Historia

Riadas, la maldición bíblica en Valencia

A la población valenciana le es imposible dar un rodeo a las inundaciones, sobre todo cuando llega octubre

GRAFCVA3844. VALENCIA, 30/10/2024.- Vista general del nuevo cauce del Turia repleto de agua a causa de la gota fría que sufre la Comunitat Valenciana, la peor de este siglo XXI, comparable a las vividas en 1987 y en 1982, la de la 'Pantanada de Tous', según el primer balance ofrecido por la Agencia Estatal de Meteorología en su perfil de X. EFE/Biel Aliño
Valencia ha sufrido la peor gota fría del siglo, según la Aemet, como la pantanada de 1982Biel AliñoAgencia EFE

Como una maldición bíblica, como un estigma que nos persigue y castiga muy duramente a los valencianos, las inundaciones forman parte de nuestra historia más trágica haciendo aparición sobre todo en los meses de octubre. Durante siglos, la furia del agua ha hecho su desproporcionado acto de presencia con la llegada del otoño, recordándonos entre lágrimas, muerte y desolación que somos frágiles y que estamos indefensos ante los elementos cuando estos se presentan en su estado más indómito. La sociedad les ponemos nombre para referirnos a estas catástrofes y perpetuarlas para la historia: Gran Riada de 1957, la gota fría de la «Pantanà» en 1982, la DANA de 2024, … pero siempre las consecuencias son las mismas: el agua arrasando y llevando la tragedia a Valencia. Cuentan los registros y libros de historia que riadas y gotas frías las hubo en este territorio de la cuenca mediterránea desde que existe memoria. A partir del siglo XIV se contabilizan al menos 25 en Valencia.

En mi memoria todavía perduran y nunca las olvidaré, las imágenes del caudal del río Turia desbordado, atravesando brutalmente la ciudad de Valencia en 1957. Era un niño de cinco años nacido en un país que, tras una Guerra civil, quería salir de la pobreza y la ignorancia. Una España muy diferente a la actual. Estábamos todos enfermos con gripe encerrados en casa, aunque mi madre, una madre de las de antes, salía a buscar lo que fuera para poner en la mesa en la que nos sentábamos mi hermana, mis padres y yo.

Era el 14 de octubre, llevaba varios días lloviendo y recuerdo ponerme de puntillas para alcanzar a ver, mirando por la ventana del salón de casa en pijama y boquiabierto, cómo una corriente de agua negra arrastraba con fuerza, cañas, ramas, barro, muebles, enseres y hasta burros, gallinas y cerdos muertos con la tripa hinchada. Lo contaba la radio mientras pasaban por delante de mis ojos, como una cabalgata macabra que exhibía sus trofeos, todo lo que la furia del agua de un Turia desbordado se había ido cobrando.

El río estaba muy cerca de casa porque vivíamos en un primer piso en José María Orense, hoy Cardenal Benlloch, que era un proyecto de avenida ancha con moreras a ambos lados, alimento para nuestros gusanos de seda, pero también un camino de carretones tirados por mulas y caballos de tiro, por donde circulaban las mercancías de la huerta junto a camiones, autobuses públicos y los escasos vehículos privados de la época, incluidos triciclos, biscuters y unas motocicletas muy flacas a las que se le llamaban «mosquitos».

Así estuvimos muchos días, encerrados en casa viendo desde la ventana cómo brigadas de soldados y obreros limpiaban y retiraban los montones de residuos y basuras acumulados en las aceras. Hasta que un día por primera vez ya con el sol fuera, pusimos un pie en la calle camino del colegio de Santa Ana con botas de agua y peleando con un barro incrustado que nos impedía caminar con normalidad. Al salir al rellano comprobamos por la marca dejada por el agua sucia, que se había quedado a un peldaño de entrar en casa. Ya en la calle, caminando de la mano de mi madre. observaba cómo la gente mantenía un gesto de tristeza en el semblante que duró mucho tiempo y al respirar sentía el hedor incrustado en el ambiente, ese mismo del que hoy llaman la atención los reporteros desplazados a las localidades afectadas.

No me cabe duda de que, al igual que esos recuerdos de infancia me han acompañado a mí durante toda mi vida, ni los niños de hoy ni los mayores olvidarán nunca la catástrofe que están viviendo y sufriendo este otoño como una pesadilla, cada uno con sus vivencias personales.

A los valencianos nos es imposible dar un rodeo a la desgracia y de ahí que el 20 de octubre de 1982 estallara el pantano de Tous por la presión ejercida por las lluvias torrenciales caídas en pocas horas y convertidas en diluvio que la presa no resistió. De nuevo la destrucción, el horror, la desgracia, el dolor y la muerte se repartían unas comarcas de vida próspera, tranquila y feliz: Las Riberas Alta y Baja al sur de la capital. Estamos condenados a padecer la furia del agua con graves consecuencias. Los burros y cerdos muertos y flotando han sido sustituidos por coches y lavavajillas golpeándose entre ellos y subiéndose unos sobre otros pero todo sigue siendo igual que ayer y antes de ayer y hace doscientos años.

Los valencianos hemos de salir fuertes y acorazados de esta una vez más, porque así lo dicta nuestro destino.