Ciencia
El falso moho que resuelve problemas de inteligencia
El Physarum polycephalum es una comunidad de células relativamente independiente que, sin embargo, se mueve como un solo organismo coordinado, resolviendo laberintos y almacenando memorias.
¿Qué es la inteligencia? Es curioso como podemos intuir el significado de cosas que no sabemos describir, porque todo el mundo sabe reconocer la inteligencia cuando la ve en otro ser humano, pero ¿y en otros animales? La intuición nos puede jugar malas pasadas, así que necesitamos una buena definición, algo a lo que agarrarnos más allá de todo sesgo para afirmar que: un cuervo es un ser inteligente. Y si ya es difícil definir la inteligencia en animales, imagina las complicaciones que trae usar este término con otras formas de vida.
Imagina un ser como aquel con el que soñó el maestro Stanislav Lem en su obra “Solaris”. Un mar vivo que se deforma a voluntad, creando figuras avanzando costa adentro. Aquel ser viscoso y descomunal arropaba al planeta como una capa de vida totalmente incomprensible, pero sin duda inteligente. Cuando Lem habló de sus mimoides alzándose sobre el océano, no podía imaginar que en nuestro planeta existiera una versión miniaturizada de sus delirios oníricos.
El falso moho andante
Se trata de un moho mucilaginoso, que, pardójicamente, ni siquiera es un moho, sino un protista, y aunque parezca mentira, está más emparentado con las amebas que con cualquier horror lovecraftiano. En concreto la especie se llama Physarum polycephalum y está formada por enormes comunidades de células independientes que se ponen de acuerdo para comportarse como un organismo “pensante”, con memoria y capaz de resolver laberintos.
El cuerpo de este extraño ser está formado por una sustancia viscosa llamada protoplasma en la que están suspendidos multitud de núcleos de todas las células que se han unido para formarlo. El plasmodio, que así se llama al agregado de células de Physarum polycephalum y muestra comportamientos salidos de una mente colmena de pura ciencia ficción.
De su cuerpo amarillo brillante surgen proyecciones tentaculares que forman las avanzadillas por las que deja fluir el protoplasma, extendiéndose y reconociendo el terreno como hacía la planetaria bestia de Lem con las costas de Solaris. Tantea el terreno en busca de un rastro que le lleve hasta su alimento. Una vez lo encuentra se detiene, lo digiere y con las energías recuperadas puede fijarse y transformar sus protuberancias en esporangios, una suerte de antenas coronadas por un engrosamiento cargado de esporas. A su vez, de cada espora nacerá una nueva célula que, junto con muchas otras, algún día formará un nuevo plasmodio completo que volverá a empezar el ciclo desde el principio.
Algo más que caminar
Sin embargo, este ser hace mucho más que coordinarse para avanzar en busca de alimento. Los científicos que lo estudian han puesto a prueba al plasmodio de formas realmente ingeniosas, como si fuera un ratón en el laboratorio de un psicólogo conductista.
Unos de los experimentos más conocidos son aquellos que implican el uso de laberintos. En ellos, el Physarum demuestra que no avanza de cualquier manera, sino que es capaz de encontrar su camino hasta la salida. Y, lo que es más, no es que se quede tranquilo encontrando una vía de escape cualquiera, sino que es capaz de dar con el camino más corto hasta el exterior del laberinto, donde la comida le está esperando.
Pero hay una vuelta de tuerca más, porque si sacamos al plasmodio a un terreno sin muros y callejones sin salida, podremos ver algo casi igual de inquietante. El experimento consiste en colocar gránulos de alimento distribuidos por la misma superficie que él, y simplemente observar cómo sus largos pseudópodos van lanzando puentes entre los gránulos para conectar al plasmodio con cada fuente de alimento que esté a su alcance.
