Terremoto en Turquía
La experiencia de dos bomberos de Alicante en el terremoto de Turquía cambiará la forma de entrenar a perros para la búsqueda de víctimas
Cuentan cómo presenciaron el rescate con vida de una niña de diez años seis después del seísmo y a seis grados bajo cero
Rafael Arnau y Ángel Moratalla no son héroes, ni mucho menos; son bomberos del Servicio Municipal de Prevención, Extinción y Salvamento (SPEIS) del Ayuntamiento Alicante y guías caninos que han regresado de Turquía, donde han desarrollado trabajos de rescate de supervivientes del terremoto que devastó también Siria, dejando más de 35.000 muertos. Un viaje de cinco días, dos y medio de trabajo, que concluyó el lunes pasado.
Era la primera vez que ambos y su perro participaban en labores de auxilio en un terremoto; recién llegados de Turquía y con el miedo aún en el cuerpo por todo lo que han vivido, Rafael Arnau confiesa que todavía tiene que asimilar “una experiencia de estas características”. “Ha sido muy duro y, cuando estás trabajando entre escombros de edificios aparcas tus emociones, sólo piensas en el trabajo y en si habrá algún superviviente; una vez llegas a casa a Alicante, te vienen todas las vivencias, y sé que algunas imágenes que he visto las tendré grabadas de por vida en mi retina; nuestra misión era confirmar que no había ninguna persona viva entre tanta ruina”.
Alicantino, de 42 años, Arnau confiesa que la experiencia ha sido “durísima, porque nuestro tarea era certificar la muerte, es decir, confirmar el trabajo previo que había realizado el Gobierno turco de que en diferentes edificios y centros comerciales derruidos no había supervivientes; sabes de antemano que las posibilidades de encontrar vida son mínimas y además tuvimos que convivir con los familiares de personas sepultadas que, al lado nuestro, nos decían el punto exacto para buscarlos”.
Hasta tal punto sólo encontraron devastación y muerte, que la experiencia cambiará la forma de trabajar de la unidad canina de los bomberos del SPEIS en Alicante. “Vamos a entrenar a los perros de otra forma a raíz de nuestra forma de trabajar en Turquía; normalmente, todo se plantea como un juego, el perro busca supervivientes y por cada persona que encuentra, se le da un premio. Aquí no había ni personas con vida ni premio, eso hace que los animales se desanimen y decaigan; por eso, vamos a entrenarlos también para una situación como ésta”
La imagen de Adiyaman, al sureste de Turquía, era similar a la de una ciudad después de un bombardeo, según Arnau; una imagen descorazonadora, de destrucción que apenas dejaba una rendija abierta a la esperanza de encontrar vida entre montañas de escombros de edificios.
Pero, como si se tratara de un milagro, Arnau y Moratalla, que viajaron como voluntarios con la ONG Gea, presenciaron el rescate, por parte de otro equipo, de una niña de diez años. “Fue como un milagro, es increíble que la niña sobreviviera seis días después del seísmo y seis grados bajo cero”
Obligación moral
La razón que les impulsó a embarcarse en los trabajos de rescate de supervivientes del terremoto no es otra que la vocación de servicio y las ganas de ayudar a los demás. “Lo ví en la tele y pensé que yo debía estar allí, que el trabajo con el perro para buscar a supervivientes debía realizarlo porque es un deber moral; cuando contactaron conmigo no me lo pensé dos veces; me reconcomía por dentro el hecho de no poder ayudar”.
Pero no, no son héroes ni se consideran como tales; es más, si los llamarán mañana por otra catástrofe natural de la magnitud del terremoto de Siria y Turquía, sin dudarlo emprenderían de nuevo viaje a cualquier lugar del mundo para poner sus conocimientos en rescate al servicio de los demás.
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