Opinión

El Opus Dei se defiende solo

"Lo único que hacen sus miembros es trabajar con ahínco y probada eficacia en hospitales, centros educativos, lugares de misión, parroquias o universidades"

San Josemaría Escrivá de Balaguer con un grupo de jóvenes en Villa Sachetti, Roma (Italia)
San Josemaría Escrivá de Balaguer en Villa Sachetti, Roma (Italia)larazonLa Razón

El Opus Dei no necesita que nadie lo defienda. Se defiende solo: el apostolado de sus sacerdotes, de los mejor preparados y abnegados con los que cuenta la Iglesia Católica y la seriedad y vocación de servicio de sus mujeres y hombres, hablan por sí solos.

Pero últimamente, parecería que corren tiempos recios para esta Movilización Universal de Fieles, extendida por todo el mundo. Los miembros del Opus Dei, lo único que hacen es trabajar con ahínco y probada eficacia en hospitales, centros educativos, lugares de misión, parroquias y universidades, entre otros muchos lugares.

Obedecen y se dejan la piel. Esa es la verdad. ¿Qué está pasando, entonces, para que últimamente se sucedan acontecimientos cuestionables como, por ejemplo, que al rector de Torreciudad lo nombre el obispo de Barbastro, en lugar del Prelado del Opus Dei, a quien pertenece el Santuario, tal y como venía sucediendo desde que éste abrió sus puertas?

Pues está pasando que alguien, cercano al Papa, viene calentándole la oreja a Francisco, desde el primer día, con intensa exégesis. ¿Por qué será que los peores mamporrazos vienen siempre de dentro? ¡Qué poco conocen a esta Institución, los que de tal manera se manejan!

Jamás saldrá, del Opus Dei, una palabra de reproche al Pontífice. Al contrario: obedecerán y acatarán lo que haga falta, aunque tengan que morder el polvo. No hay una institución, en la Iglesia Católica, que venere al sucesor de Pedro como ellos, al que toque, les da igual; ni que sean más leales al Papa. A las pruebas me remito.

Pero es que, además, de estas cruces, el Opus Dei sale siempre reforzado -con mayor proyección- y le va mejor, como se ha demostrado a través de los años, desde que su fundador lo pusiera en órbita, contra viento y marea, pronto hará 100 años.

Confieso que, aunque no pertenezco al Opus Dei, siento cariño, y gratitud por esta institución que me parece de lo más firme, alegre y fecunda con que cuenta la Iglesia que peregrina en este mundo. He tenido muchas pruebas, a lo largo de esta vida, del buen hacer, gratis et amore, con que actúan las mujeres y los hombres del Opus, más allá de que no todo lo que hacen me guste, ni hayan dejado de cometer errores, en el pasado, como sucede en toda institución humana. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Pero el balance no puede ser más positivo, desde que se fundara, un 2 de Octubre de 1928, en Madrid, por un cura pelao, que se convertiría en uno de los españoles más influyentes del siglo XX. ¡Aportan tanta compostura y sensatez!

Considero reprobable cualquier injusticia y creo que, en estos momentos, se está tratando injustamente y hasta acosando al Opus Dei; y, como los periodistas estamos, entre otras cosas, para no mordernos la lengua y reconocer los aciertos o denunciar los abusos, allá donde se produzcan, por eso escribo esta gacetilla; porque creo que, alguien se está pasando.

Es más: estamos ante un atropello innecesario. Pero… ¡mucha paz! Porque, lo repito de nuevo: la institución saldrá fortalecida de estos envites. ¡Pues buenas son ellas y menudos son ellos! Si por algo se caracterizan, es por no arrugarse ante la adversidad y seguir adelante con mayor brío, cuando la persecución, las críticas o la incomprensión arrecian.

Lo he visto en lugares no fáciles, como Colombia, Israel o España, donde nunca se les ha acabado de entender plenamente. Soy consciente de que el Opus Dei es una institución controvertida por su radicalidad evangélica, y que mis palabras no gustarán a todos. Te pido disculpas, amable lector, si eres uno de ellos.

Pero te aseguro que la Obra -como se le conoce también-, aunque a mi no me gusta tal nombradía, está entretejida, mayoritariamente, por jóvenes, profesionales, padres y madres de familia cuyo único objetivo, en esta vida, es hacer el bien sin mirar a quien.

No es una opinión; creo lo que sucede. Así lo he podido comprobar en los países de Europa, África y América en los que he vivido. Mi experiencia es la de mujeres y hombres corrientes y molientes que, a su trabajo acuden, con su dinero pagan, socorren a todo el que pueden y sacan adelante proyectos sociales cuya única finalidad es acercar a Dios, facilitar la vida a quien sea, enseñar al que no sabe y auxiliar a quienes más lo necesita.

Por eso he pensado que no debía callarme y que tenía que escribir estas letras desde el respeto por una labor, en la defensa de verdades eternas -ahora que tantos las consideran una antigualla-, de la que se benefician millones de personas, de toda condición, en los cinco continentes.