Opinión
Pensar en una disciplina en extinción
"El desprecio por el lenguaje no es inocente. Es la forma más cómoda de no pensar"
Hubo un tiempo en que pensar requería algo más que ganas de hablar. Un tiempo en que se escribía para aclarar lo que uno pensaba, no para exhibirlo. Las ideas bajaban al papel después de pasar por el filtro de la conciencia, del silencio y la duda...
A día de hoy se confunde escribir con juntar palabras. Sí, como si el lenguaje fuera un mueble que se arma sin instrucciones. Se habla sin saber, se redacta sin pensar, se afirma sin respirar. La forma ha dejado de importar. El fondo, también. Lo urgente es emitir. ¡Y cuanto más rápido, mejor!
Creo (opinión subjetiva) que el papel y el bolígrafo no admiten esa farsa. Son dos objetos humildes y crueles. No decoran, no disimulan, no perdonan. Si lo que se piensa es confuso, quedará confuso. Si la frase está mal construida, se verá. No hay atajos. No hay correctores mágicos. Solo una línea que avanza si hay algo verdadero detrás. Y si no, se detiene. Silencio. Eso que tantos temen algunos...
Pensar con las manos es una disciplina en extinción. Es lenta, incómoda, exigente. Obliga a ordenar. A descartar. A elegir una palabra entre muchas. A dejar fuera lo innecesario. Por eso molesta. Porque revela que debajo de tanto discurso lo que muchas veces hay es nada...
El desprecio por el lenguaje no es inocente. Es la forma más cómoda de no pensar. El que habla mal, piensa peor. Pero hablar mal hoy es moderno, desenfadado, auténtico. Decir frases sin sentido es un estilo. Cargar las palabras de vaguedad es una moda. Ya no se busca precisión, sino efecto. Y el resultado es lo que se ve cada día: ruido...
Frente a eso, el papel es un campo de resistencia. No porque sea romántico, sino porque es eficaz. Escribir a mano obliga a algo que se ha vuelto subversivo: detenerse. Pensar despacio. Corregirse. Asumir que uno no tiene claro lo que quiere decir. Y que tal vez no merece la pena decirlo hasta que lo tenga.
El bolígrafo, tan simple, deja al descubierto lo que el teclado tapa: la falta de estructura, la vaguedad, el relleno. Por eso no se usa. Porque obliga. Porque exige. Porque pone en evidencia.
Escribir a mano no es volver al pasado. Es no dejarse arrastrar por la mediocridad reinante. Es salvar el pensamiento del atropello. Es darle forma antes de lanzarlo. Es cuidar el lenguaje no como adorno, sino como herramienta. Es decir menos, pero decirlo mejor.
Y si todo eso parece exagerado, siempre queda la opción de seguir escribiendo cualquier cosa, de cualquier forma, sin orden ni filtro.
Total, vivimos en un mundo "moderno"... Y desgraciadamente lo clásico se mira con desprecio. Hasta la educación y las buenas formas.