Cataluña

¿Los insectos son una pesadilla?

Arañas, hormigas, abejas, gusanos, cucarachas, escarabajos, todos estos animales invertebrados se han convertido en auténticos azotes simbólicos para el ser humano desde tiempos de Esopo... y ahora no es diferente

Otro ejemplo de las pesadillas que representan los insectos
Otro ejemplo de las pesadillas que representan los insectoslarazonArchivo

De madrugada, Pablo corrió al dormitorio de sus padres con la casa a oscuras y empezó a susurrar si por favor podía quedarse a dormir con ellos. No se despertaban, así que decidió empujar con suavidad el cuerpo de su padre, que le estaba dando la espalda. «Qué ocurre», dijo éste al final y el pobre Pablo le contó que tenía mucho miedo, que había tenido una horrible pesadilla. Su padre suspiró. Estaba claro que no había sido la primera vez. «Has oído cariño, tu hijo tiene miedo», le dijo a su mujer.

Ésta, sin querer abrir los ojos, dijo con indiferencia, «¿y qué has soñado esta vez, Pablo?». En realidad, les encantaban oir sus pesadillas. El niño les contó una escalofriante historia de arañas gigantes y sus padres se rieron. «No existen las arañas gigantes, campeón», dijo su padre, incorporándose y abriendo las mantas para que el niño pudiese entrar. «No sé de dónde sacas estas ideas», dijo su madre y abrió la luz, ofrecíendole sus brazos para un abrazo.

El pobre Pablo vio dos arañas con el pijama de sus padres y sí, no eran gigantes, pero eran bastante grandes, al menos del tamaño de una mano. El niño corrió y entró de nuevo en su cuarto, cerrando la puerta detrás de sí. Fue directo a despertar a su hermana, que dormía en la litera de arriba. «¡Camilia, Camila, papá y mamá son arañas gigantes, tenemos que marcharnos!», y su hermana, todavía adormilada, dijo, «qué van a ser gigantes, el profesor de gimnasia mide dos metros y cinco centímetros y eso sí que es enorme», justo en el momento en que abría la luz. ¡Su hermana también era una araña!

El niño se apartó de ella y empezó a temblar. Si su padres eran arañas y su hermana era una araña, y él soñaba con arañas gigantes, estaba claro que él era una araña. Se marchó corriendo y entró en el lavabo, cerrando con triple candado. Se miró en el lavabo y vio, ¡una araña gigante! Él era la araña gigante, él era la pesadilla, y sus padres y su hermana sólo intentaban que se sintiesen bien consigo mismo.

Cuando salió del lavabo vio lo pequeños que eran sus padres, lo pequeña que era su hermana, y lo enorme que era él y empezó a llorar. «Cariño», le dijo su madre, «claro que no existen las arañas gigantes». «¡Y yo qué soy entonces!», exclamó éste. «Tú puedes ser lo que quieras, hasta un niño que sueña con arañas gigantes», dijo su padre y, dándole la mano, le llevó a su cama, arropándole con cuidado. «Y ahora a dormir», sentenció. «¿Pero puedo dormir con vosotros esta noche?».

Cuando estaba dormido, el padre le dijo a su mujer, «¿deberíamos preocuparnos por que crea que somos arañas?». Su mujer le dio un beso y le dijo que no: «prefiero que tenga pesadillas con arañas a que tenga amor por las arañas y me las traiga a casa. Eso sí que sería horrible. Dios, que asco». Su marido pensó que si él fuese una araña, ese comentario sería muy ofensivo. Pero no era una araña, su mujer no se casaría nunca con una araña, ¿o era por eso por lo que las odiaba?

Desde que el tiempo es tiempo, el insecto ha encerrado en sus pequeños cuerpos las pesadillas más grandes jamás imaginadas, desde las plagas bíblicas a las fábulas de Esopo. Las arañas, moscas, hormigas, abejas gusanos, cucarachas, escarabajos, mosquitos han sido vehículos perfectos para desplazar el horror al objeto más pequeño y al hacerlo, designificarlos a ambos y, por tanto, convertirlos en monstruos. La disincronía de crear el máximo horror en el objeto más pequeño consigue multiplicar la sensación de confusión existencial. Intenta hacer caber un elefante en una caja de cerillas y ahora imagina que lo consigues. Ahora imagina al elefante y ahora imagínalo enfadado. Ese es el monstruo que los hombres consiguen con los insectos.

Pensemos, por ejemplo, en «La metamorfosis» de Kafka, sin duda la pesadilla moderna en torno al insecto. Una mañana, un vendedor se levanta y ante su desesperación se da cuenta que se ha convertido en una horrible cucaracha de «numerosas patas». No sabe cómo ni por qué, lo único que sabe es que lo es. La sensación de extrañeza aquí no es tanto con su propio cuerpo como con el desfase con el cuerpo de los demás. Si uno se cree una cucaracha no es tanto porque lo sea, sino por la sensación de serlo por el reflejo de los demás. Si uno no es entomólogo especialista en cucarachas, es muy difícil que nadie se sienta cucaracha puesto que eso es algo muy específico. Así que la cucaracha sólo es asco y fealdad e insignificancia. La simbología es bastante clara. Nabakov decía que no era una cucaracha, sino un escarabajo, lo que pone más a las claras que el bicho no importa en absoluto.

