Leo Harlem: «El humor es terapia, debería incluirse en la Seguridad Social»
Hoy presenta la final de la II edición del Concurso Nacional de Monólogos Helios, que se celebra en el Palacio de la Prensa de Madrid
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Leo Harlem es el Benjamin Button de la tecnología. Un hombre cada vez más analógico en un mundo cada día más digital. Un cómico que no usa whatsapp y lee las noticias en el teletexto. Un monologuista costumbrista, un terapeuta mental que parte de la risa el culo de críos, jóvenes, adultos y ancianos. Ha pasado media vida tras la barra de un bar, pero ahora es uno de los humoristas con más prestigio en España. Y hoy presenta la final de la II edición del Concurso Nacional de Monólogos Helios, que tiene como objetivo promover una cantera nutrida y prometedora. En ella se enfrentan cinco monologuistas y la recaudación se destina a la Fundación Síndrome de West, una enfermedad rara que afecta a niños menores de un año. El ganador recibirá 2.000 euros y entrará a formar parte del elenco de la agencia de cómicos Divertia Smile Company.
–¿De qué ceremonias suele ser usted maestro?
–En realidad, no son ceremonias, sino eventos corporativos, presentaciones…
–Ya, pero cuando va a la boda de un familiar o al cumpleaños de un amigo…
–Me escabullo de todas las que puedo. Intento no ir.
–¿El humor es solidario?
–Aporta otra forma de ver las cosas, con más positivismo, y ayuda a llevar la vida de otra manera. Pero en este caso es especialmente solidario.
–¿Qué ingredientes requiere la receta del buen monologuista?
–Sobre todo, la credibilidad. Uno no puede contar historias que no haya experimentado. El ritmo y la intensidad también son muy importantes para que el monólogo te deje sin aliento.
–Y, en estos tiempos, la valentía, ¿no?
–Depende de cada uno. Se trata de un factor que no valoro demasiado porque lo que para unos es valentía para otros puede ser cobardía. No obstante, al subirnos a un escenario se supone que la tenemos, igual que a los toreros se les presupone el valor.
–¿En el humor todo debería valer?
–Es algo muy personal, tal y como ocurría con la canción protesta en los años 70. Esto es un tablero en el que no todos jugamos con las mismas piezas. Yo evito los charcos y hay quien se compra botas de dos metros.
–¿Llegaremos a ver a algún cómico entre rejas?
–No me extrañaría.
–¿Pero cuál es la frontera?
–La que se ponga uno mismo. Yo, por ejemplo, no toco temas que generen más fricción que diversión, puesto que la clave del humor es que la gente se lo pase bien. Y hay asuntos que pueden crispar, como los relacionados con la política, la religión, el sexo…
–¿Los jóvenes humoristas hablan de los mismos temas que los mayores?
–No. A mí no me gusta hablar de cosas modernas, ya que no las pongo en práctica. Todo lo relacionado con el mundo tecnológico y de las redes sociales se me escapa. De hecho, en casa no tengo ninguna plataforma tipo Netflix. Soy de DVD y cinta.
–¿Se puede vivir sin Netflix?
–Es más, resulta totalmente aconsejable.
–¿Sigue usted sin whatsapp?
–Por supuesto.
–¿Cómo hacer reír sin reír?
–Hay gente muy seria que hace un humor muy bueno e interesante. El humor, como la música, tiene muchos registros y variedad. Hacer reír siempre es difícil. Unos lo consiguen desde la seriedad y otros desde el cachondeo.
–¿De qué nos salva el humor?
–Es una terapia que debería incluirse en la Seguridad Social. Nos evita dolores de cabeza y nos ayuda a relativizar. Es un balneario mental.
–¿Cómo vamos en España de humor?
–Siempre hemos ido bastante bien. Lo demuestran obras como «El Quijote», «El buscón» o «El Lazarillo de Tormes». De lo que andamos mal es de tensión. La gente está muy tensa, hay que relajarse.
–Es que no está la cosa para reírse mucho…
–La cosa está para lo que está. Es un hastío permanente.
–¿Qué diferencia al gracioso del graciosillo?
–Mientras que el gracioso lo es constantemente, el graciosillo se trata de un currante puntual que un día acierta y otro mete la pata. El graciosillo puede caer en la impertinencia, pero el gracioso siempre aporta algo.