Fallas

Hoy empieza todo, excelencia festiva con mayúsculas

Fallas 2020. La restauración valenciana refuerza su poder de convocatoria, sobran razones, mientras la peregrinación gastronómica se intensifica hacia la capital del Turia. Las sobremesas se convierten en un despliegue de liberación gourmet y mutua satisfacción

Una restauración babélica, con una hoja de ruta clara de querencias y experiencias
Una restauración babélica, con una hoja de ruta clara de querencias y experienciaslarazon

En el universo de la restauración nunca se para el reloj de idas y venidas durante las Fallas. Con el destino a medio escribir y a punto de ejecutarse hoy la mítica Cridà se inicia el aquelarre festivo gastronómico. Estar informado y a la última (no) lo es todo. Sin caer en banalidades ni juicios apresurados, conviene seguir las recomendaciones.

En la plaza del Ayuntamiento, minutos previos a la mascletá, observamos los rostros de miles de visitantes, con orígenes bien diferentes, ambientes gustativos dispares, concepciones culinarias antagónicas y gustos desiguales, unidos cuando la pasión festiva se acelera a gran velocidad.

Aunque la casualidad no gobierna la agenda sobre las Fallas está todo escrito. Lo que no está es lo que les pasa por la cabeza a los gastrónomos que nos visitan y ensanchan las zonas «gastropeatonales», viéndoles las caras, divertidas, ilusionadas, emocionadas y extraviadas. El sentimiento y las eufóricas ganas de disfrutar, todo cabe en el equipaje de un trayecto inolvidable, viajan hacia Valencia mientras esquivan con naturalidad y pericia emocional los nervios iniciales.

La efervescencia primaveral sacude a los clientes. La visita al bar tiene una naturaleza litúrgica y ceremonial en busca del irresistible almuerzo. El bocadillo pesa mucho en la componenda matutina. No se explica la pluralidad sin conocer las clásicas barras entre cuyas virtudes siempre destaca la fertilidad de tapas propias.

Se incrementan las ganas de apurar una rubia bien fría, mientras el vermú se asoma de manera cotidiana al balcón del popular aperitivo que macera los gustos, al tiempo que descubrimos misteriosas y radiantes tapas de calidad desarmante. La gastronomía valenciana refuerza su poder de convocatoria a la vez que lo ensancha. Aunque nos ceñimos a las costuras de la degustación fallera propuesta, aún quedan en la carta más atractivos, no es ningún secreto «ibérico» el oportunismo de ciertos establecimientos.

El avituallamiento puntual no pasa a ser un dopaje recurrente. La continuidad viene respaldada por el rostro emergente de un imponente aperitivo, costumbre que viaja con suma facilidad, entre barras, gracias a la movilidad generosa del buen gusto. El derroche cervecero se impone mientras comparte cartelera con los templos del vino. La peregrinación gastronómica se intensifica hacia València. Las sobremesas se convierten en un despliegue de liberación gourmet y mutua satisfacción.

En las calles se observa la significación y emotividad especial del momento. Sobran razones. Los churros y los buñuelos, dos enemigos acérrimos, dos antagonistas, con personalidades impredecibles y explosivas, separación de bienes mediante, con permiso de la balsa de aceite caliente que comparten, están dispuestos a protagonizar miles de encuentros con un presente más que cualitativo, salvo excepciones.

En Fallas estamos en continuo movimiento, lo que no sabemos bien es hasta dónde llegaremos o cuándo nos pararemos, mientras disfrutamos de todas las experiencias y oportunidades que nos ofrecen. Los bares escenifican la realidad en diferentes grados. Celebraciones, tertulias, conversaciones, se dan cita con velocidad de crucero al lado del monumento fallero.

Los turistas viajan enchufados a la batería de la ilusión culinaria. Siempre tienen a mano una máxima para salir airosos, saber ganar y perder, en el terreno mutante de la realidad mientras interpretan la victoria de la sobremesa como un espaldarazo al feliz destino. Porque no basta con participar, a veces (no) solo toca disfrutar. Usos, costumbres, ritos y normas compartidas nos someten inevitablemente a la emoción fallera.

Durante las fallas ejecutamos una yenka gastrónoma particular, un paso adelante y uno atrás y así sucesivamente que nos permite encontrar un buen alijo de referencias. No es necesario buscarse coartadas para jerarquizar el caudal de las arrocerías donde sus sabores caen como un alud sobre los desatados paladares.

La armónica simbiosis entre el público y un reposado vaivén de la restauración se convierten en ingredientes de una cocción emocional perfecta que se transfiere más allá de la suprema legitimidad fallera. Durante la fiesta popular más reverenciada se verifican todos los augurios gustativos mientras se suceden los himnos a golpe de bandas de música con la querencia espiritual del maestro Padilla.

Sobremesas reveladoras de una restauración babélica, con una hoja de ruta clara y asuntos propios, que presenta algunas peculiaridades y no solo por la presencia de puestos ambulantes y ciertos eclipses culinarios. Versatilidad, detallismo y pataletas comensales, con maridaje de largo recorrido durante 19 días explotarán «inteligentemente» todos sus resortes sabiamente relacionados. Que así sea.

El festival de querencias y experiencias no tiene fin en una fiesta de culto. Los corrillos se convierten en la antesala festiva, prohibido abstenerse. Para los curiosos un consejo: Digan sí, rotundamente y establezcan la posibilidad de vivir intensamente Las Fallas. Su existencia emocional, pero también su gusto, se beneficiará.