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La falsa leyenda de Felipe II

El profesor Enrique Martínez Ruiz publica «Felipe II: hombre, rey, mito», una monumental y completa biografía del «Rey prudente» llamada a ser una referencia historiográfica

Felipe II vistió de riguroso luto desde 1658 a raíz de la muerte de su hijo Carlos
Felipe II vistió de riguroso luto desde 1658 a raíz de la muerte de su hijo CarlosInternational Center of Photography / Magnum PhotosInternational Center of Photography / Magnum Photos

«El centenario de la muerte de Felipe II en 1998 trajo una floración bibliográfica espectacular, pero faltó coordinación y mi impresión es que teníamos la visión muy fragmentada, faltaba integrar todo en un conjunto que nos diera su verdadera dimensión. Se impuso una imagen como rey severo, austero, y, para algunos, un dogmático recalcitrante. Incluso entre los españoles caló lo de rey intransigente, siniestro, taciturno y poco humano, y eso se debe al desconocimiento y a la leyenda negra.

Una visión injusta polarizada en la política sin apenas referencia a aspectos personales, la familia, la época, las obras públicas que realizó, El Escorial –solo tratado de pasada–, sus esfuerzos por conocer el territorio y la población y su enorme capacidad de trabajo. Todo esto quedaba orillado o marginado en el relato del rey». Integrarlo todo para ofrecer una visión completa del monarca es una de las razones que llevaron al catedrático de Historia Enrique Martínez Ruiz a escribir la monumental biografía «Felipe II: hombre, rey, mito» (Esfera de los Libros). Un hombre de su tiempo, gobernante de la Monarquía Hispánica y mito que moldeó la propaganda política.

Los dominios del Imperio

«Con esta obra saldo una especie de cuenta pendiente que yo mismo me había impuesto con el rey porque llevo toda mi vida profesional escribiendo sobre él», apunta sobre el libro. Una obra muy documentada, extensa y ricamente ilustrada, de una de las personalidades más poliédricas, atractivas, compleja y controvertida de nuestra Historia, destinada a convertirse en una referencia historiográfica. Una figura del «Rey prudente» que el historiador califica de «abismal», «porque es un abismo lo que media entre algunos actos de su vida separados entre años y en circunstancias diferentes». «Esta visión tripartita no supone tres compartimentos estancos sin conexión, sino que tienen una secuencia temporal continua repartida en tres décadas que lo van configurando y resultan decisivas a la hora de actuar y comportarse».

La primera va de 1549 a 1559, que se corresponde con esa parte humana más desconocida. La formación que recibe es la de un futuro emperador. «Es la época del príncipe renacentista, cuando viaja por Europa, se apasiona por el baile, por los jardines, se le despierta su gran pasión por la arquitectura, la pintura y el arte, por los animales –es precursor de los zoológicos actuales– y se casa con su prima María Manuela de Portugal, con quien tiene a su hijo Carlos, y luego con María Tudor, reina de Inglaterra. Es el hombre que sale de Castilla, pasea y se integra plenamente en la Europa moderna del Renacimiento», afirma Martínez Ruiz.

La segunda década sería la que va de 1565 a 1575. «Es donde se plantean todos los grandes problemas del reinado, cuando tiene que ejercer realmente de monarca. En 1565 ya ha decidido aplicar los decretos tridentinos, ha liberado Malta del ataque turco, empiezan los problemas de los moriscos en Granada, la acción en el Mediterráneo, y surgen los problemas en Flandes, de manera que se están gestando los grandes ejes que distingo en su política, el eje Mediterráneo y el Atlántico».

Un problema concentrado que ofrece una variedad de vertientes muy compleja, primero por la amplitud de territorios que tuvo que gobernar. Extendió hasta dimensiones nunca vistas los dominios del Imperio español con la incorporación de Portugal y de sus colonias africanas y asiáticas, y, segundo, por su largo reinado. «Las dimensiones geográficas y políticas que adquirió Felipe II fueron globales. Quizá sea una exageración decir que fue la primera globalización política del mundo, pero esa frase de que “en su reino no se ponía el sol” es una realidad, no un eufemismo», añade el profesor.

Gobernar este despliegue territorial le originó bastantes enemigos, dando lugar a éxitos rotundos (como la victoria sobre los turcos en Lepanto, 1571) a sonados fracasos (la gran armada en 1588) y a problemas insolubles (la sublevación de los Países Bajos a partir de 1568), que consumen muchos recursos humanos y económicos, al tiempo que generan una auténtica batalla propagandística en su contra. Estas guerras le acarrean problemas económicos que lo llevan a subir impuestos, provocando críticas y enemigos. «Cuando en 1592 regresa de las Cortes de Aragón con la salud bastante tocada, va al Escorial y ya no sale de allí prácticamente. Ahí empieza la cancelación del reinado y es donde van a van a crecer los elementos que configuran la leyenda negra, que no solo afecta al rey, sino a los españoles como pueblo, seremos entonces una especie de diablos que estamos en este mundo luchando contra los buenos creyentes que son los protestantes y exterminando y haciendo un genocidio en América», señala Martínez Ruiz.

