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Sociedad

Así era el Somorrostro: el barrio que Barcelona borró del mapa para construir sus playas olímpicas

Durante décadas fue un barrio de barracas junto al mar que albergó miles de vidas invisibles y su demolición marcó el inicio de la Barcelona moderna

Playa del Somorrostro, siglo XX Arxiu Fotogràfic de BarcelonaArxiu Fotogràfic de Barcelona

Hoy, cuando uno camina por la playa del Somorrostro en Barcelona, pocos imaginan que ese tramo de arena entre la Barceloneta y el Port Olímpic fue durante casi un siglo uno de los barrios más pobres y populosos de la ciudad.

El Somorrostro, un asentamiento de barracas levantado junto al mar, llegó a albergar a más de 15.000 personas en condiciones extremadamente precarias.

Hoy, solo su nombre —recuperado en los años 2000 para rebautizar la playa— recuerda que, allí donde hoy hay turistas tomando el sol, hubo una vez una Barcelona que sobrevivía al margen del sistema.

El Somorrostro no aparece en las guías turísticas, ni suele figurar en los libros de historia urbana de la ciudad. Sin embargo, su existencia fue fundamental para entender cómo Barcelona se ha transformado a costa de su población más vulnerable.

La historia de este barrio desaparecido no solo habla de pobreza, sino también de resistencia, cultura popular y una identidad que nunca llegó a borrarse del todo.

Del asentamiento al símbolo: la historia del Somorrostro

El Somorrostro comenzó a formarse a finales del siglo XIX, en plena expansión industrial de la ciudad. Mientras las élites construían el Eixample, las clases trabajadoras y migrantes —muchas de ellas de origen andaluz, extremeño y gitano— se veían expulsadas a los márgenes.

En las playas del litoral este, entre las chimeneas de las fábricas y el mar, cientos de familias levantaron barracas con sus propias manos. Sin servicios básicos, ni agua corriente, ni alcantarillado, el barrio fue creciendo hasta convertirse en una ciudad dentro de la ciudad, con sus propios códigos, oficios y redes de apoyo.

Uno de los símbolos más célebres de este mundo fue Carmen Amaya, nacida en el Somorrostro en 1913.

La bailaora flamenca llevó el nombre del barrio por todo el mundo, actuando incluso para el presidente Roosevelt en la Casa Blanca. Su figura es uno de los pocos rastros visibles que quedaron tras la demolición sistemática del barrio.

La desaparición del Somorrostro comenzó en los años 50 y se aceleró en los 60. En 1966, con motivo de una visita de Franco a Barcelona, las autoridades decidieron derribar las barracas que daban al paseo marítimo para evitar “una mala imagen”.

Las familias fueron reubicadas en polígonos de la periferia y el barrio fue literalmente borrado del mapa. En su lugar, se crearon zonas portuarias, solares industriales y, décadas después, las playas que hoy conocemos.

La ciudad que emerge tras las ruinas: del Somorrostro al nuevo litoral

Con los Juegos Olímpicos de 1992, el litoral barcelonés vivió una segunda gran transformación. El frente marítimo fue regenerado, las playas limpiadas y el Port Olímpic construido sobre los terrenos que antaño pertenecieron al Somorrostro. La operación fue aplaudida como un éxito urbanístico, pero también significó la definitiva desaparición física de lo que quedaba del barrio.

No fue hasta el año 2010 que el Ayuntamiento decidió recuperar el nombre de playa del Somorrostro, en un intento de rendir homenaje a esa parte olvidada de la historia urbana. Hoy, una placa discreta recuerda que allí hubo un barrio lleno de vida, cultura y lucha.

¿Qué queda del Somorrostro hoy?

El Somorrostro no fue el único barrio de barracas de Barcelona —también existieron el Carmel, el Turó de la Rovira o Montjuïc—, pero sí fue uno de los más icónicos.

Su historia representa una Barcelona de la que casi nadie habla, pero que existió a escasos metros de la ciudad burguesa y modernista. Una ciudad paralela que, a pesar de las condiciones extremas, generó comunidad, cultura y raíces.

El legado del Somorrostro sigue vivo en las memorias orales, en algunas iniciativas vecinales, en libros como La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza o en documentales como Barrio de barracas. Y, sobre todo, sigue presente en la Barcelona mestiza y compleja que no cabe en las postales turísticas.

Una ciudad que avanza sin olvidar

La historia del Somorrostro es también la historia de cómo Barcelona se convirtió en una ciudad moderna a costa de su periferia social.

Hoy, mientras miles de visitantes pasean por la playa que lleva su nombre, es importante recordar que ese mismo lugar fue hogar —aunque precario— de miles de personas que construyeron la ciudad desde abajo.

Recuperar su memoria no es solo un acto de justicia histórica. Es también una forma de entender mejor la Barcelona actual: una ciudad orgullosa de su diseño, pero que debe mirar al pasado para no repetir errores y no olvidar a quienes alguna vez fueron invisibles