Gastronomía
Un maratón de celebraciones oportunas que lo desbordan todo
Sobremesas de querencia perpetua y de continuas adhesiones de largo recorrido convertidas en plasma emocional
Por razones que sí vienen al caso, la coartada de las comidas navideñas nos reencuentra con situaciones deseadas o no. No hace falta afiliarse a ninguna ortodoxia restauradora ni participar en ningún credo gourmet para mantener viva las querencias a este tipo de celebraciones. Sobremesas esmaltadas por la festividad donde es un error desestimar las formas y los sabores porque influyen en todo y en todos.
El abanico de sobremesas oportunas se convierte en una cordillera de querencias, cada una tan alta como la anterior, sin premeditaciones. En tiempos presentes en los que la complejidad de la restauración es cotidiana la reserva es un llamamiento a la supervivencia.
La relevancia mediática de todo lo que ocurra dentro y alrededor de los muros de los restaurantes será (des)conocida aunque algunas sobremesas se construirán con el guion típico de las películas de suspense.
En ese delicado espacio de tiempo entre la llegada del camarero a la mesa y la carta visionada puede ocurrir de todo, desde el disparate al patinazo gastrónomo, pasando por la insensatez o el desvarío gourmet debido a las dudas que se generan a la hora de pedir.
En otras cenas los clientes son conscientes de lo que va a ocurrir con un menú cerrado, pero desconocen la forma exacta en la que se van a desarrollar los acontecimientos. Las bases para que culmine felizmente la sobremesa están echadas. Entramos en el enjundioso palabro de la normalidad, concepto actualmente siempre reversible. Sin querer resultar cansino, nada es casual.
Inmersos en los prolegómenos navideños e inaugurada el mes de diciembre, en cuestión de horas, las cartas de los menús de las próximas fiestas se ponen sobre la mesa. Las historias que les voy a contar son parte del misterio que ocurre desde hace años. Durante la Navidad los comensales (no) somos libres, estamos movidos por deseos gastronómicos y emociones culinarias que no controlamos. Nuestros paladares están sometidos a las ocurrencias de una portentosa red social, laboral y familiar.
Aunque algunos consideran que mantener los mismos criterios de selección del establecimiento es un ejercicio de coherencia comensal, para otros es puro inmovilismo hostelero. Es cierto que hay que experimentar.
Cambiar de restaurantes durante la Navidad, no es una rendición hostelera, es una necesidad logística por razones de toda índole que (no) es necesario enumerar: reserva tardía, viajes, invitaciones, encuentros familiares y cenas de empresa.
Por lo tanto, a veces, recurrimos a menús desconocidos, como emergencia, sin valorar la capacidad de las propuestas gastronómicas que nos llevan a un callejón sin salida.
El idioma oficial en cierta restauración navideña es la lotería, lo demás, celo profesional, incluido el exceso, son dialectos que no en todos los establecimientos se habla. Alternar, comer y cenar durante las próximas fiestas debe ser un ejercicio gustativo de rigor que evite una disociación entre los deseos gastronómicos previos y la sobremesa fallida.
Por ejemplo: la incoherencia entre algunas cartas y el servicio de sala. Lo peor es esto último, aparentar lo que no son.
La reflexión última no es propia, sino de nuestro fiel amigo Matute. Camarada gastrónomo que tras sufrir un atraco gustativo durante la primera cena de empresa de la temporada nos responde categóricamente. «Nos preocupamos más por aparentar donde vamos que por ver lo que finalmente lleva el plato». Sorpresas te da
la vida.
Capítulo especial, son las comidas de empresa que deparan situaciones inéditas. El todo vale nos aboca a una inestabilidad. Es como elegir susto o muerte gastrónoma. Estas situaciones dan como resultado una enrevesada sobremesa. Si surgen tensiones y la ausencia de puntería hostelera se constata, tranquilo siempre habrá una segunda oportunidad.
La reflexión es obligada, debemos esbozar una futura solución para evitar esas sobremesas lapidarias tras comidas de ingrato recuerdo.
Solo les daré algunas referencias para no marearles. No conviene que, al amparo de la tolerancia de los comensales y la compresión natural de la Navidad, hacia cualquier argumento «gastrofestivo» de extrañas circunstancias, se cuelen los oportunistas con menús de baja liquidez gustativa.
Extremen el cuidado durante la elección. Huyan del discurso del miedo escénico ante el cartel de completo, pero no se relajen. Y si tienen pensado salir estas fiestas, para mañana es tarde... reserven.
Después solo queda desear que se cumplan las expectativas. Cenas de querencia perpetua y de continuas adhesiones de largo recorrido regadas de empatía natural que se convierte en plasma emocional. Un maratón de celebraciones oportunas que lo desbordan todo.
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