
Opinión
La transparencia y el anonimato
Sí, la transparencia es una forma exquisita de hacerse invisible. Platón lo consigna también en el mito de Giges en la República

En la escena primera del primer acto de Otelo, Shakespeare hace decir al malvado Yago: “I am not what I am”. Una traducción sin demasiadas pretensiones arrojaría un sencillo: “Soy lo que no soy”, que sería una alusión por oposición al Dios del Génesis. Yago, perverso, sería el antónimo de Dios cuyo verdadero nombre es “Yo soy el que soy” (Ex. 3,14), un ser que no necesita ni de la apariencia ni del engaño, un ser que se presenta tal cual es, aunque no sea transparente, ni mucho menos, a la inteligencia.
Algunas traducciones más elaboradas, más reflexivas, ponen en boca de Yago una paráfrasis más compleja: “Soy lo que aparento no ser”. Podríamos decir que Yago es su máscara, esa artificiosa invención sumamente inteligente de su personal branding. Como aquella serpiente que seduce a Adán y Eva, en un momento de la historia en que todavía las serpientes no ofrecían especial recelo a la especie humana, Lucifer se enmascara de seducción transparente y de verdad. Su transparencia es su verdad, porque “Lucifer” significa eso, “portador de luz”, “portador de transparencia”. Por poco que uno reflexione sobre esta vieja narración la suma transparencia debería producirle cierta zozobra porque no hay mejor máscara que volverse transparente.
Sí, la transparencia es una forma exquisita de hacerse invisible. Platón lo consigna también en el mito de Giges en la República. Al verdadero Yago todavía le queda cierta consciencia de sí mismo para poder afirmar que él es lo que no es. Pero, la perseverancia en el rol de enmascarado, tantas veces lo hemos visto, lo podría convertir en su propia máscara, en su propio rol, en su propio perfil, en su propio personaje. Devorado por su propio branding el verdadero Yago sería incapaz de advertir su propio engaño, sería incapaz de afirmar “I am not what I am”, y todo porque se ha vuelto “transparente” a sí mismo, completamente inteligible, sin sombras ni misterios.
Yago es, probablemente, más malvado que Macbeth. Pero en ambos personajes shakespearianos contemplamos la radicalidad del mal. En estos personajes, para los que el mal sigue siendo un misterio profundo y nada transparente, todavía hay alguien que comete el mal. Por el contrario, tomemos el caso del nazi Eichmann funcionario del Reich, capaz de formar parte de un engranaje anónimo, transparente, que llevó a la muerte a millones de personas. La personalidad de Eichmann, su identidad, quedó reducida al papel de una máquina sin conciencia, nos relata Arendt. Eichmann en el Juicio de Jerusalén, para sorpresa incluso de su abogado, se mostró orgulloso de su intachable papel de funcionario que obedece. Eichmann, despersonalizado, transparente, valía lo que valía su papel en la logística de Hitler, no parecía tener consciencia de la gravedad del mal cometido. Dice Byung Chul Han que la “maquinización” administrativa es lo propio de una sociedad “transparente”; una sociedad en la que es preciso eliminar la libertad exterior y la interior de las personas para que el Estado funcione bien “engrasado”. Es este anonimato transparente el que lleva a la banalidad del mal.
Cuando alguna persona o institución se autodeclara “transparente”, y hace esfuerzos de transparencia, me produce la extraña sensación, cuando no de engaño manifiesto, al menos de un sentido muy estrecho de la noción de verdad. Que todo no sea transparente no quiere decir que todo sea falso o engañoso; más engañoso es seguir el mantra de la transparencia y hacer visible el aire, esto es, desnaturalizarlo, desposeerlo de su verdad.
✕
Accede a tu cuenta para comentar