Turismo
La leyenda y el sabinar que hacen único al pueblo más bonito de España
Se trata de la villa ideal para regresar a la Edad Media
La Edad Media fue una época de esplendor para España. Muchos de los municipios de esta época han llegado a nuestros días, y su gran estado de conservación ha permitido que estas villas estén consideradas como los rincones más bonitos de nuestro país. Son muchos los pueblos de estas características, pero hay una pequeña villa de menos de 50 habitantes que está considerada como la más bonita de España, y que además de por su belleza, la hacen especial por dos circunstancias, por la leyenda por la que es conocida, y por su espectacular sabinar, que es único en nuestro país.
Un paseo por sus calles empredradas hacen al visitante regresar a la Edad Media, y pensar por un momento que eres un caballero medieval, de una de las épocas de mayor esplendor de nuestro país, que duró casi mil años, y qu ese inició con las invasiones germánicas del 409, y concluyó con la reconquista de Granada en 1492. El reino visigodo, a partir de la batalla de Vouillé (507), abandonó su presencia en Galia y se centró en las antiguas provincias romanas de Hispania.
Fracasado el intento de construir una sociedad dual, en la que la minoría visigoda se mantuviera rígidamente separada de la mayoría hispanorromana, a partir del III Concilio de Toledo (589) se fomentó la construcción de una sociedad y cultura comunes, con un gran peso de las instituciones eclesiásticas, bien adaptadas a las estructuras pre-feudales que se venían imponiendo paulatinamente desde la época tardorromana.
Las debilidades internas no desaparecieron, permitiendo el rápido éxito de la invasión árabe de 711, que inauguró una prolongada presencia musulmana en España, redenominada como al-Ándalus. En el periodo del Califato de Córdoba (929-1031) alcanzó su cumbre, convirtiéndose en una potencia económica y militar e iniciando una verdadera "edad de oro" cultural que se prolongó mucho más allá de su desaparición como entidad política.
El surgimiento, consolidación y crecimiento de los reinos hispanocristianos convirtieron ese periodo de ocho siglos, desde su punto de vista, en una "Reconquista" y "Repoblación" de todo el espacio peninsular, al que ya se denominaba "España" en las nacientes lenguas romances.
Hasta el siglo XI el predominio fue claramente musulmán. En la Plena Edad Media (el periodo de las cruzadas), entre la conquista de Toledo (1085) y la batalla de las Navas de Tolosa (1212) la situación pasó por distintos puntos de equilibrio, pues los espectaculares avances cristianos conseguidos ante la división andalusí en taifas fueron frenados e incluso revertidos en los momentos en que los imperios norteafricanos almorávide y almohade impusieron su unificación bajo un rigorismo religioso.
Las décadas centrales del siglo XIII presenciaron decisivas conquistas cristianas, que dejaron el territorio musulmán reducido al emirato nazarí de Granada, mientras que la estructura territorial peninsular conformaba la denominada "España de los cinco reinos" (el de Granada, el de Portugal, el de Navarra y las Coronas de Castilla y de Aragón).
En los siguientes dos siglos el proceso reconquistador prácticamente se detuvo, en un contexto de crisis general que incluyó transformaciones estructurales de envergadura (el inicio de la transición del feudalismo al capitalismo), graves conflictos sociales y continuas guerras civiles; mientras surgían las instituciones españolas del Antiguo Régimen, de gran proyección posterior. La unión de los Reyes Católicos y su compleja política matrimonial permitió, en el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna, la construcción de una Monarquía Hispánica
Pues el impresionante pueblo que describe a la perfección este periodo es la villa soriana de Calatañazor. Su primer asentamiento podría datar entre el siglo II y III d.C, en la ciudad arévaca de Voluce que, según estimaciones arqueológicas, podría emplazarse a un kilómetro de Calatañazor sobre un cerro lindante con el río Milanos que se conoce como Los Castejones. Allí habría permanecido Voluce desde el siglo III-II a. C. hasta los siglos IV y C de nuestra era, es decir, durante todo el periodo de presencia o dominación romana en la Península. Con las invasiones germánicas los habitantes de la antigua ciudad debieron encontrar mejor acomodo en el promontorio que ocupa la actual Calatañazor y trasladarse a él.
De la época visigótica pudieran ser las tumbas antropomorfas que aparecen excavadas en la roca en la base del castillo, visibles desde este y accesibles por la vega. En el siglo VII se extendió por la península ibérica el dominio musulmán que alcanzó, por supuesto, a estas tierras en las que dejó perdurable huella. Precisamente en relación con las luchas que en ellas se libraron entre los cristianos del norte y los musulmanes del sur pudo producirse el acontecimiento que ha proporcionado más celebridad histórica a Calatañazor, la leyenda de Almanzor.
