Evolución

Las canguros tienen 3 vaginas y 2 úteros (y lo aprovechan al máximo)

El sistema reproductor de los marsupiales está preparado para convertirlos en una máquina de parir

Ualabí macho persiguiendo a una hembra albina
Ualabí macho persiguiendo a una hembra albinaTambako the JaguarCreative Commons

Más allá de sus proverbiales peligros, Australia es una tierra que nos hace sentir pequeños, tanto literal como figuradamente. Hablamos de un país casi tan grande como Europa, pero mucho más indómito. Sus vastísimas llanuras y desiertos nos recuerdan lo diminutos que somos. Pero sus efectos menguantes desbordan lo físico y afectan directamente a nuestro intelecto, porque con un rápido vistazo a su fauna recordamos lo poco creativos que somos en comparación con la madre naturaleza.

Dice la regla de Orgel que “la evolución es más inteligente que tú”, y aunque esta frase es algo exagerada, es cierto que la evolución ha sabido resolver cada problema con el que se ha encontrado, desarrollando los mecanismos de supervivencia más enrevesados que podamos pensar. No nos engañemos imaginando a los marsupiales como mamíferos casi prehistóricos anclados a un tiempo ya pasado. Más allá de la distintiva bolsa y su aspecto adorable, su interior es una máquina biológica tan sofisticada como cualquier otra y uno de los mejores ejemplos es su extraño aparato reproductor. La primera sorpresa llega al saber que algunos, como ciertos canguros, poseen dos penes móviles, la segunda viene al descubrir que los genitales de las hembras son incluso más espectaculares.

El origen de su extravagancia

Durante algún tiempo se pensó que los marsupiales eran mamíferos primitivos que todavía no habían desarrollado la placenta. Nosotros, los placentarios, éramos vistos como sus descendientes y nos contábamos la historia de que, en algún momento entre su aparición y la nuestra, los mamíferos habías desarrollado ese maravilloso órgano compartido entre la madre y el embrión que hace posible la gestación. Antes de que apareciera la placenta, los mamíferos tenían que inmunosuprimirse durante la gestación para que sus defensas no atacaran por error al embrión. Por eso creíamos que los marsupiales, pobres de ellos, tenían que parir crías poco desarrolladas que se arrastraban a ciegas hasta la bolsa, donde terminarían de formarse. Sin placenta (y sin un huevo que las recubra) era necesario que expulsaran a las crías de su cuerpo cuanto antes. No obstante, ahora sabemos que la historia de los mamíferos no fue exactamente así. Marsupiales y placentarios, llamados técnicamente metaterios y euterios, son clados hermanos y aunque muchas personas se dejen confundir porque los marsupiales se llamen mamíferos “no placentarios”, estos sí que tienen placenta.

Visión esquemática de la placenta
Visión esquemática de la placentaOpenStax CollegeCreative Commons

La placenta surgió, en realidad, hace entre 150 y 200 millones de años y el último antecesor común entre un canguro y tú vivió hace unos 160 millones de años, durante el Jurásico. Esto lo sabemos porque el primer mamífero placentario del que tenemos constancia, Juramaia, vivió por aquel entonces, por lo que la división debió de ocurrir poco antes. Por otro lado, podemos saber con cierta precisión cuándo surgió la placenta haciendo un análisis de los genes implicados en su formación. Así es, precisamente, como descubrimos que ese hito en la historia de los mamíferos se debió, probablemente, a la infección de un virus. Sin él, posiblemente, no habría aparecido la placenta.

Origen y evolución temprana de los mamíferos metaterios
Origen y evolución temprana de los mamíferos metateriosWilliamson TE, Brusatte SL, Wilson GPCreative Commons

Así que sí tienen placenta, aunque no esté tan desarrollada como la nuestra. Y ese es el punto de conflicto, porque si ya existía en ellos una placenta primitiva ¿por qué no se siguió desarrollando para permitir parir crías cada vez más desarrolladas? Para hacernos una idea de la gravedad de la situación: un canguro recién nacido es ciego, carece de patas trasera, mide 2 centímetros y se ve obligado a escalar unos 15 centímetros a través del denso pelaje de su madre para alcanzar la seguridad de la bolsa materna. Su primer contacto con el mundo equivale a que nosotros trepáramos una pared de unos 17 metros con los ojos vendados, usando solo nuestros brazos y luchando contra la resistencia de un bosque de pelo. Una vez llegue a la bolsa, se alimentará de una leche fácil de digerir para su jovencísimo estómago y rica en anticuerpos para contribuir a su desarrollo inmunitario, pero el viaje que lo ha llevado hasta allí no parece demasiado práctico. ¿Por qué no han desarrollado más su placenta para así parir a crías mayores? Parte de la respuesta la encontramos en su triple vagina.

3 vaginas muy organizadas

El motivo es que la evolución no siempre deja hacer lo que se pretende y ha de ceñirse, en la medida de lo posible, a estructuras previamente presentes. Algunas cosas son relativamente fáciles, como cambiar el tamaño y proporciones de un tejido, pero cuando se trata de “desenredarlos” la situación es más compleja. La realidad es que la vagina de los marsupiales está dividida en tres conductos paralelos. Todos ellos desembocan en el mismo lugar y parten de un mismo punto, como si fueran asas, pero cumplen funciones diferentes. Podemos imaginarlo como una vagina recta en el centro y dos curvas con forma de lazo a cada uno de los lados de la central.

