Pareja

«La estabilidad laboral de la mujer es más determinante que la del hombre a la hora de tener un hijo»

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A la derecha de la imagen, Xiana Bueno
A la derecha de la imagen, Xiana BuenoLa Razón

Un estudio elaborado por investigadores del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad Autónoma de Barcelona y publicado en la revista ‘Perspectivas Demográficas’ ha analizado cómo incide la diferencia educativa y laboral entre cónyugues en la fecundidad de las parejas en España para poner de relieve la importancia de asegurar el trabajo de la mujer a la hora de mantener o aumentar la fecundidad.

– ¿Cuál es el objetivo de este estudio?

– Joan García Román y yo nos propusimos explorar en qué medida, entre las parejas heterosexuales, las características educativas y laborales de ambos miembros influyen en las decisiones de tener un hijo. Lo hacemos en términos de ‘homogamia’ (cuando sus características son similares) o ‘heterogamia’ (cuando son diferentes) de manera que podamos comparar los recursos relativos de cada miembro de la pareja en relación al otro y analizar el calendario y la intensidad de sus pautas reproductivas. Para ello nos hemos apoyado en los datos de la Encuesta de Población Activa entre 2002 y 2018.

– En primer lugar, el informe se refiere a la composición de las parejas. ¿Cómo ha evolucionado en lo que a nivel educativo y ocupación laboral se refiere?

– Durante mucho tiempo predominó un modelo tradicional de pareja en la que sólo el hombre tenía un trabajo pagado, o si los dos trabajaban, a menudo la mujer lo hacía a tiempo parcial y su empleo se consideraba secundario. Por entonces, lo habitual era que el hombre tuviera un nivel de estudios más elevado que el de la mujer. Más recientemente, el mayor acceso de las mujeres a la educación y al mercado laboral ha supuesto un cambio importante en la composición de las parejas. Lo observamos claramente en cómo han aumentado las parejas en las que ambos cónyuges tienen estudios elevados, o en las que ella tiene más estudios que su compañero. Lo observamos también en el hecho de que las parejas de doble ingreso son ahora la mayoría –seis de cada diez– y en cómo el porcentaje de aquellas en las que la mujer se encontraba fuera del mercado laboral se ha reducido a la mitad –de un 30% a un 15% – entre 2002 y 2018. Lo pudimos observar también en cómo a raíz de la recesión económica iniciada en 2008, las parejas dónde la única empleada era la mujer se incrementaron de un 3,5% en 2007 a un 10,5% en 2013. Y si nos centramos en parejas donde ambos trabajan, vemos también como aquellas en las que sólo la mujer cuenta con estabilidad laboral representan alrededor de un 20% frente a un 15% donde sólo el hombre cuenta con dicha estabilidad.

– ¿De qué manera ha repercutido la mejora de la brecha en educación en lo que se refiere al calendario de fecundidad?

– Es esperable pensar que más años dedicados a la educación provocan un retraso en el resto de transiciones a la vida adulta. En todo caso, la respuesta es un poco más compleja, pues en ese retraso interfieren también otros factores, como un cambio de valores y preferencias en relación a la familia y la formación de la pareja, cambios en las actitudes de género, cambios a nivel normativo –normas de edad– , y, sin duda, el contexto institucional (políticas sociales y de conciliación) así como la incertidumbre económica y la inestabilidad del mercado laboral. Todos ellos son factores que contribuyen al retraso del calendario de la fecundidad y explican que España cuente con una de las edades medias al primer hijo más tardías a nivel mundial.

– ¿Y la mejora de la posición de la mujer en el mercado laboral?

– Además de lo ya señalado, cabe añadir que la mujer, al igual que el hombre, busca idealmente obtener cierta estabilidad laboral y económica antes de tener un hijo. Por tanto, aquellas que tengan aspiraciones laborales más elevadas serán también quienes más retrasen su calendario.

– ¿Una mayor precocidad a la hora de ser padres se traduce en una mayor fecundidad de la pareja?

– De manera general, las parejas quieren tener dos hijos o como mucho tres. Por lo tanto, empezar a tener hijos a edades más jóvenes no necesariamente se traduce en una mayor fecundidad. Es más, el ser padres jóvenes es posible que en ocasiones trunque las posibles trayectorias educativas y laborales de los padres e imponga a la pareja una responsabilidad económica ineludible que les mantenga, de alguna manera, ‘atrapados’ en ciertos sectores ocupacionales. En cambio, otras parejas que han podido alcanzar un nivel educativo más elevado, y con ello han podido tener acceso a una mejor posición en el mercado laboral, se las prevé también con la capacidad de alcanzar más fácilmente un nivel socioeconómico que les facilite la decisión de ser padres.

– Así, ¿cuáles son las principales conclusiones del estudio?

– Destacamos dos conclusiones principales. La primera es constatar el importante papel que tiene el empleo femenino en la fecundidad. Es esperable que parejas donde ambos trabajan y tienen estabilidad laboral tengan una mayor fecundidad que parejas afectadas por el desempleo o la inestabilidad. Sin embargo, cuando sólo uno de los miembros de la pareja tiene estabilidad observamos que la de la mujer es más determinante que la del hombre a la hora de tener un hijo. Además, si bien, no observamos diferencias destacables en la fecundidad de aquellas parejas donde él tiene más estudios que ella y aquellas en las que ella tiene más estudios que él, sí constatamos que dichas diferencias existen cuando lo que se mide es la estabilidad laboral de ambos miembros de la pareja. La segunda es que hasta hace poco observábamos que, a menor nivel educativo, se daba una mayor fecundidad. Lo que muestran nuestros resultados, en cambio, es que, actualmente, a pesar del retraso en el calendario, las parejas donde ambos miembros cuentan con una mejor posición educativa y laboral tendrían más hijos que aquellas peor posicionadas.