Descubrir a Braunfels
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Obras de Stravinski y Braunfels. Soprano: Manuela Uhl. Tenor: David Pomeroy. Orquesta Nacional. Director: Pedro Halffter. Auditorio Nacional. Madrid, 21-II-2020.
Entre las obras curiosas que nos ofrece esta temporada la Orquesta Nacional se sitúa el “Te Deum” del poco conocido por estos pagos Walter Braunfels (Fankfurt del Main, 1882-1954), un compositor encuadrado por los nazis en el apartado de los “degenerados”, un músico serio, muy preparado, descendiente de Ludwig Spohr, discípulo pianístico del gran Leschetizky y, en materia de composición, de Navratil, Thuille y Mottl. Con Hermann Abendroth dirigió la Escuela de Música de Colonia. Sus creaciones están en la línea evolucionada de un Brahms, aunque con una vocación más expansiva.
Encuentran demostrativa consecución en esta gigantesca partitura, trazada con una escrupulosidad formal y un talento contrapuntístico de primer orden que revela por otro lado, según H. J. Kalcsick, una cierta influencia de Berlioz, de Mahler y del postromanticismo de Hans Pfitzner. Una soprano y un tenor han de pechar con las nada despreciables dificultades de escritura, a las que se une un bien poblado coro, en este caso constituido por la unión del Nacional y el de la Comunidad de Madrid.
Las formaciones corales se portaron superando las enormes dificultades planteadas, sobre todo en el canto tenso y desaforado en “forte”, así el que abre machamartillo, con metales a todo trapo, el segundo movimiento, “Gemessen” (Medido); con menos fortuna en los pasajes piano, como los del inicio del “Sanctus” en el primer movimiento, “Feierlich Breit” (Solemne y amplio), en los que la batuta, firme y clara, no acertó con el clima, llevado de un impulso que buscaba, no sin cierta lógica, lo estentóreo y catedralicio ante todo y que ponían de manifiesto lo grandilocuente de la escritura. Algunas frases fueron felizmente reproducidas, como la tan bella, y bruckneriana de los chelos sobre diseños de las maderas al comienzo del tercer movimiento, “Langsam” (Lento).
El aire fúnebre del cuarto, “Sehr Langsam” (Muy lento), nos dejó, en medio del fragor, un hermoso y breve solo de soprano con flauta acompañante. Manuel Uhl anduvo ligera y matizadora superando con valor y relativa holgura, con algún que otro meritorio piano, la espinosa y tirante tesitura. Grato timbre y esforzada emisión los del Davis Pomeroy. El gran Coro –unas 130 voces- apechugó con las inclemencias y se mostró generalmente flexible y cumplidor, de acuerdo con los dictados de la mano rectora y con los de sus respectivos directores, Miguel Ángel García Cañamero y Félix Redondo. Buena prestación asimismo de la Orquesta, pese a algún que otro desajuste nada grave. La fuga final pudo tener un desarrollo más franco.
El programa se completaba con el “Capriccio para piano y orquesta” de Stravinski, una supuesta improvisación que encierra mucho saber para combinar géneros variados y recoger alusiones al Grupo de los Seis e incluso llamadas jazzísticas. Buena interpretación, a falta quizá de una mayor ligereza y transparencia, en la que prestó su colaboración protagonista una experta y eficiente Rosa Torres Pardo, que se mostró rumbosa, acertada en el aire y pulcra en los desnudos ataques. Justo triunfo el suyo. Y excelentes y reveladoras notas al programa de Juan Manuel Viana.