1100 a.C.​ De hecho, existen restos de una bodega datados en el siglo III a. C.

Tras los fenicios, los griegos y los cartagineses introdujeron nuevos avances en el cultivo de la vid, incluidas las enseñanzas del viticultor Mago.​ Las guerras púnicas entre Cartago y la emergente República de Roma provocarían la conquista romana de la península, a la que llamaron Hispania.

El vino ha estado asociado a muchos territorios, y en los primeros años de la historia la producción del vino se hacía en bodegas suterráneas. Una de las zonas que cuenta con un mayor número de este tipo de instalaciones es la Ribera del Duero, tierra de mucha tradición vitivinícola, y que se cree que existen más de 5.000 bodegas de estas característias. Peñafiel, Roa o Quintanilla de Onésimo son de los municipios que cuentan con un mayor número de "museos del vino", pero hay un pequeño pueblo de la provincia de Burgos, que sorprende por su espectacularidad y belleza, además de por contar con casi el mismo número de habitantes que de bodegas subterráneas.

Cavadas a pico y pala con la función de almacenar y conservar el vino, estas bodegas subterráneas han guardado la riqueza de muchas familias desde hace siglos y, a la vez, han dado lugar a una original arquitectura popular, lo que ha provocado que a esta localidad se la considere como la "Aldea del Hobbit" de España.

Este pueblo no es otro que Moradillo de Roa, una localidad que, con 193 habitantes, cuenta con un total de 157 bodegas excavadas en un cerro dando lugar a una imagen novelesca de J. R. R. Tolkien, que conlleva también una hermosa historia ya que fueron precisamente las bodegas las que salvaron a este pequeño pueblo del olvido. Está situado en un altozano de amplias vistas a un abierto horizonte donde dominan los campos cerealistas y las plantaciones de viñedo.

 

Como todos los pueblos de la línea fronteriza del Duero de allá del siglo X, se pobló con entidad en el siglo XI tardío formando parte de la línea límite de avanzadilla del valle del Riaza, correspondiendo con la línea de atalayas y defensas de Roa, Hoyales, Haza, Adrada de Haza (“Torreón de los Moros”) y Fuentenebro (Torreón de Peñaflor). A la par se sembraron los lugares aledaños con las numerosas ermitas coetáneas que simbolizaban la implantación definitiva de los reinos cristianos de la llamada Reconquista.

Allá por el siglo XV aprovechando las óptimas condiciones de la tierra para la viña, decidieron utilizar su particular orografía para excavar bodegas, lagares y cientos de galerías en las que almacenar el vino. "El cotarro" era una zona tradicionalmente de uso privado donde, después de un día duro de trabajo en el campo, se reunían ociosamente para comer y beber. En la villa todas las familias tienen o han tenido viñedos, y queda una decena que se sigue dedicando profesionalmente al vino.

Moradillo conserva un conjunto homogéneo admirable con más de ciento cincuenta bodegas, la mayor parte de ellas con sus “contadores” (Caseta o merendero de entrada a la bodega) bien conservados, todos en piedra labrada, de uniformes medidas y alineados en calles horizontales y descendentes que ocupan todas las caras del referido cerro de la Iglesia de San Pedro. Hay un buen conjunto de lagares y de bodegas en el propio casco urbano como suele ser habitual en todas la poblaciones de la Ribera.

Todo empezó en diciembre de 2015, con 300 para la elaboración de unos folletos, cuando el Ayuntamiento decidió recuperar y mantener un patrimonio que con el tiempo había quedado en desuso. “Es nuestra cultura”, asegura el alcalde, Javier Arroyo Rincón. El barrio de bodegas ocupa todas las caras del cerro de la Iglesia de San Pedro, consta de una superficie total de 18.000 m2 y protege 157 bodegas subterráneas (posicionadas en hasta cuatro niveles) y siete lagares cueva. “Moradillo es la sincronía perfecta entre el pasado, el presente y el futuro”, destaca a sabiendas de que aquí la gente puede aprender el recorrido de la uva desde el pisado y prensado en el lagar tradicional del Tío Santos (1744), hasta su subida al cotarro de bodegas y su guarda en la bodega subterránea El Bodegón (1861). “El Cotarro nos permite adentrarnos en las entrañas de la tierra, al igual que hicieron nuestros antepasados”.

