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El día que Hitler se creyó Wagner

Melómano o quizá más megalómano. El Führer tuvo el deseo de escribir una partitura, una ópera con el nombre de «Wieland der Schmied» sobre la mitología germánica. Tenía entonces poco más de 20 años. Una exposición reúne en Austria algunos interesantes objetos que pertencen a su juventud y que hoy siguen despertando curiosidad

Detalle de la partitura de la ópera que dejó Hitler inacabada
Detalle de la partitura de la ópera que dejó Hitler inacabadalarazon

Adolf Hitler contaba con apenas veinte años cuando escuchó hablar de un borrador de Richard Wagner para un libreto de ópera titulado «Wieland der Schmied». Sin dudarlo, se puso a investigar sobre la obra y se encontró con la leyenda sangrienta de Völundr, un personaje de la mitología nórdica que violó a su hija, mató a sus hijos y que, en su crudeza, sirvió de inspiración a un joven Hitler para convertir esa historia en una ópera. Así lo cuenta August Kubizek en sus memorias tituladas «El joven Hitler que conocí».

Con él, además de una lúgubre habitación en el centro de Viena, compartió la veneración por Richard Wagner, el compositor antisemita y nacionalista que desde siempre fue el favorito del dictador, hasta el punto que además de compañero de cuarto, Kubizek hizo las veces de asistente para transcribir la composición de Hitler al papel. Ahora, esa partitura se expone hasta el 9 de agosto en la exposición «El joven Hitler» del Museo de Baja Austria en la localidad de Sankt Pölten. Junto a ella, una extensa muestra de fotos, manuscritos y objetos que permiten arrojar algo de luz sobre cómo la época en que vivió y su propia personalidad crearon una destructiva combinación.

Pero Hitler no solo intentó componer una ópera, sino que también ideó el escenario e incluso llegó a diseñar los trajes. Su más tarde conocida ambición fue tal con este proyecto, que se atrevió a experimentar con arcaicos instrumentos que existieron durante la época de Völundr. Kubizek escribió en sus memorias que Hitler trabajó tan fervientemente en su ópera como si «un director de ópera impaciente le hubiera fijado un plazo demasiado apretado».

Así, y al encontrar que la pluma y la tinta eran demasiado lentas para trabajar, llegó a escribir con carbón. Permaneció despierto toda la noche, no comió y apenas bebió. Pero cada vez que Kubizek reproducía lo que Hitler había «compuesto», su compañero le respondió con una nueva desaprobación. Durante muchos días y noches trabajaron solo en el preludio sin percatarse que las aspiraciones de Hitler iban más allá que sus habilidades.

La mitología germánica

«El manuscrito aparentemente fue escrito después de que Hitler recibiera apenas unos meses de clases de piano», aseguró Christian Rapp, uno de los curadores de la exposición, y demuestra claramente el «sentido inflado de sus propias habilidades». Se cree que la hoja es la única página que sobrevive de un ambicioso proyecto basado en la mitología germánica. Una partitura que, sin embargo, es suficiente para responder varias inquietudes en torno a unas de las figuras más polémicas del pasado siglo. ¿De dónde vino el nazismo y el Holocausto? ¿Qué hizo que un mediocre joven austriaco acabara siendo un dictador y genocida?

Para explicar cómo se llegó a eso, la exposición recuerda que el cambio de siglo estuvo marcado por una agitada transformación, en la que conviven ideas pacifistas con el militarismo; el creciente movimiento obrero con el imperialismo; el racismo y el antisemitismo; los derechos de la mujer y la misoginia. Todo eso, mucho antes del impacto y la ruptura que fueron la I Guerra Mundial, el crack económico de 1929 o el auge del fascismo. En ese ambiente nace Hitler, el 20 de abril de 1889, en una familia bien situada gracias al cargo de inspector de aduanas de su padre, un hombre severo, autoritario y terco, que no acepta que nadie le contradiga y que pega a sus hijos. No obstante, el pequeño Adolf lo admira sobre todas las cosas.

La exposición no pretende en absoluto ensalzar ni justificar a Hitler, asegura Rapp. «Mediante documentos auténticos se muestra más bien el dibujo de un fracasado precoz y de un marginado que hace responsable todo el tiempo a lo que le rodea de sus propios fracasos», señala. De hecho, la muestra no quiere caer en «especulaciones psicoanalíticas» de Hitler, sino partir de documentos y testimonios históricos para verificar esos rasgos de su personalidad: el radicalismo, la severidad, la megalomanía, el creerse que lo sabe todo mejor que los demás. Con todo, el co-curador Hannes Leidinger insiste en que esa constatación no supone una justificación de sus acciones posteriores, y recuerda que la psicología del desarrollo muestra cómo las personas pueden superar las influencias de su infancia. «Adolf Hitler no tiene capacidad de adaptación», sentencia.

