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Fallece Mario Bunge, el filósofo que hablaba de ciencia (o viceversa)

El pensador fue Premio Príncipe de Asturias por su esfuerzo por acercar las humanidades a la ciencia
Javier CebolladaEFE
La Razón
  • Diego Gándara

    Diego Gándara

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Como muchos intelectuales argentinos que terminan haciendo su carrera fuera de su país, Mario Bunge, que falleció anoche en un hospital de Montreal unos meses después de haber cumplido 101 años, fue un pensador tan lúcido como incómodo. Científico, filósofo y epistemólogo que se interesó especialmente por la lógica de la ciencia, su propuesta intelectual (que abarca un campo tan variado en el que caben la semántica, la ontología, la ética o la política) pretendió derribar todo aquel conocimiento que no proviniera de la ciencia ni estuviera amparado por un método, lo cual hizo que se ganara, en partes iguales, adeptos y no tanto.
Nacido en Buenos Aires el 21 de septiembre de 1919, su padre fue un médico que llegó a ocupar la banca de diputado socialista. Su madre, alemana, trabajó durante muchos años como enfermera. Mario Bunge, que siempre reconoció a su padre como uno de sus referentes, mostró desde muy pequeño un interés particular por la ciencia. Tras estudiar en el Colegio Nacional de Buenos Aires, fundó y dirigió con unos compañeros la Universidad Obrera Argentina. Unos años después se inscribió en la carrera de física teórica y matemática en la Universidad de La Plata y de física nuclear en el Observatorio astronómico de la provincia de Córdoba (Argentina). Doctorado en ambas carreras, posteriormente dio clases en las universidades de La Plata y de Buenos Aires, hasta que en 1966 se radicó en Montreal (Canadá), donde fue profesor de la McGill University.
Los problemas del saber
Autor de numerosos textos, libros y conferencias, ya en su primera obra, «La ciencia, su método y su filosofía», publicada en 1960, puso los pilares sobre los cuales se asentaría su pensamiento: explicar de manera sintética las bases del método científico. De todos modos, su mayor obra está agrupada en los volúmenes de su «Treatise on Basic Philosophy» («Tratado de filosofía básica»), editado en inglés en 1967 y el que Bunge se propuso establecer un sistema que abarcase todos los campos de la filosofía contemporánea, pero no enfocados en los mundos posibles o en los objetos imaginarios, sino (epistemólogo, al fin) en los problemas producidos por el saber científico.
En ese sentido, Bunge (que en 1982 recibió el Premio Príncipe de Asturias) siempre abogó, más que nada, por una filosofía de la lógica en la cual la matemática fuera el fundamento del saber. No solo científico, sino también filosófico. Así, fundó la Sociedad para la Filosofía Exacta, con lo que intentó emplear únicamente conceptos exactos, definidos mediante la lógica, para evitar la ambigüedad y la imprecisión, algo que era muy característico, creía, de sistemas filosóficos, como por ejemplo el existencialismo, que servía, decía, para no hacer otra cosa que no sea deprimirse, destruir o destruirse.
Es que más allá de la lógica matemática y del rigor científico, Bunge procuraba que su pensamiento tuviera un sentido práctico, incluso colectivo. No deseaba que la filosofía solo fuera una lista de citas y saberes. «Se puede disfrutar de la vida en buena conciencia si también se hace algo por los demás. Y siempre se puede hacer algo, sobre todo cuando se hace junto con otros», afirmaba. Además de sus batallas contra los nacionalismos, que se guían por su propia ideología y «desconocen que el mundo real es demasiado complejo y cambiante», y contra el marxismo, porque infravaloraba el papel de la política y la cultura en favor del economicismo, su gran lucha fue contra las llamadas pseudociencias, entre las que incluía (aunque parezca curioso en un argentino) al psicoanálisis.

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