Cataluña
Diario de una cuarentena con niños: Día 52
Un tigre se ha caído a la calle infestada de gente paseando, ¿lo vamos a buscar o no?
Vivimos en un sexto, así que la calle se ve muy pequeña, pero hoy hemos reconocido a mi hermano pasear al lado de casa. “¿Dónde vas?”, le ha preguntado Pablo desde unos 80 metros y lo ha oído perfectamente. En realidad lo han oído todas las personas que había por ahí, e incluso las que todavía no habían salido hoy y se han sentido tristes porque no iban a ninguna parte. Mi hermano ha levantado la mano y ha gritado, “¿Qué hacéis?” y Camila, que no grita tanto, pero bastante, ha contestado “¿Estamos jugando en el balcón y tú?”. Mi hermano, aquí, ya sentía un poco de vergüenza y nos ha dicho adiós con las manos. Hacía 63 días que los niños no veían a su tío. Bienvenidos a la vida moderna.
Los niños han continuado jugando con sus cosas cuando de pronto he oído un “ohhh”. Conozco los “ohhhs”, nunca son algo bueno. He ido a ver qué ocurría y he visto a Pablo con las manos en la boca y temblando. “¿Qué ha pasado, qué has hecho?”, ha preguntado Camila. “No, te enfadarás”, taratamudeaba el niño, poniendo cada vez más nerviosa a Camila. “Qué has tirado, has tirado algo, qué has hecho”, ha insistido la niña, mirando la calle por el balcón. Aquí Pablo estaba tan nervioso que temblaba y se le cortaba la voz, incapaz de encontrar las fuerzas necesarias para responder y confesar.
“¿Qué ha pasado, Pablo? No tengas miedo”, he dicho yo, y el niño ha confesado, ha dicho que se le ha caído un cachorro de tigre, uno de los animales favoritos de Camila. “Te odio, nunca volveré a dejarte ninguno de mis juguetes”, ha gritado Camila y se ha ido llorando a su habitación. Es una niña muy dramática. “Ha sido sin querer”, exclamaba Pablo, que sólo quería que su hermana le perdonase.
Los dos creían que la calle era un lugar de no retorno, que con el coronavirus se había convertido en un espacio prohibido. Yo también lo creía, pero su madre ha dicho: “tranquilos, lo veo desde aquí, ahora baja papá y lo busca”. No hay nada que me guste más que decidan por mí, me da valor de estar haciendo lo correcto. Los dos estaban llorando desde habitaciones contrarias, así que tampoco tenía muchas opciones.
He bajado con guantes y todo. La mascarilla no ha sido necesaria. Por supuesto, donde creía haberlo visto Carmen no estaba, pero con un poco de suerte lo he encontrado unos cinco minutos después. Nadie se atreve a coger nada del suelo, creo, así que tampoco sufría mucho por el muñeco. Cuando he llegado a casa me he sentido como un bombero que devuelve al bebé a su madre después de sacarlo de la casa en llamas. Aunque yo he metido al pequeño tigre en un barreño con agua y lejía. Esperemos que los bomberos no hagan esto con los bebés, ni aún en tiempos de coronavirus.
Así que poco a poco los niños se han ido perdonando. “Esto es muy vintage”, han empezado a gritar. “No, señora esto es muy vintage”, ha dicho Pablo. “No señor, se dice viiintage, viiiintage”, le ha respondido la niña. “Camila, ven aquí, ¿qué es vintage?”, le ha preguntado su madre, “No lo sé, pero es una palabra muy interesante”, ha contestado y se ha marchado. Todas las palabras interesantes son las que no se entienden. Esto ha pasado toda la vida, porque lo único de interesante que tienen las palabras es empezar a entenderlas. “¡VIva el vintage”.
Ah, se me olvidaba. Por la mañana, hemos pintado la famosa ciudad que la profesora de Camila le hizo construir con unos cartones. No ha quedado mal, si tenemos en cuenta las ganas que le hemos puesto. “Si hubiese un concurso de ciudades, seguro que ganábamos”, ha dicho Camila. Me encanta su confianza, me encanta que grite vintage simplemente porque le suena bien, sin tener ni idea de lo que significa. Ese espíritu nos sacará de esta.
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