Guerra

¿Volverá la colza ahora que se restringe el aceite de girasol?

Las restricciones en la compra de aceite de girasol abren una ventana al controvertido aceite de colza, que, a pesar de la crisis de la crisis del síndrome tóxico, ha demostrado ser seguro.

Flores de colza en una explotación aceitera
Flores de colza en una explotación aceiteraTatius_ PixabayCreative Commons

Nací cuando la crisis del síndrome tóxico de la colza ya había sido “capeada” y solo me sonaba vagamente, pero lo suficiente como para considerarlo una grasa peligrosa. Recuerdo todo lo que pensé cuando, visitando Vancouver, me dijeron que el aceite de colza era lo único que tenían para freír. Allí todos lo usaban, llevaban años haciéndolo y ni siquiera les sonaba que su consumo entrañara riesgos. Era imposible que todo el país estuviera equivocado o que las intoxicaciones pasaran desapercibidas para los sanitarios, por lo que empecé a dudar de lo poco que sabía.

El síndrome tóxico fue real, nadie se atrevería a dudar de eso y menos cuando sus víctimas siguen sufriendo las consecuencias. De hecho, fue la intoxicación más grave de la que tenemos constancia en nuestro país. Tampoco hay duda que el aceite de colza estuviera implicado en todo aquello. Dos realidades aparentemente contrarias, pero que tenían que ser compatibles en tanto que pertenecen a una misma realidad. La clave resulto estar, como siempre, en los detalles. Más de 30 años después seguimos escuchando una verdad a medias y, ahora que la guerra ha encarecido el aceite de girasol y su compra está limitada, puede que tengamos que reconciliarnos con la colza a la fuerza. ¿Dejaremos que vuelva?

Una mirada atrás

Cuando decimos que llevamos años escuchando una verdad a medias no nos referimos a que la “versión oficial” sea falsa, ni mucho menos. Hacemos referencia, más bien, a la historia que se ha popularizado, a lo que se cuenta en las sobremesas, a lo que se dice en los bares y en los mercados. Porque no podemos olvidar que estamos hablando de personas, de familias que sufrieron. Tras el abrumador número de 20643 afectados y 3800 fallecidos había más de veinte mil vidas. Y, con toda esa carga emocional (que no debemos ni olvidar ni omitir) las historias se vuelven viscerales, las contamos en blancos y negros, tomando el continente por el contenido y condenando a la colza como un todo. Ahora bien, desde que apareció el primer caso en mayo de 1981, hemos descubierto mucho sobre aquella epidemia.

Debido a la evolución natural de la enfermedad, durante los primeros dos meses se sospechó de una neumonía atípica, una clase de afección pulmonar cuyos síntomas se distancian de la neumonía común (a eso se refiere con atípica y no a que sea poco frecuente). Concretamente, se sospechó de un brote de legionela, una bacteria descubierta poco antes, en 1976. No obstante, pasados los dos meses de la fase aguda, un 59% de los afectados empezó a mostrar síntomas que no encajaban con aquel diagnóstico: problemas musculares y del sistema nervioso, aumento del colesterol en sangre, alopecia, etc. Fue entonces, el 10 de junio de 1981, caundo se demostró que la epidemia se debía a una partida de aceite de colza fraudulentamente importada desde Francia. Desde entonces, el 100% de los casos de este síndrome del aceite tóxico han tenido lugar en España, a pesar de que la colza se consume en casi todo el mundo. ¿Cómo es posible?

No era la colza, era la ambición

La clave está en que, en aquellas garrafas, había algo más que aceite de colza. Por aquel entonces la venta de esta grasa para consumo humano estaba prohibida en nuestro país, pero no porque fuera peligrosa, sino para proteger nuestra industria aceitera. Sin embargo, sí se permitía usar el aceite de colza como lubricante para maquinaria. Resulta que esta sustancia es un gran engrasante, mucho mejor de lo que lo eran otros, como el de palma o el de girasol. El motivo es que, casi un 50% del aceite de colza extraído de las variedades naturales de esta planta era ácido eúrico, la sustancia que poseía estas propiedades lubricantes. Las variedades destinadas al consumo humano han sido seleccionadas para reducir esta presencia de ácido eúrico a tan solo el 0,2% del aceite (250 veces menos). Sin embargo, hasta donde sabemos el consumo de este ácido no es peligroso, a no ser que se realice en grandísimas cantidades, en cuyo caso puede relacionarse con algunas enfermedades del corazón.

El problema es que, el aceite de colza que se importó desde Francia era para uso industrial y (al margen del ácido eúrico) había sido tratado con anilina y otras sustancias para desnaturalizarlo, o, dicho de otro modo: degradar sus proteínas para que sus propiedades coincidieran mejor con lo que las empresas buscaba. Al ser industrial su importación estaba permitida, pero algunos los empresarios aceiteros españoles pensaron que podían obtener más beneficio si lo vendían para el consumo humano y lo camuflaban como aceite de girasol u otras semillas. Claro que, si pretendían hacer eso, había que refinar el aceite y eliminar algunos aditivos que se le añaden para su uso industrial. Ahora sabemos que, en ese proceso de refinado, ciertas sustancias no fueron completamente eliminadas y, alguna (o algunas) de ellas, fue la causante del síndrome del aceite tóxico.

Preguntas abiertas

Sin embargo, hay que reconocer que todavía no ha podido identificarse cuál fue exactamente la molécula responsable. Al principio se sospechó de la anilina, pero estudios más recientes, realizados al principio de los años 2000, apuntaron a otro posible culpable: el 1,2-dioleiléster del PAP (o OOPAP). La anilina siguió siendo un gran marcador para detectar las garrafas contaminadas, pero hace tiempo que no es la principal sospechosa. Esta incertidumbre deja algunas preguntas abiertas, como también lo hace el hecho de que los investigadores no hayan conseguido reproducir en ratones los efectos de este aceite adulterado. No obstante, hay explicaciones plausibles para estos inconvenientes y no podemos olvidar que, si bien el mecanismo biológico no está claro, la relación epidemiológica no deja lugar a duda: el peligro fue aquella partida, no el aceite de colza en sí, ni posibles cambios que experimente por su transporte o los cambios de temperatura.

Por suerte, y aunque poco a poco, la industria va comprendiendo que la colza no es un peligro. De hecho, sus plantaciones en están aumentando en nuestro país y, sin ir más lejos, en 2021 aumentó un 3,8%, alcanzando las 208.400 toneladas anuales. El aceite de girasol, aunque lo usemos poco en las casas, es absolutamente indispensable para la industria de la alimentación y sus mayores productores son Ucrania y Rusia, que suman más del 50% de la producción mundial con casi 8,5 millones de toneladas anuales. La producción mundial de aceite de colza está muy por delante, rondando los 69 millones de toneladas anuales de los cuales, Rusia y Ucrania solo producen un 7%. De hecho, durante los últimos años Europa se ha vuelto el principal productor de aceite de colza junto con Canadá.

La colza está en auge y este revés para sus principales competidores podría suponer un punto de inflexión. Así que, antes de que pongamos el grito en el cielo y temamos lo peor, recordemos que el peligro no vino del aceite de colza, sino de la ambición de unos pocos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • A pesar de que en los hogares españoles apenas se utiliza aceite de girasol, en la industria es un aceite vegetal indispensable para la producción de todo tipo de alimentos procesados y no solo de bollería. Los restaurantes también pueden verse afectados, por lo que, aunque por ahora suene superfluo, la restricción en la compra de aceite de girasol puede tener consecuencias mucho más graves de lo que suponemos.

REFERENCIAS (MLA):