Leyenda del Almanzor
Era el verano del año 1002, cuando Almanzor (Al-Mansur, esto es, «el victorioso»), general de los ejércitos del califa cordobés Hisham II y auténtico caudillo y soberano fáctico de Al-Ándalus, volvía de la campaña militar de aquel año le había llevado por tierras riojanas a San Millán y Canales, de donde regresaba a sus cuarteles de invierno andaluces. Lo hacía victorioso pero enfermo. La ruta a seguir hacia Medinaceli le haría remontar el puerto de Santa Inés desde los Cameros y traspasar el portillo de Cabrejas, para salir a campo abierto frente al peñasco de Calatañazor.
Hasta aquí la historia y en adelante la leyenda. Sancho García, a la sazón Conde de Castilla, que se había enfrentado a las huestes de Almanzor dos años antes en Peña Cervera, donde, si bien resultó derrotado, apreció quizá debilidades nunca antes advertidas en los ejércitos mahometanos, bien pudo calcular que había llegado el momento y la ocasión de rendir en combate a Almanzor, envejecido, enfermo y ahora en retirada.
Así pudo haber sucedido la batalla de Calatañazor, aunque documentalmente no sea dado asegurarlo ni desmentirlo. La tradición sostiene que «en la batalla de Calatañazor perdió Almanzor el tambor», que es tanto como decir que perdió su talismán de imbatible y que resultó derrotado, en la noche del 10 al 11 de agosto de 1002 y que fue sepultado en Medinaceli.
Además, en el curso de la Edad Media se vincula Calatañazor con diversos personajes de la realeza castellana como Alfonso X, Sancho IV o María de Padilla: los dos primeros porque honraron la villa con su presencia en alguna ocasión; María, esposa de Pedro I el Cruel, porque pertenecía al linaje de los Padilla, señores de Calatañazor.
Esta familia, procedente de Padilla de Yuso (hoy Coruña del Conde, Burgos) obtuvo el señorío de su villa de origen y el de Calatañazor, y de ella formaron parte Juan Fernández de Padilla, notorio por sus enfrentamientos, incluso armados, con el obispado de Osma, su nieto Juan de Padilla, adelantado mayor de Castilla, el hijo de este, Pedro López de Padilla, también adelantado mayor de Castilla pero con título obtenido a perpetuidad de Enrique IV, Martín de Padilla, nacido en la propia villa de Calatañazor e interviniente en la batalla de Lepanto, al que Felipe II otorgó el cargo de capitán general de las galeras de España, y la ya citada María de Padilla, amante de Pedro I, quien, casado con Blanca de Borbón, declaró ante las Cortes convocadas en Sevilla (1362) haber contraído matrimonio con María antes que con Blanca, por lo que aquella fue reconocida como reina y sus hijos como herederos de Castilla.
Ya en el siglo XVII la plaza de Calatañazor pasó de manos de los Padilla a la casa de los duques de Medinaceli. A ésta perteneció hasta que, por fallecimiento sin descendencia de Luis Francisco de la Cerda, su noveno duque, heredó el patrimonio su hermana María y recayó, por enlace matrimonial de ésta con el marqués de Feria, en este linaje nobiliario un siglo después.
A la caída del Antiguo Régimen la localidad se constituye en municipio constitucional, entonces conocido como Calatañazor, en la región de Castilla la Vieja, partido de Almazán7 que en el censo de 1842 contaba con 57 hogares y 232 vecinos. A mediados del siglo XIX el término del municipio crece al incorporar las localidades de Abioncillo y Aldehuela de Calatañazor. En la actualidad cuenta con menos de 50 habitantes, pero se ha convertido en un referente turístico de la provincia soriana, y que cuenta con la distinción de Conjunto Histórico Artístico Nacional desde 1962.
Principales atractivos
- El Castillo: Calatañazor es una población fortificada, se conservan lienzos de la muralla en el noroeste y sur, tambores y una pequeña puerta. La construcción originaria data del siglo XII y alcanzaba en algunos tramos los 18 metros de grosor. Fue reformado en el siglo XIV. En estado de ruina consolidada, conserva algunos lienzos y parte de la torre del homenaje desde dónde se pueden alcanzar unas vistas impresionantes. Por el lado noroeste, el más sensible de la fortaleza, cuenta con un foso, mientras que por el valle de la Sangre la propia altura de los riscos ofrece una protección suficiente.
Debajo del castillo se conserva una necrópolis altomedieval con tres tumbas antropomorfas fechable a partir del siglo X. No muy lejos circulaba la vía romana de Astorga a Zaragoza.
- Arquitectura popular: El pueblo te hace regresar al medievo por su estructura que le hacen tan especial, por sus calles empedradas con canto rodado y sus casas con desplomadas paredes de tapial de barro y paja o tosca mampostería de piedra, estructura y trabazón confiada a irregulares rollizos de enebro, puertas protegidas por postigos de media altura, cubiertas de teja sobre las que se alzan las genuinas chimeneas cónicas pinariegas.
Un conjunto prototípicamente medieval en su interior y no menos en su exterior, rodeado como está de recia muralla cuyos lienzos y cubos cubren todo su perímetro, con excepción del flanco oriental.