El mito de Felipe II se instaló, pues, entre dos leyendas, la negra y la áurea. La Monarquía Hispánica, como potencia hegemónica, suscitó una oposición tan intensa y generalizada como no se había conocido. Su privilegiada situación y el deseo de sus rivales de debilitarla y reducirla provocó una insidiosa campaña propagandista antiespañola. «Nuestra historia moderna, sobre todo, en los siglos XVI y XVII, nos la han hecho los extranjeros. Nos hemos movido en unas ideas y clichés, la mayoría falsos, que han desvirtuado la realidad –afirma el autor–. Por eso es necesario que situemos a Felipe II en las coordenadas reales de nuestra historia y demos una imagen más real sobre lo que supuso para la Monarquía Hispánica».

Uno de los grandes reproches que se le hacen es su defensa a ultranza de la fe católica. «Lo presentan como martillo de herejes. Los holandeses le decían el verdugo de los buenos creyentes y han puesto mucho énfasis a su vinculación con la Inquisición, que defendió decididamente. En su enfrentamiento con los rebeldes de los Países Bajos, calvinistas la mayoría, le reprochan su frase: Prefiero perder todos mis estados a gobernar sobre herejes. ¿Pero es realmente una excepción? –se pregunta el historiador–. Creo que no, que era fruto de los tiempos. Calvino en Ginebra, Enrique VIII en Inglaterra, y, en Francia, las guerras de religión, son un exponente de cómo eliminar al no creyente y matar invocando el nombre de Dios. Posteriormente, Alemania empezó la Guerra de los 30 años por motivos religiosos. Combatir ideas defendiendo unas convicciones religiosas no es privativo de Felipe II, es el contexto que vivía Europa. Con él se comete una gran injusticia al adjudicarle la leyenda negra», asevera. Y es que se le ha presentado como monstruo fanático y despótico hasta ser apodado «el demonio del Mediodía».

Guillermo de Orange lo acusa de asesinar a su hijo Carlos y a su esposa Isabel de Valois por motivos oscuros y lo tacha de adúltero, incestuoso y bígamo. «Pone especial énfasis en la maldad intrínseca de Felipe II y en la generalizada del pueblo español, que manifiesta en el genocidio y en las salvajadas sobre los nativos americanos. Esto nos perjudicó mucho porque ha sido muy bien explotado negativamente», afirma. Está claro que en la batalla de la propaganda, perdimos la guerra. A ella se sumaron otros enemigos, como la reina Isabel de Inglaterra, y españoles como Antonio Pérez o Bartolomé de las Casas.

Tiempo fúnebre

Otro acontecimiento especialmente doloroso fue, en efecto, la muerte de su hijo Carlos. «Resulta muy difícil entender la conducta del rey con él, su frialdad para encerrarlo y esto dispara todas las conjeturas. ¿Lo hizo para que se muriera por sus propios desequilibrios, excentricidades y abusos con su salud? ¿Pensaba que las cosas llegarían tan lejos? Mi idea es que no intervino en su muerte. Para él debió ser durísimo perder al heredero, junto a la esposa que le dio los mejores años de su vida. Desde 1658, invariablemente vistió de negro como señal de luto porque desde entonces su vida es prácticamente un cortejo fúnebre de muertes cercanas», señala el historiador.

«Esa imagen se mantendrá en los reinados siguientes, pero a la vez empieza a configurarse su leyenda rosa, que yo prefiero llamar áurea. Son una serie de libros publicados tras su muerte, como los de Cristóbal Pérez de Herrera, Lorenzo van der Hammen o Baltasar Porreño, que hablan de las excelencias del rey, los que ponen de manifiesto sus cualidades, su trabajo por la justicia. Virtudes que no han tenido la fortuna de difundirse como la leyenda negra, pero que posteriormente se ha retomado en alguna ocasión como un referente del mantenimiento de unos valores imperecederos. Esto puede resumir a grandes líneas lo que se puede encontrar en este libro», concluye.

La leyenda negra, «un absoluto disparate»

«Hoy, en los ambientes historiográficos, la leyenda negra se considera un absoluto disparate, no solo contra el rey, sino por antiespañola y sin fundamento real. Pero sus imágenes son tan potentes y se han instalado durante tanto tiempo y de manera tan rotunda en el imaginario popular y colectivo, que erradicarlas por completo va a ser muy complicado y, además, ¿cuál sería el camino?», se interroga Martínez Ruiz. «Si ponemos de relieve las brutalidades hechas en otros lugares se comprueba que el genocidio que nos imputan es muy matizable. Muchos de los supuestos exterminios fueron fruto de enfermedades europeas transmitidas al no estar inmunizados contra ellas, algo así como la pandemia actual. El “y tú más”, no sé si sería muy eficaz. Lo que estamos haciendo en el plano intelectual con libros como este requerirá tiempo para mirar con cierta ecuanimidad entre lo que se dijo y lo que hay de cierto o incierto en esas afirmaciones».