Gastronomía
Regreso a las barras, esto ya parece un bar
Eran, son y seguirán siendo inevitables. Un eslalon de visitas se precipita ante nosotros antes de iniciar el viaje de esta nueva normalidad
Buscamos el refugio de las icónicas barras para arropar su esperado regreso. Un eslalon de visitas como respuesta inmediata se precipita ante nosotros antes de iniciar el viaje de esta nueva normalidad. Desde la puerta de restaurante sentimos que este trayecto va a ser un festín de sobremesas de cabecera. Las barras ya están aquí.
En plena combustión del otoño la vuelta a las barras incorpora un punto de emoción. No desaprovechemos la ocasión para redimirnos, llevamos esperando muchas lunas esta oportunidad. La ocasión se presenta como una súbita sucesión de acontecimientos que confluyen en una suma de querencias e inquietudes.
Vamos a hablar del deseado entorno de las barras y sus estrellas donde el dispendio gustativo, el derroche profesional, las sonrisas anchas y la querencia natural de miradas y tertulias son parte del asunto. Por suerte, no es necesario contemplar mecanismos de rastreo gastrónomo en busca de las barras imprescindibles ustedes ya las conocen.
Abrir la puerta del restaurante y dirigirse a la barra por puro placer es un gesto de libertad que puede transformar la sobremesa de pies a cabeza en un confinamiento deseado, a los pies del mostrador, en compañía del camarero favorito. Pero vamos por partes como decía Jack El Destripador.
Las barras volverán a acostumbrarse al equilibrio y las fidelidades donde clientes y profesionales se avienen a formar un tándem. Su historia se construye siempre con varios ejes. Uno de ellos está determinado por una concepción estratégica que inevitablemente se basa en la cercanía con los camareros mientras los clientes permanecen atornillados y los paladares bailan al compás de dos por cuatro.
Gente empática y práctica
Las barras tienen propiedades semánticas, fíjense en las muletillas verbales que impregnan su lenguaje. Tendemos a mirarlas como clásicos centinelas de la fina ortodoxia de la restauración pero son mucho más que eso. Gente profesional, empática, práctica y consciente de su trabajo en estos coliseos de la gastronomía, con músculo restaurador singular y sensible hasta la exageración para representar parte de la quintaesencia.
La felicidad que ofrecen es sencilla, sin agitaciones gourmets innecesarias, ni sofocos gastronómicos. No pisarlas es una carencia de imposible consuelo. El principio fundacional de los clientes adoctrinados en las barras hegemónicas es como una forma de rebeldía frente al cosmos gourmet mediático.
Hay barras, que volverán a tener voz propia, ejemplo de la transversalidad restauradora en las que el cliente no necesita tomar ninguna iniciativa.
El retorno no defraudará las expectativas. Muy al contrario creará más adeptos. Aunque somos conscientes que ninguna lógica frena pasiones y afectos amplifiquemos el homenaje a estas barras que vuelven, profesionales esenciales, algunas veces, poco reconocidos, honrándoles en la corta distancia, en nuestra próxima visita, esa es la mejor forma de reafirmar su figura perenne.
Desde la barra se volverán a repetir escraches visuales reverentes al producto expuesto. Los años de adoctrinamiento olvidado, no se extinguen, permanecen activos en el disco duro del cliente. Controlaremos los ímpetus, mientras se inicia de nuevo el culto, una profecía que se impone con rotundidad.
La llegada a la barra provoca la sugestión habitual al ver un símbolo totémico de la restauración como es el mostrador donde su manejo es providencial y balsámico. Las barras volverán a honrar al que la visita y también al que aguanta. Sabes cuándo va a terminar, pero nunca cuándo va a terminar la sobremesa. No queremos despertar de la ensoñación a la que vamos a ser sometidos. El sondeo realizado, a pie de mármol, será contundente. «Che que Barra». Tras visitarlas con los amigos gastrónomos que ahora le da por el inglés, nos atreveremos a parafrasear el himno «Good save the barra».
Lanzaderas de satisfacción
La suya es una restauración que no utiliza las frases mediáticas para entenderse, sólo con las miradas es suficiente. Nunca lo evidente, siempre lo sencillo. Los clientes regresan después de un extraño y obligado éxodo sanitario, con las cartas marcadas, saben lo que quieren, convencidos que vuelve a ser su momento y buscan la melosa presencia de las excelencias culinarias pregonadas en anteriores visitas siempre respaldadas por los hechos. Las barras volverán a convertirse en lanzaderas de satisfacción, por fortuna, fruto de la relación natural entre clientes y profesionales donde se intercala el «nosotros» antes que el «yo».
El regreso de las barras, esto ya parece un bar.
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