- Rollo: La Plaza Mayor de Calatañazor la preside un rollo que recuerda que la villa gozaba de la jurisdicción de impartir justicia a los reos, ya sea con la pena capital o con la exposición o vergüenza pública que suponía «estar en la picota».
- Iglesia de Nuestra Señora del Castillo: Actual iglesia parroquial, se trata de un edificio de planta de salón con una sola nave y una torre adosada en su parte norte. Es de origen románico, si bien de la primitiva fábrica no se conserva sino el paramento occidental en el que perduran un óculo baquetonado y la portada.
La singularidad de esta estriba en el alfiz rectangular que enmarca el arco de la puerta, un componente habitual en las construcciones árabes, cuya presencia aquí se debe, sin duda, a los numerosos musulmanes que residían en Calatañazor. La puerta dispone de arco de medio punto de doble arquivolta sobre sendas columnas encapiteladas. A la posterior obra gótica tardía (seguramente ya en el siglo XVI) pertenece la capilla mayor, siendo la nave y el coro del siglo XVIII.
En su interior se halla una pila bautismal románica del siglo XI, el Cristo de Calatañazor o del Amparo, talla del siglo XV en un retablo barroco del siglo XVII, y un pequeño museo que guarda variadas piezas de interés histórico y artístico, entre las que destacan las confirmaciones de privilegios originales de la villa otorgados por Enrique IV en 1456, los Reyes Católicos en 1477 y Carlos V en 1530.
El retablo mayor, de finales del siglo XVI a comienzos del XVII, en su primera parte, es obra de Juan de Artiaga y Francisco Rodríguez. El resto del retablo es del siglo XVII y el camerín de la virgen del siglo XVII. La virgen es una talla del siglo XV.
- Iglesia de San Juan: De esta pequeña iglesia-ermita de una sola nave, presbiterio y ábside, no quedan sino algunos despojos que aún quieren dejarse ver entre la vegetación. Se conserva la portada en regular estado ostentando una sencilla decoración a base de bifolias.
- Ermita de la Soledad: Iglesia extramuros restaurada en gran medida, pero que muestra intacto el ábside y la puerta que se abre en el lado norte. Sólo presenta decoración esta puerta en su arquivolta exterior que voltea sobre los ábacos volados al haber desaparecido las columnas adosadas a las jambas.
En el ábside existen dos puertas tapiadas que se abrieron en el siglo XVII para el tránsito de los desfiles procesionales. Una imposta recorre el tambor a media altura dividiéndolo horizontalmente en dos secciones, mientras que las columnas son de fuste continuo en toda su altura. Tanto los capiteles como los canecillos que se distribuyen bajo el alero son de una talla admirable, en particular una figurilla representando a un músico sedente.
Un sabinar único en España
Además de tener un increíble patrimonio monumental, Catalañazor cuenta con un sabinar único en España. Se trata de uno de los bosques de sabinas mejor conservados del planeta. Desarrollado sobre terreno llano, de carácter calcáreo y a 1.000 metros de altitud, algunos de los ejemplares de esta masa arbórea monoespecífica alcanzan un porte y una edad notables: 14 metros de altura, más de cinco metros de diámetro y cerca de dos mil años de existencia.
Las condiciones climáticas de la zona, con intensos y duraderos fríos invernales, heladas tardías, sequía estival, fuertes contrastes térmicos, unidas al escaso desarrollo del suelo, resultan adversos para la vida de un gran número de especies vegetales, por lo que muy pocas especies han podido acoplarse a este medio.
Para ello se necesita poseer órganos adaptados a reducir la transpiración (hojas aciculares y escamiformes cubiertas por una gruesa cutícula) y desarrollar importantes aparatos radicales que les permitan profundizar en el suelo o cubrir una amplia zona para poder obtener el agua y los nutrientes necesarios.
Todas estas características las cumple la sabina albar (Juniperus thurifera), lo que ha llevado a la implantación de la asociación Juniperetum hemisphaericothuriferae Rivas Martínez, como más relevante agrupación florística.
La importancia que adquiere este Espacio Natural es por las sabinas en él presentes, con unas especiales características debido al gran porte y talla que alcanzan de manera bastante homogénea sus ejemplares. En el matorral, destacan las comunidades de sabina albar y enebro o sabino (Juniperus communis ssp. hemisphaerica), estepa, lavándula, espliego, cantueso, tomillo, mejorana, ajedrea, biércol, ...
En la escasa superficie de este Espacio Natural, con importantes actuaciones humanas, pocas son las especies faunísticas que pueden tener aquí su hábitat, residiendo únicamente las de pequeño tamaño y territorio reducido (pequeños mamíferos, paseriformes, pícidos, insectos, ...) que toleran la presencia del ganado y del ser humano. Utilizándolo las de mayor tamaño y exigencias de naturalidad como zona esporádica de campeo.
Estas viejas sabinas, en muchos casos de troncos huecos, albergan un grupo de especies que encuentran aquí cobijo como murciélagos, lirones, palomas, mochuelos, cárabos, abubillas, picos, páridos, trepadores ... Siendo estas las principales especies que pueblan el Sabinar.
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