Opinión

Muletillas

Varios niños de infantil dibujan en una pizarra.
Varios niños de infantil dibujan en una pizarra.Marcial GuillénAgencia EFE

Así llamamos a esas palabras o expresiones en las que nos apoyamos como si fueran eso, pequeñas muletas, y las necesitáramos para iniciar (“bueno”, “verás”, “hombre”, “mira”), sostener (“ya digo”, “¿sabes?”, “¿me oyes?”, “¿eh?”) o concluir una conversación: “o sea, que lo dicho”, “¿no?”, “¿verdad?”.

Pero hay muchas más, y algunas resultan sintomáticas de estos tiempos tan propensos a la autoafirmación individual en que todo el mundo se siente con derecho a proclamar, con cuanta más contundencia mejor, sus opiniones. Estas dos, por ejemplo, “¿me entiendes?”, “¿vale?”, a las que recurre invariablemente esgrimiendo ademán de desafío una conocida tertuliana de los programas del corazón para anudar y rematar sus arrebatos. O estas otras: “te digo una cosa”, confidencial y admonitoria; “es como muy”, cuando uno no atina a precisar algo; “¡venga!”, que revela soltura y despreocupación al despedirse; “jo macho”, “jo tío”, para expresar irritación o asombro, y la segunda como apelación a un parentesco universal; “¡y punto pelota!”, conclusiva, tajante, incuestionable.

Todos, aunque sea sin darnos cuenta, tenemos nuestras propias muletillas, de las que pueden servirse otros para caracterizarnos, como les ha ocurrido a dos expresidentes del gobierno, Felipe González y José María Aznar, a los que aún hoy se les asocia, respectivamente, con aquellos reiterados “por consiguiente” y “mire usted” de sus intervenciones parlamentarias.

Luego están también toda una serie de fórmulas coloquiales muy socorridas que van saliendo continuamente de no se sabe dónde (petarlo, liarla parda, ser un crack, o un friki), herederas de otras no tan lejanas que aún circulan (flipar, molar, de buen rollo, guay). Por no hablar de ese diminutivo eufemístico al que tantos bienintencionados acuden con la pueril intención de limar cualquier atisbo de ofensa o molestia, que todo lo desagradable hay que edulcorarlo: una faltita, un fallito, un puntito... (o sea, que los profesores han de corregir los acentitos, y los señores curas, los pecaditos).