Aparato reproductor femenino de un marsupial durante la gestación
Aparato reproductor femenino de un marsupial durante la gestaciónFrancesca Stewart, C. H. Tyndale-BiscoeCreative Commons

Las laterales están destinadas a la penetración y por lo tanto serán por las que ascienda el esperma para atravesar el aparato reproductor. La vagina central, en cambio, constituye el canal del parto, el conducto que habrá de atravesar embrión para llegar al mundo exterior. El problema es que esta última es relativamente estrecha y ensancharla no parece una opción sencilla debido a que, como si hubiéramos enhebrado una aguja, cada asa de estas vaginas está atravesada por un uréter, los conductos que conectan los riñones con la vejiga. Podríamos decir que las vaginas están separadas por uréteres y que estos, en cierto modo (y no siendo la única causa) limitan cuánto se pueden distender. A su vez, esto condiciona el tamaño máximo de la cría durante el parto y explica la poca necesidad que tienen de tener una placenta más desarrollada.

Tres vaginas perfectamente organizadas y cada una con una función, aprovechando al máximo las limitaciones que la anatomía conlleva. Cada vez está más claro que el sistema reproductor de las hembras de los marsupiales es tan extraño que parece sacado de otra dimensión, pero aun queda un último giro, porque si bien algunos machos tienen dos penes y las hembras cuentan con tres vaginas, resulta que también poseen un número “atípico” de úteros.

2 úteros

Esas tres vaginas conducen hasta un par de úteros que suponen, probablemente, una de las mayores genialidades reproductivas de los marsupiales. Por lo general podemos representar a los animales en dos grupos según su estrategia reproductiva. Los animales con una estrategia reproductiva K, como nosotros, tienen pocas crías en cada parto y las cuidan durante mucho tiempo, invirtiendo una gran cantidad de energía en ellas para asegurar su supervivencia. Esto significa que los K suelen espaciar bastante sus gestaciones, esperando a que el vástago anterior se pueda cuidar por sí mismo. Por la contra, la estrategia reproductiva R es de animales con entornos inestables y que no pueden permitirse invertir demasiada energía en un solo retoño, por lo que paren “al por mayor” y casi sin descansos.

Pues bien, los marsupiales caen (en ciertos aspectos) en una zona de penumbra entre ambas estrategias. Las zarigüeyas, por ejemplo, dan a luz un buen número de crías, pero otros como los canguros, los koalas o los uombats suelen tener un vástago por camada. Y aquí es donde entra el doble útero, porque gracias a él han encontrado una forma de tener un respetable número de crías a pesar de que las gesten de una en una. Pongamos un ejemplo extremo, como el de algunos canguros. Las hembras tienden a enlazar gestaciones una tras otra casi desde que dejan de mamar. Aunque más que enlazarlas, las solapan, pudiendo cuidar a tres retoños simultáneamente, cada uno en momentos distintos del desarrollo.

Imaginemos que una canguro está gestando un embrión en su útero derecho, cuando nazca, el recién nacido se arrastrará hasta la bolsa para mamar y dejará libre el útero. No obstante, todavía no se ha recuperado del proceso, pero por suerte está el útero izquierdo, preparado para albergar vida cuanto antes. Cuando nazca este segundo embrión unos 36 días después de la cópula, desplazará al que estaba en la bolsa (el cual, normalmente ya tiene unos 9 meses porque las gestaciones guardan cierto descanso entre ellas) No obstante, aunque haya sido “expulsado” del marsupio, la madre lo seguirá amamantando durante otros tres u ocho meses más, empleando una leche muchísimo más grasa que la del recién nacido. Y claro, durante la última gestación el útero derecho ha podido descansar lo suficiente como para volver a estar a punto, permitiendo que, mientras cuida sus dos crías (una en la bolsa y otra fuera) geste a una tercera. Esto posibilita que, cada cierto tiempo, las canguros tengan tres crías a su cuidado, como si fueran una fábrica de producción en cadena de bebés.

Desde luego, a tenor de los datos, es bastante evidente que no son animales “poco evolucionados”, atrapados en una era antigua. Gracias a estas soluciones tan originales, los marsupiales han aprovechado al máximo sus limitaciones, volviéndose reyes de la optimización y aprovechando al máximo su extraño número de órganos reproductores. Así pues, Australia suma a su haber una nueva forma de hacernos sentir insignificantes: su enorme superficie, la originalidad de sus criaturas y, finalmente, los excepcionales genitales de su fauna.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • La lenta gestación de muchos marsupiales, así como su reducido número de crías parece haber sido un problema serio, en especial cuando llegamos los humanos al continente. Entre las técnicas de horticultura más básica se encuentran la tala y la quema, lo cual, sumado a la caza, desestabilizó las ya sensibles poblaciones. Los marsupiales que más sufrieron fueron los más grandes, precisamente aquellos que tenían gestaciones más lentas y que, al recuperar sus poblaciones con poca velocidad, no pudieron sobrevivir al impacto humano. Por eso, adaptaciones como la de los canguros grises, que pueden solapar tres crianzas, ha sido clave para su éxito.

REFERENCIAS (MLA):