La culpa es de los demás

Hitler ignoraba tener talentos artísticos claramente inferiores a sus ambiciones. De hecho, continúa Leidinger, quienes le conocieron en sus primeros años lo hallaron «intransigente, indócil y agresivo». Se presentó al examen de admisión a la Academia de Bellas Artes de Viena en 1907 y 1908, pero fracasó en ambas ocasiones. Sin embargo, siempre fue rápido para encontrar un chivo expiatorio para sus fracasos, dijo Rapp. «Cada vez que algo salía mal, siempre era culpa de otra persona, no la suya», asegura.

Tras una juventud colmada de vicisitudes se cree que su traslado a Alemania pudo tener que ver con que las autoridades le buscan porque no se ha presentado al servicio militar del Ejército del Imperio Austro-Húngaro, que rechaza por ser demasiado multiétnico. En Alemania participa en el entusiasmo por el comienzo de la I Guerra Mundial, en la que luchará. Para Rapp, el joven Hitler «ya era una bomba. La Primera Guerra Mundial proporcionó el fusible y luego se encendió en Alemania, pero puede distinguir los ingredientes durante su tiempo aquí en Austria».

El ritmo de “Los maestro cantores”

Aquí, las dos narrativas de la exposición, la biografía de Hitler y el contexto histórico, se funden en una línea que conduce a su elección como canciller en 1933 y el estallido de la II Guerra Mundial seis años después. La historia cuenta que la admiración del Führer por Wagner era tal que llegó a imitar el ritmo y el tiempo de la obertura de «Los maestros cantores de Nuremberg» en sus propios discursos. Al respecto, el biógrafo del dictador Ernst Hanfstaengl llegó a anotar que «el entrelazamiento completo de argumentos intercambiados, así como el leitmotiv, los ornamentos, los contrapuntos y los contrastes musicales, se reflejaban punto por punto en la estructura de sus discursos, los cuales, sinfónicos por construcción, acababan en una apoteosis del mismo modo en que estallaban los trombones wagnerianos».

No es de extrañar que los nazis elevaran esta obra musical al nivel de «ópera nacional» o que en el discurso final de uno de los principales personajes, el del poeta-zapatero Hans Sachs, fuera tomado como un lema por el sentir nacionalsocialista. «Desaparecido en la niebla estará el sagrado imperio romano, ¡pero a nosotros nos queda el sagrado arte alemán!». Pero, tanto para Hitler como para el ministro de Propaganda nazi, Goebbels, –quien supervisó la censura y la distribución de películas, música, teatro y artes visuales durante el Tercer Reich– la música alemana, y especialmente la ópera, daría un impacto propagandístico vital a esas reuniones.

El antisemitismo de Wagner fue, sin duda, parte del atractivo para Hitler, que durante mucho tiempo fue un admirador del compositor. Fue un verdadero amante de la ópera, asistiendo a representaciones durante el tiempo en que vivió en Viena. En su libro «Mein Kampf» describió la sensación que le causó ver la ópera «Lohengrin» a los 12 años. Una experiencia quecambió su vida. Con la capitulación de Berlín, «Los maestros cantores de Nuremberg» tuvo que sufrir un proceso de desnazificación similar al de otras óperas del maestro alemán.

Antisemitismo compartido
Hitler siempre demostró una fascinación, casi rayana en la obsesión por Wagner. Frecuentó el festival de la Colina Verde, Bayreuth, y a la familia del compositor, con la que estrechó lazos. Bryan Magee establece un paralelismo en “Aspectos de Wagner” entre el músico y el Führer: “Los orígenes personales del antisemitismo de Wagner son asombrosamente similares a los del antisemitismo de Hitler. El peor periodo de privaciones y humillaciones que padeció en su vida fueron los dos años y medio en que intentó, sin éxito, establecerse en París, entonces la capital mundial de la ópera (…) La experiencia estuvo a punto de hundirlo (…) Incluso su época de mortificación duró aproximadamente lo mismo que la de Hitler en su albergue de Viena. Los dos eran hijos de modestos funcionarios, los dos eran megalómanos y en los dos la experiencia de estar a punto de morirse de hambre por el desdén absoluto de la sociedad desencadenó ideas persecutorias rayanas en la paranoia, convirtió a ‘’los judíos’’ en villanos y dio lugar a un odio irracional que nunca desapareció”.