Ciencia
Los encuentros sexuales más inquietantes del reino animal
Estamos muy acostumbrados a cómo funciona el sexo en los homínidos, pero la naturaleza tiene mucho que enseñarnos (queramos a no)
El sexo en seres humanos no es demasiado complejo. Tenemos genitales que encajan bastante bien y que ayudan a transferir el esperma hasta los óvulos de forma segura. Inserción, repetición y poco más. Por supuesto, las estructuras anatómicas implicadas y la cascada bioquímica que hacen posible todo esto tienen una enorme complejidad, pero la historia se cuenta rápido. Y, dichosos de nosotros, en nuestro antropocentrismo solemos asumir que el sexo del resto de seres vivos es igual o más “aburrido” que el nuestro. Ahora sabemos que en el reino animal hay muchísimos casos de sexo homosexual, los murciélagos de la fruta prolongan el coito mediante el sexo oral, los delfines se masturban y los erizos hacen ambas cosas a la vez, practicando una inquietante autofelación.
Y hasta aquí tampoco hemos contado nada realmente extraño, solo procedimientos con los que estamos bastante familiarizados. Sin embargo, el reino animal está lleno de sorpresas y, durante los siguientes párrafos, conoceremos algunas prácticas sexuales más sorprendentes y/o sobrecogedoras de la naturaleza. Hembras que absorben el cuerpo de los machos hasta reducirlos a un par de testículos, hermanos que copulan en el interior de su madre muerta y animales que le atraviesan la cabeza a su pareja de un disparo, todo para que aumente su fertilidad.La reproducción sexual es complicada y está cargada de inconvenientes, lo cual ha aguzado el ingenio de la evolución, dando a luz soluciones más extrañas que las que pudiera haber soñado el más perturbado de los surrealistas.
La penetración “creativa”
El mundo exterior es hostil y nuestras células reproductoras no sobreviven demasiado en él. Hay muchos animales que liberan sus gametos (que así se llaman) al agua, para que se mezclen con las huevas, pero la evolución permitió optimizar ese proceso y asegurar así el éxito de la misión ¿Y si la fecundación no fuera externa, sino interna? De ese modo, surgieron órganos preparados para acoplarse entre sí e intercambiar estas células sexuales. Un ejemplo extremo es el del pene en sacacorchos de los patos, preparado para proyectar sus 20 centímetros en el aire y copular por la fuerza. Es tan dramática la situación que las hembras han desarrollado vaginas enroscadas en la dirección contraria para así defenderse.
Por supuesto, hay casos de reproducción externa más controlada, como es el de algunos escorpiones, que depositan un saco de esperma en el suelo y “bailan” con la hembra hasta colocarla sobre el fluido. Del mismo modo, también existen fecundaciones internas más creativas, que no aprovechan tanto los conductos anatómicos, sino que emplean la fuerza bruta. Un ejemplo es el de ciertas especies de chinches que, “apuñalan” a la hembra en su abdomen con su aparato reproductor (el paramere) y, una vez allí, los espermatozoides ya buscarán a los ovarios. El proceso se conoce como “inseminación traumática”. El proceso es tan agresivo que las hembras se apartan de los enjambres para curar sus heridas y evitar nuevos apuñalamientos que podrían terminar con su vida.
Y, ya que hablamos de sexo duro y traumático, cabe reseñar la cópula del caracol de jardín. Solemos conocerlos por ser hermafroditas, con órganos reproductivos de ambos sexos en cada individuo, pero esconden algo más sorprendente. Durante el coito disparan dardos que proporcionalmente tendrían el calibre de una espada y los propulsan con tal fuerza que pueden llegar a atravesar el cuerpo de su pareja. En este caso el propósito no es inseminar, sino inyectar una bomba de sustancias que aumenten la fertilidad del otro molusco.
Juego de tronos para ácaros
Aunque, si lo que nos interesa es el drama y los apuñalamientos y disparos no sacian nuestra curiosidad, el ejemplo que estamos buscando es el de los ácaros del género Adactylidium. Lo primero que debemos saber de estos entrañables arácnidos es que no ponen huevos como tal, sino que la madre los conserva en su interior. Esto no es tan extraño, pues, a fin de cuentas, existen muchas especies ovovivíparas, esto es: que conservan los huevos dentro hasta que eclosionan, pariendo entonces a sus crías. Sin embargo, el caso del Adactylidium es diferente, porque, cuando los huevos se abren, las crías no salen de la madre. Sus planes son otros, como los de un adolescente cualquiera que se queda en casa hasta que tienen la vida hecha. Los ácaros se alimentan en el vientre de su madre y alcanzan dentro de ella la madurez sexual. Es entonces cuando empieza la fiesta.