 

Con el fin de financiar esta recuperación, Moradillo de Roa ha emprendido dos proyectos paralelos: el vino El Cotarro, que elaboran desde hace cuatro años en un lagar tradicional de 1736 y la cerveza de vendimia, que surgió de un sueño del concejal, Nacho Rincón, y el gerente de Cerveza Mica, Juan Cereijo, con el objetivo de aunar los productos de la tierra para crear algo único y lo consiguieron.

La cebada procede de Fuentenebro y la uva de Tempranillo del Páramo de Corcos de Moradillo de Roa (Ribera del Duero). “Refleja el carácter de la zona; es una cerveza refrescante, de color oro con toques rosados, aroma fresco y un sabor que combina el dulzor de la cebada con la acidez de la uva y el amargor del lúpulo. Es ideal para acompañar unas chuletas de cordero lechal asadas al sarmiento”, anima sin perder de vista la nueva cerveza de Albillo, la nueva propuesta.

A la hora de elaborar un vino del pueblo, Moradillo apostó por la misma fórmula: el tempranillo por un lado y el Albillo, por otro, una variedad autóctona que si bien el Consejo Regulador Ribera del Duero acaba de admitir en una apertura oficial a vinos blancos, corría el riesgo de desaparecer. En esta tarea, Alfredo Maestro Tejero desplegó su sabiduría enológica para devolver la vida a un lagar de más de 300 años de historia propiedad de Alfredo Arroyo. “Es un vino que refleja de manera fiel la tierra de la que nace”, destaca el primer edil, enamorado de esta variedad blanca en la que predominan las frutas de pepita y hueso como la manzana y el melocotón.

Pocos lugares guardan en su interior el atractivo que atesora Moradillo de Roa. Naturaleza, gastronomía, fiestas, pero sobre todo, costumbres ancestrales perviven en esta tierra vitivinícola que mantiene fuertes vínculos con sus raíces. Esta riqueza cultural sorprende a los visitantes en cada uno de sus rincones.

Aparte de los bienes etnográficos que derivan de la viticultura, el caserío del pueblo ha conservado buen gusto por ser construido mayormente en piedra caliza combinando bien el sillar y sillarejo con la mampostería y dejando retazos visibles de buenos muretes de adobe tradicional, algunos entramados de madera y piedra, y madera y adobe así como tejados a una sola caída de teja simple como siempre ha sido tradicional construir las cubiertas en el valle del Duero.

El conjunto de la Torre-Iglesia domina el caserío que probablemente estuvo enmarcado por un muro defensivo de menor entidad del que quedan restos insignificantes. La Torre presenta un husillo exento de escalera de Caracol de particular mérito mirando al Oeste y dominando con sus almenas un completo horizonte lineal y una excepcional vista completa de la Serrezuela donde se sitúa el pico de Peñacuerno, cota máxima de la Ribera del Duero con sus 1377 metros. Se adornan la fábrica de la iglesia con buenos elementos de bóveda y capiteles góticos, una pila bautismal de mérito y varias estelas funerarias visigóticas de una antigua necrópolis reutilizadas sobre y en los muros de Iglesia y cementerio. Quedan restos de la primitiva iglesia románica de San Juan.

Añadir que en el entorno cercano discurre el arroyo del Chorrón que forma una alameda y un pequeño bosque de galería que rompen el dominante color pardo gris de los campos. En el término del Egido se sitúa la Ermita en honor de la Virgen del mismo nombre, que contiene ricos artesonados polícromos de tipo mudéjar, y aledaños a ella quedan los restos de las catas y estudios paleontológicos de un poblado de la Edad del Hierro en el término de “Los Ceniceros”.