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Coronavirus

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¿Estresados en la cuarentena? Este monje y filósofo sabe por qué

En “Vida cotidiana y velocidad”, Lluìs Duch aborda uno de los males de la sociedad contemporánea, las prisas que tenemos tan interiorizadas que nos han vuelto autómatas acelerados. El Coronavirus y el confinamiento han subido aún más la presión interna.

Reloj del Museo de Orsay, en París
Reloj del Museo de Orsay, en ParísDreamstime

Los días de aislamiento van pasando y seguimos siendo incapaces de dejar de mirar compulsivamente el teléfono. Saltamos de una red social a otra o abrimos el correo electrónico donde hace horas que no sucede nada nuevo. Volvemos a las noticias con una necesidad malsana de actualizaciones, de nuevos datos, de conocer en tiempo real cuántos nuevos infectados o muertos hay en las últimas horas, cómo va la dichosa curva, qué está pasando en Estados Unidos. La realidad parece cambar y transformarse a cada minuto y tenemos tan interiorizado su ritmo frenético y su permanente cuestionamiento que ni siquiera somos capaces de leer uno de los libros que teníamos pendientes o ver una película, y eso añade más estrés y pesadumbre en nuestro estado de ánimo. Estos días se reproducen en Twitter mensajes amargos de usuarios que ven cómo otros devoran lecturas y películas mientras ellos son incapaces de soportarlo porque ansían conocer la cifra exacta de nuevos contagiados por Coronavirus. Lluís Duch, antropólogo, teólogo y monje del Monasterio de Montserrat, fallecido en 2018, reflexionó sobre la cultura y el tiempo real y dejó escrito “Vida cotidiana y velocidad” (Herder, 2019), un ensayo filosófico en el que trata de aproximarnos a las consecuencias de las prisas y a su antídoto: el sosiego.

Aunque la descripción anterior pueda sonar caricaturesca, el ser humano del Siglo XXI no es una criatura patética. Hay que decir en nuestro descargo que, si existe una realidad incontestable hoy en día, esa es precisamente la de la incertidumbre. El mundo, la sociedad y la identidad son cada vez más problemáticos e inseguros. Nunca en la historia se ha dudado tanto de todo. Nunca ha estado en revisión a la vez el pasado, el presente y el futuro. Duch recuerda que las instituciones humanas, cuya finalidad era liberarnos de la tarea imposible de reinventar el mundo constantemente, están sometidas a un cuestionamiento diario. Tomemos la presente emergencia sanitaria: la ciencia, la sanidad, la información, los empresarios, los políticos, la Unión Europea, el Gobierno, las comunidades autónomas y hasta nuestros propios vecinos son objeto de crítica descarnada. Y, por si faltaban complicaciones, nunca ha habido tantas voces interviniendo en el debate público, tanta cacofonía, tanta bronca y tanto reproche.

Colapso psicológico

La ética de nuestro tiempo es la cinética: el movimiento, el avance. La novedad es la apariencia del progreso del que somos espectadores. En nuevo modelo de teléfono móvil, la tableta, el reloj, el patín eléctrico, los auriculares inalámbricos. Pero esa lógica ha terminado imponiéndose en todos los terrenos. Las ideas políticas, las verdades que asumíamos como inmutables ya no lo son. Ni la Constitución ni el estado autonómico. “Las grandes palabras religiosas políticas y sociales han perdido su poder evocador y se han precipitado a la irrelevancia, la oscuridad y la trivialidad”, escribe Duch. Paradógicamente en la sociedad de la ciencia, retorna el mito. De poner en cuestión los hechos constantemente, no creemos en la Historia, pero sí en “las historias”. Las redes sociales, el principal entretenimiento estos días, juegan un papel crucial en este colapso psicológico de los individuos, porque la realidad del ser humano es el lenguaje. Existen las cosas de las que se habla. Y nos encantaría saber qué pensaría Wittgenstein de Twitter pero seguramente le estallaría la cabeza igual que le sucede al ciudadano confinado desde hace ya 10 días en su piso.

En todos los ámbitos, la velocidad, la rapidez, es el dogma. Desde la comida al turismo, del consumo cultural, la práctica de deporte a la búsqueda de pareja. Todo inmediato y rapidito. Y nuestros juicios, también. Vemos un rostro en una aplicación de citas: la aceptamos o descartamos en dos segundos. Tanto es así que, cuando en una de nuestras pantallas aparece un “búfer” de un contenido cargándose, ya saben, esa espiral que nos pone en espera, experimentamos genuina ansiedad. Pero ésa también dura solo unos pocos segundos. Según Duch, la desmesurada aceleración de los ritmos cotidianos impone casi necesariamente una “mecanización irreflexiva y desmotivada del pensar, actuar y sentir del ser humano”. Así es como vivimos nuestra realidad ordinaria, como autómatas acelerados y, de repente... cuarentena y confinamiento. El autor recoge esta cita de Milan Kundera. “En nuestro mundo, el ocio se ha transformado en la desocupación, lo que es muy distinto: el desocupado está frustrado, se aburre, está en constante búsqueda del movimiento que le falta”.

El sosiego

En el contexto actual, en el que la sobreinformación impide el conocimiento y en el que el hombre ha quedado desactualizado antropológicamente frente al poder de las herramientas que ha diseñado, el hombre se deshumaniza todavía más. El vecindario ya no existe: solo las voces de Twitter, la permanente comunicación con el exterior. “Cuando se fractura el equilibrio entre el interior y el exterior y uno de ellos se impone de forma dictatorial al ser humano como objetivo exclusivo, se produce el quebranto físico y psíquico de ese ser tan frágil que es el hombre”, escribe Duch. Tanto sarcasmo, tanto cinismo cuando no ignorancia, tanta crítica conduce a muchos a la “abstinencia ética”, a pasar de todo. Por eso, Duch pide un equilibrio fundamental: “Ni dispersión ilimitada en la exterioridad ni reclusión solipsista en el propio yo”.

Duch deja espacio aquí para una nueva espiritualidad, una nueva manera de entender la religión vinculada a la contemplación, a la necesaria bajada del “tempo vital”, una aproximación al sosiego como medio. Una invitación a dejar de lado las exigencias del reloj y del teléfono para dar paso a la autonomía del tiempo propio y contemplativo. Para volver a sentir y a pensar.

La pérdida de la tradición y el olvido

Uno de los aspectos más negativos de la situación actual de las sociedades occidentales es la «ruptura de la tradición», ya sea la humanista, la cristiana, la socialista o incluso el propio vecindario. Esto genera un colapso, de la capacidad rememorativa. «Individual y colectivamente se ha olvidado, se han borrado las huellas del pasado. Y resulta muy difícil, por no decir imposible, anticipar el futuro que nos espera».

Título: “Vida cotidiana y velocidad”

Autor: Luís Duch

Editorial: Herder

Páginas: 196

Precio: 14,90