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¿Por qué llamamos tiovivo a los tradicionales “caballitos”?

Un madrileño, dado por muerto por cólera en 1834, responsable del nombre de la atracción infantil

Cadro de John Grey que ilustra el típico carrusel de principios del siglo XX, mucho más moderno del que arrastraba Esteban Fernández
Cadro de John Grey que ilustra el típico carrusel de principios del siglo XX, mucho más moderno del que arrastraba Esteban FernándezArchivo

El cólera era una enfermedad intestinal aguda ocasionada en la mayoría de casos por aguas contaminadas. Durante el siglo XIX, una pandemia hizo estragos en todo el mundo, desde Inglaterra a la India. Tal y cómo ha sucedido con el coronavirus, los diferentes pueblos intentaron protegerse ante la furia de la infección que se avecinaba, pero como también ha pasado ahora, nadie lo logró.

En España, se presupone que entró en la primavera de 1933 por Vigo, donde desembarcaban las tropas de la Guerra de Secesión portuguesa. A partir de allí se extendió por todas partes. En Madrid, incluso se creó en 1832 la Junta de Sanidad para establecer toda una serie de medidas para evitar que la enfermedad se propagase. Sin embargo, al ver que no había contagios, las medidas se relajaron y en 1834 la epidemia cobró tanta fuerza que incluso provocó la llamada matanza de los frailes, el asesinato de religiosos a la que la multitud culpaba de ser los responsables de la contaminación de las aguas. Lo mismo que ha sucedido aquí con la xenofobia contra la comunidad china o ahora los ataques verbales contra ciertos sanitarios o trabajadores de supermercado por parte de sus vecinos al grito de “rata contagiadora”.

¿Qué tiene que ver entonces el tíovivo, lugar de memorias felices de los niños, con este lúgubre escenario? En la calle Paseo de las Delicias, Esteban Fernández, más conocido como el tío Esteban, regentaba un carrusel infantil con cuatro caballitos de madera muy popular en el barrio. Los niños se subían sobre los caballos de juguete y Fernández tiraba de ellos dando vueltas manualmente al mecanismo. Su atracción le había convertido en un personaje muy popular y querido por sus vecinos.

Sin embargo, cuando el brote de cólera llegó a su pico a comienzos de julio, el pobre Esteban enfermó y murió deshidratado a los pocos días. Muchos lloraron su muerte, incluso llegaron a no aceptarla, creando la leyenda que creó el nombre de tíovivo.

El día de su entierro, sus familiares y amigos iniciaron un cortejo fúnebre hasta el cementerio, como solía hacerse en aquellos días. Al pasar por el carrusel y escuchar la fanfarria y los gritos de los niños, empezó a oírse unos golpes dentro del ataúd y una voz clara que gritaba desesperado: “¡Estoy vivo!, ¡estoy vivo!”. Asustados, los familiares y amigos de Esteban Fernández abrieron el ataud y encontraron al fallecido recuperado y sonriente como si fuese el protagonista de un misterioso milagro.

A partir de aquel día, todo niño, todo padre, toda abuela que pasase por el carrusel aseguraban que iban “al tío vivo” en referencia a Esteban, que seguía trabajando allí. El nombre y la historia se hicieron tan populares que el tíovivo pasó a convertirse en el nombre para hablar de lo que antes eran simplemente caballitos o carrusel. El cólera se superó, pero el tíovivo se convirtió en la atracción estrella para los más pequeños durante años y años y así hasta nuestros días

En 1834 había en Madrid 220.000 habitantes. 4.463 personas murieron, sobre todo entre la gente sin recursos. Además, el Ayuntamiento gastó 61.800 reales en sacar de la ciudad a los inmigrantes que llegaban a la capital sin trabajo ni lugar donde vivir, así que se calcula que otras 5.000 personas fueron obligadas a salir de la ciudad. Y, aún así, el tiovivo es lo que la gente más recuerda. ¿Pasará lo mismo con el coronavirus?