Tal vez pienses que lo del laberinto era más llamativo, pero espera, porque si situamos los gránulos replicando la ubicación de las principales ciudades de un país, los zarcillos del plasmodio se extenderán de una forma casi idéntica a las mayores carreteras de dicha nación. ¿Cómo es posible? La verdad es que los científicos no están seguros, pero es posible que el moho utilice algoritmos similares a los de nuestras redes neuronales o a los de las hormigas. En ellos, se prueban soluciones al azar, caminos nuevos que, si no llevan al resultado esperado simplemente se “olvidan” mientras que los buenos se refuerzan poco a poco optimizando las respuestas del plasmodio.
Pero, si es capaz de aprender de sus respuestas ¿quiere esto decir que este ser vivo también tiene memoria?
Imaginemos que tomamos un plasmodio de Physarum. Su superficie está relajada, suave y maleable. Sin embargo, nos entra el incontrolable impulso de soplarle y, en cuanto la corriente de aire roza su amarillo cuerpo, este se encoge, como si fuera un acto reflejo. Solo con esto ya sería sorprendente, pero imaginemos que nos ha hecho gracia y volvemos a soplarle y repetimos el proceso regularmente cada varios minutos. Llegará un momento en que empezará a ocurrir algo extraño, el plasmodio “predecirá” el soplido anticipando su contracción. Es más, aunque dejemos de soplarle seguirá contrayéndose con la misma regularidad durante algún tiempo.
Preguntas desde nuestro reflejo
Todo esto despierta más preguntas que respuestas porque a fin de cuentas la membrana que lo aísla del medio no parece nada del otro mundo y la red de tubos que lo recorren bombea poco más que nutriente y protoplasma de un lado a otro. En estas condiciones, parece de fantasía pensar que este ser pueda comportarse de forma inteligente, como una mente colmena sin estructuras, pero capaz de resolver problemas complejos. casi imposible que algo tan distinto a nosotros pueda comportarse de forma inteligente. Y todo eso nos hace pensar.
Porque, a fin de cuentas, nuestro cerebro también está compuesto por estructuras más sencillas, neuronas, ramificadas en millardos de conexiones y con una membrana y un interior igual de engañosos que los de nuestro Physarum. ¿Quién podría imaginar que de nuestras neuronas podrían nacer sonetos, las matemáticas y el renacimiento? Una pregunta que nos lleva a hacernos muchísimas más:
¿Podemos considerarlo un ser inteligente? ¿Su comportamiento es “aprendizaje”? ¿Piensa? Y si lo hace ¿tiene algo que ver con la forma en que piensan los animales con sistemas nerviosos primitivos? ¿Tiene el falso moho una mente como tal o es tan solo una serie de órdenes muy bien aprendidas? Y si tan solo es un algoritmo muy complejo ¿no somos nosotros algo parecido? Pronto abandonaremos el mundo de la fisiología y remojaremos los pies en la filosofía de la mente, porque hay respuestas que buscamos desde que el humano es humano y que tal vez encontremos mirando nuestro reflejo en otras formas de vida. Casi con miedo nos preguntamos ¿es acaso el Physarum consciente?
Nos faltan respuestas (por ahora).
QUE NO TE LA CUELEN:
- No podemos afirmar que Physarum polycephalum sea inteligente, al menos por ahora. Sin embargo, tiene un comportamiento que parece inteligente, tanto como el de algunas redes neuronales que en el pasado consideramos exponentes de la Inteligencia Artificial.
- El Physarum polycephalum no es un hongo, aunque se le suela llamar “hongo mucilaginoso”.
- Lo más probable es que este organismo no cuente con los procesos que la neurociencia llama “top-down”, que podríamos entender como que son dirigidos de forma consciente.
REFERENCIAS (MLA):
- American Association for the Advancement of Science. “Slime design mimics Tokyo’s rail system: Efficient methods of a slime mold could inform human engineers.” ScienceDaily, 22. 2010.
- Nakagaki, T., Yamada, H. & Tóth, “Á. Maze-solving by an amoeboid organism.” Nature 407, 470. 2000.
- Christina Oettmeier. “Integrated mechanisms of cellular behavior: Cell biology and biological physics of the slime mold Physarum polycephalum” Universität Bremen. 2019.
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