Cataluña
Coronavirus: Crece el voyeurismo lúdico en las grandes urbes
El confinamiento ha incrementado el deseo de observar a los vecinos como en la película “La ventana indiscreta” y disfrutar viendo lo que hacen en su aislamiento
¿Ha mirado estos días por la ventana y se ha sorprendido espiando sin querer durante unos segundos a los que estaban haciendo sus vecinos? ¿Se ha cansado de las ventanas virtuales de las redes sociales y ha apartado la cortina para ver realmente a una persona como usted? ¿Ha sentido entonces curiosidad, ha sonreído al verlo, se ha preguntado exactamente qué estaría pensando y haciendo esa persona? Y, por último, ¿ha sentido pudor, cierto miedo, de ser descubierto al hacerlo? No se preocupe, si la respuesta a estas preguntas es sí, no sufre ninguna psicopatología, simplemente reacciona emocionalmente a un encierro que ya se prolonga 20 días.
El término “voyeur” hace referencia a una excitación sexual a la hora de mirar a distancia a alguien mientras se desnuda, se viste o hace otras acciones de corte exhibicionista. Normalmente,el “voyeur”espía sin ser visto, lo que condiciona la respuesta emocional del individuo, otorgándole cierta sensación satisfactoria de poder y al mismo tiempo, un gran sentido de culpabilidad. El “voyeur” llega a extremos inhabilitantes y obsesivos, lo que multiplica la sensación de culpabilidad y hace que la práctica llegue a ser a un tiempo placentera y dolorosa. Por eso, se inscribe muchas veces dentro de las conquistas masoquistas.
En la actualidad, la noción de “voyeur” se ha escapado de cualquier patología sexual y describe el gusto o placer oculto al mirar o espiar a alguien sin ser visto. No se necesita sentir ningún estímulo sexual, sino sólo la necesidad empática de proyección hacia el otro. El aislamiento y distanciamiento social al que ahora todos estamos expuestos a multiplicado por cien esta necesidad o gusto. “Los ojos son las únicas manos que nos van quedando a unos cuantos, bonita”, escribía Julio Cartázar en “41. Modelo para armar”, definiendo a la perfección lo que está ocurriendo ahora en cientos de domicilios en las grandes urbes.
El ejemplo más claro de lo que estamos viviendo todos sería la película “La ventana indiscreta”, de Alfred Hitchcock. En ella, James Stewart ha de vivir confinado en su casa después de un accidente que le deja inmovilizado. Cubre el tedio del encierro mirando a través de la ventana, con su cámara con gran angular, el comportamiento de sus vecinos. En la película, vivirá la vergüenza típica que este comporatamiento lleva asociada, hasta el punto que al creer que uno de sus vecinos ha asesinado a su mujer, no sabe cómo actuar. “En el acto de mirar hay una satisfacción a la hora de ver una imagen sin estremecerse. AL mismo tiempo, hay un placer en estremecerse por ello”, aseguraba Susan Sontag.
Está claro que el cineasta Alfred Hitchcock era un “voyeur”, alguien que sentía cierta excitación al mirar a alguien desde lejos sin que él o ella lo percibieran. Es la base de todo su cine, no sólo “La ventana indiscreta”. Lo mismo sucede en “psicosis”, en “Con la muerte en los talones”, en “Sospecha” o “Frenesí”. Era tan “voyeur” que incluso quiso quitarle su sentido sexual para no sentir vergüenza por ello. Sin su fuerte carga psicopatológica, consiguió que el voyeurismo fuera visto como algo natural y compartido por la gran mayoría. Sin su carga sexual, el voyeurismo se convertía en fascinación por lo ajeno y en una proyección de deseos y miedos propios en los demas. Es decir, convertíamos a los demás en actores que interpretaba para nosotros nuestros propios desajustes emocionales. Mirar por la ventana, entonces, funciona a partir del mismo mecanismo que el cine.
Los últimos estudios antes de este confinamiento prolongado aseguran que el 40 por ciento de la personas miraban de vez en cuando a través de las cortinas a sus vecinos. De estos, un 30 por ciento aseguraba que lo hacía incluso con la luz apagada para no despertar sospechas. La Unierdidad de Yale realizó otro estudio en que comprobó que 1 de cada 3 personas espía a sus vecinos. Por tanto, siempre hemos estado predispuestos a preocuparnos por lo que hacían los otros.
Con el encierro, el número de “voyeurs” de proximidad, o sea los que buscan en los vecinos más próximos una sensación de comunidad, aunque sólo sea por la vista, ha crecido exponencialmente. Y ha crecido porque ha sucedido otro fenómeno asociado, un creciente número de exhibicionistas. No sólo necesitamos refrendar nuestro espíritu social mirando a los otros, sino que necesitamos sentir que somos vistos. Mire por la ventana y calcule el número de persianas abiertas y ventanas diáfanas donde poder ver a los demás. Comprobará que hay muchísimas más que hace cuatro semanas.
Es decir, somos más voyeurs que nunca porque también somos más exhibicionistas que nunca. Necesitamos, para refrendar nuestra idea de comunidad, ahora en entredicho por el distanciamiento social, mirar más a los demás y ser más vistos también por los demás. Por tanto, que nadie tema si le gusta ver lo que hacen los demás y descubre que también le gusta que los vecinos sepan lo que hace usted. No es más que otra reacción de supervivencia social ante esta época de aislamiento prolongado. Si después continúa con los mismos impulsos, eso es otra cosa.
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