El patetismo grotesco es tan grande que Kafka ni siquiera hace al bicho pequeño, sino que lo describe como grande, así que la pesadilla es de doble proyección, es decir, todo lo feo, el asco y la incomprensión que llevan al horror crece y no parará de crecer. Si la pesadilla de Gregor Samsa continuase, seguro que sería una cucaracha que no moriría al final, sino que iría creciendo y crecdiendo y creciendo hasta no convertirse sólo en su pesadilla, sino en la pesadilla de todo el mundo. Pero ésto sería si «La metamorfosis» se escribiese ahora, no en 1915.

Los insectos son lo peor, sin duda. Por cada abeja Maya que existe hay tres millones de arácnidos en busca de venganza como en «Starship Troopers», de Robert A. Heinlein. En «La mosca», de George Langelaan, vemos otra construcción diferente sobre las terribles metamorfosis. Un científico trabaja en una máquina que teletransporta materia. Cuando intenta comprobar por sí mismo si funciona, una mosca entra en la otra caja teletransportadora uniendo genéticamente a los dos seres. El resultado es que el científico poco a poco irá convirtiéndose en una mosca gigante. Lástima que no exista ya la mosca convirtiéndose en un hombre pequeñito. Ahora sí que existiría, pero tampoco estamos en 1957.

El miedo de Langelaan surge de la incapacidad del hombre de admitir ningún beneficio en el cruce genético. El ser humano, en su idealización, es la criatura más perfecta y cualquier animalización es una pesadilla. ¿Cómo se pervierte la sensación de omnipotencia del hombre y su estancia en el olimpo? Hacer que se convierta en mosca, el insecto más molesto y más asociado a la muerte y la podredumbre.

No hay ninguna caracterización positiva de la mosca en la historia de la literatura, ni siquiera existe un superhéroe asociado a su enorme poder volador y de reflejos. Existe el enorme poema de Emily Dickinson «Oí zumbar a una mosca», el poema que inspiraría luego el extraño episodio de «Breaking Bad» en el que Walter White se obsesiona, encerrado en un laboratorio de metamfetamina, en matar a una mosca. Lo que intenta matar, por supuesto, es su propia muerte,

¿El miedo a la muerte es una mosca? Sí, la simbología sirve, sirve tanto, que la molestia por la propias moscas nace de este terror. La creación de arquetipos fortalece realidades y de pronto las moscas cargan sobre sus espaldas no solo una molestia, sino una arrogancia final, una muerte a la vuelta de la esquina, y ya tenemos a toda la humanidad odiando a estos indefensos seres. ¡Hay quien incluso prefiere a los mosquitos que a las moscas! Lo que demostraría como el mosquito no carga sobre sí con tantas pesadillas.

Creaciones de monstruos

Existen insectos que han inspirado auténticos monstruos por sus cualidades, a ojos humanos, terribles. Es el caso de las avispas parasíticas, que dejan sus larvas dentro de otros insectos para que al oclosionar se coman por dentro a estos pobres bichos. Los creadores de «Alien» utilizaron esta imagen para crear a su mosntruo. Y en «Avispa», de Eric Frank Russell, no sale ninguna avispa, pero sí su capacidad, de zumbando junto a un hombre en el momento preciso, puede ocasionar todo el caos del mundo. En el libro, un hombre es enviado a un planeta para, como una célula terrorista, empiece a provocar el caos en la sociedad y así pierdan la gran guerra. Por no hablar de «El dia de la langosta», de Nathanael West, que convierte a los aficionados a las películas y la masa adoradora de las estrellas en una plaga irracional capaz de destrozar a un pobre individuo por una simple presunción, o sea, temor. Los arquetipos haciendo de las suyas, vamos

Por supuesto, no todos los insectos son malos. «James y el melocotón gigante», de Roald Dahl o «La telaraña de Carlota», se E. B. White, se premia a los que son capaces de ser amigos de arañas. Aunque siempre que hay una representación positiva del insecto suele ser un libro infantil. Por ejemplo, la mariposa siempre suele enfocarse desde un plano general, alejado, que deje ver sus colores y su armonioso vuelo. Nunca se cierra el objetivo en lepidóptera cabeza y en sus patas arenosas y peludas. La metamorfosis, por tanto, caracterizado como elemento positivo, sólo es la capacidad de ocultar la fealdad, no la de acabar con ella.

Si un insecto tuviese que proyectar sus miedos y miserias sobre el ser humano y las escribiese, seguro que serían las historias más terribles jamás contadas. Por suerte, no lo pueden hacer y nosotros sí.