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William Blake: Las visiones del poeta para escapar de las paredes de la razón

A los nueve años vio ángeles sobre un árbol y de adulto a Job arrasado por una infección estafilocóccica

Una de las ilustraciones de William Blake de "El libro de Job"
Una de las ilustraciones de William Blake de "El libro de Job"La RazónArchivo

A los nueve años, en 1766, William Blake, llegó al parque de Peckham Rye y un extraño fulgor le detuvo. El niño, que vivía en el barrio londinense del Soho, no soportaba la sensación que las calles llenas de gente, humo y malos olores le provocaban, así que desde los seis años daba largos paseos hacia el sur de la ciudad, más verde y abierto. Siempre iba solo, caminando unos nueve kilómetros, dejándose asombrar por lo que encontraba a su alrededor. Pero aquel día fue diferente.

Uno de los árboles de aquella explanada pareció encenderse con fulgores dorados y al acercarse intrigado, Blake vio con claridad ángeles sobre las ramas que desprendían “destellos como estrellas". No se asustó, no podía, para él aquello era una señal de belleza y bondad, y feliz fue corriendo a contarles a sus padres lo que había visto.

Abrió la puerta de casa sin aliento y reunió a su padre y madre para contarles aquella celestial visión. No obtuvo la respuesta que esperaba. Su padre, harto de la “locura” de su hijo, que ya a los cuatro años había dicho que había visto al profeta Ezequiel debajo de la cama, se sacó el cinturón y lo agarró del brazo para darle unos azotes. Su madre, más tolerante, lo impidió, pero el recuerdo de aquel día dejó una impronta indeleble en el futuro poeta y pintor. Su vida se decantó definitivamente por lo espiritual, donde existían ángeles de extrema belleza. Lo material, representado por la furia incrédula del padre y ese Londres que no entendía de maravillas, empezó a darle repulsión. Nacía así el poeta inglés que preformó a todos los románticos.

Sus visiones continuaron y a medida que crecía se fueron haciendo más complejas, reveladoras y peligrosas. Como documentó su mujer, Catherine, en una ocasión vio asomarse por su ventana lo que él creyó era la cabeza de Dios. El impacto de ver aquella perfección le estremeció, incapaz de entender lo que estaba mirando, y no pudo más que empezar a gritar acongojado. Fue la única de sus visiones en la que tuvo que apartar la vista.

Otra de sus visiones le llevaría a ilustrar el “Libro de Job”, personaje bíblico con el que el poeta se sentía muy identificado. En una de sus visiones, que luego él dibujaría, vio a Job lastrado por la enfermedad, sufriendo en solitario después del rechazo de su mujer y familia, en una imagen que se cree representaba un abceso, con la cabeza inclinada hacia atrás como si sufriera una meningitis avanzada. EL título de la obra, “Job afligido por forúnculos dolorosos del principio de sus pies hasta la corona de su cabeza” hacian alusión a la bacteria staphylococcus aureus o estafilococos.

¿Tuvo Blake la visión de la enfermedad de Job? Lo cierto es que desde 1966 se llama síndrome de Job a una enfermedad inmunitaria donde el Staphylococcus aureus hace estragos. Este síndrome, es decir, conjunto de signos y síntomas, se debe a un defecto genético, radicado en el cromosoma 4q21, que afecta a la inmunidad y favorece las infecciones no sólo por Staphylococcus aureus, sino de la Streptococcus pneumoniae, Haemophilus influenzae, el hongo Candida albicans o el virus Herpes simplex1.

El creador de “Canciones de inocencia y experiencia” o “EL matrimonio del cielo y el infierno” fue uno de los mayores críticos con la modernidad que se apoderaba de Inglaterra y el mundo, basado en el influjo de la industrialización y la fe en la razón. Muchos le tomaron por loco y su comportamiento asocial y excéntrico no ayudaba. Solía vérsele desnudo con su mujer debajo de un árbol de su jardín, recitando pasajes de “El paraíso perdido”; de Milton o “EL progreso del peregrino”, de John Bunyan.

Sintió verdadera animadversión para otros genios “raros” de la época, como Francis Bacon, John Locke o Isaac Newton, abjurando de sus descubrimientos y definiendo la alquimia y los estudios celestiales de Paracelso y Swedenborg. Para el poeta, la realidad sólo es una ventana cerrada que hay que abrir para poder vislumbrar la belleza y armonía de la existencia. Sus visiones eran expresiones de esta “ventana abierta” a la verdad vital. Sus poemas hoy nos lo recuerda y sus grabados y pinturas se han convertido en iconos de la belleza de la revelación y el poder de la imaginación. No es extraño que las nuevas generaciones millenials vuelvan a reverenciarlo como uno de los suyos.