De todos los huevos incubados, uno suele ser macho, lo justo para que haya un varón que insemine al resto. Estamos hablando de sexo entre hermanos antes de nacer del cuerpo de su progenitora. Una terminada la “fiesta”, las crías abren un agujero en el cuerpo del cadáver de su madre para escapar al exterior. El macho no tardará en morir, y sus hermanas crecerán para dar a luz a sus incestuosos vástagos, que repetirán la historia una y otra vez.
Y es que, si puedes imaginarlo, posiblemente ya exista en la naturaleza. Hay que entender que estamos hablando de miles de millones de años de evolución durante los cuales ha podido pasar de todo. Para hacernos una idea, hay animales como las medusas que se inseminan a través de la boca, el equivalente a fecundarnos mediante el sexo oral. Otros casos, como el de algunos calamares, nos hacen replantearnos qué significa el sexo seguro, pues el esperma es capaz de atravesar la piel de la hembra.
Machos prescindibles
Al principio del artículo hablábamos de casos donde los machos se comportaban con extrema violencia, pero, frente a ellos, hay situaciones donde simplemente están de más. El ejemplo más clásico es el de la partenogénesis, por el que determinadas hembras de insectos, reptiles, peces y otros animales, pueden reproducirse sin necesidad de machos, “clonándose” a sí mismas. Así funciona el caso de las pulgonas que, en muchas especies, ya nacen preñadas de sí mismas, como si fueran una muñeca rusa.
En cualquier caso, cuando aquí hablamos de machos prescindibles nos referimos a algo más preocupante. Casi todos hemos oído hablar del caso de las mantis religiosas. Insectos depredadores donde, tras copular, la hembra decide darse un banquete a costa del macho. La realidad es que no siempre lo devora. De hecho, apenas ocurre una quinta parte de las veces. Sin embargo, en cautividad, donde el macho no puede huir, el porcentaje aumenta notablemente. ¿El motivo? No parece estar del todo claro, pero mezcla una búsqueda de nutrientes con otros factores más especulativos, como que, al devorar la cabeza del macho, destruye su ganglio supraesofágico (que actúa como una suerte de cerebro) evitando que este inhiba determinados impulsos y haciendo que el macho (o lo que queda de él), se empeñe más en la cópula.
Y con esto llegamos al último gran ejemplo, que posiblemente sea de los más espectaculares. De los insectos pasamos a los peces, concretamente a algunas especies de las profundidades, como los rapes (de la familia Lophiidae). Uno de los casos más estudiados es el del género Neoceratias, donde la hembra y el macho tienen una diferencia de tamaños formidable. El macho, pequeño como es él, tiende a morder a la hembra en su parte trasera, quedándose cerca de su oviducto, para liberar su esperma y que se mezcle con los huevos durante el desove. Sin embargo, la historia no termina aquí, porque lejos de conformarse, la hembra comienza a absorber literalmente al macho hasta dejarlo reducido a un par de testículos y una pequeña protuberancia en la retaguardia de la hembra. Todo su papel se limitará a la fecundación a partir de ahora.
Esto es solo una breve degustación de las “locuras” sexuales que la evolución nos ha dado. Y eso por no hablar del espinoso pene de los gatos, o de la cópula con bloqueo de los perros, que les mantiene unidos durante un tiempo prudencial para evitar competidores. Los ejemplos son interminables y tan variados como queramos. Porque, después de todo, nuestras versiones más atrevidas del Kamasutra son apenas una pequeña nota al pie de página de la naturaleza.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Sería un error juzgar todas estas actividades animales bajo nuestros criterios éticos, que no solo son humanos, sino que posiblemente se circunscriban a nuestra cultura, sea la que fuere. Esto no significa que cualquier cosa pueda ser defendible, pero tampoco que podamos medir todo por el mismo patrón humano.
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