De cómo se reinauguró el Teatro Real hace 23 años
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El reciente inicio de temporada en el Teatro de la Zarzuela con «La vida breve» me ha hecho recordar la frustrante reinauguración del Teatro Real con la misma obra junto al «Sombrero de tres picos» el 11 de octubre de 1997, cuya historia quiero hoy contarles.
Tuve bastante intervención en aquella reapertura, poniendo de acuerdo a Ministerio de Cultura, Comunidad de Madrid y Ayuntamiento en que las tres administraciones debían ir de la mano sin zancadillas. En un restaurante de la calle Moreto se pactaron muchas cosas a principios de los noventa del siglo pasado. Entré como uno de los cinco miembros de la comisión ejecutiva del teatro. Poco más tarde se nombró directora general a Elena Salgado. «¿Sabéis lo que hacéis?», preguntó Borrell cuando se le pidió permiso para «quitarle» a su secretaria de Estado de Comunicaciones.
Ella nombró director artístico a Lissner y quiso, que no logró, nombrar además a Vela del Campo como su asesor artístico personal. Carmen Alborch lo impidió. Lissner y Salgado barajaron inaugurar con un «Don Carlo» importado del Chatelet, donde el francés había sido director. ¡Inaugurar el Real sin una producción propia! Era un desatino que nos encargamos de evitar. Surgió luego la idea de «Parsifal» con Plácido Domingo. También luchamos contra la idea, ya que el título ni representaba la trayectoria del teatro ni nuestra cultura. Simplemente se movían intereses imposibles de relatar hoy.
Personalmente llegué a idear y proponer un espectáculo doble con «La vida breve» y «El amor brujo». Salud moría y quedaba tendida en el suelo en la primera, pero se levantaba y resucitaba su espíritu en la segunda para vengarse de Paco. La idea entusiasmó a Carlos Saura y Elías Querejeta. Hablamos largo y tendido en La Ancha. María José Montiel sería Salud y Rocío Jurado cantaría en «El amor brujo». Todas las luces del Real se encenderían al acabar el ballet con las palabras «¡Ya está despuntando el día! ¡Cantad, campanas, cantad! ¡Que vuelve la gloria mía!». Así concluiría el acto.
Recuerdo que, mientras nos dirigíamos por un pasillo a una reunión en el despacho de Alborch –persona a quien adoré– en la Casa de las Siete Chimeneas para votar en torno a «Parsifal», sonaba «El fuego fatuo» en la megafonía del Ministerio. Fue un buen presagio, pero se aprobó «Parsifal». Cuando en marzo de 1996 cayó el gobierno de Felipe González y le sucedió Aznar, Esperanza Aguirre sucedió a Alborch. Le advertí de la larga duración de «Parsifal» para una inauguración eminentemente social con los Reyes.
Salgado respondió que era poco menos de dos horas y tuve que contestarla que eso era lo que duraba sólo el primero de sus tres actos. Aguirre –a quien también adoré y adoro– decidió que mejor «La vida breve» pero, palabras textuales: «Lo que no vamos a hacer es todo lo que quiere Gonzalo, así que en vez del «Amor brujo» será «El sombrero de tres picos». Francisco Nieva dirigiría la primera y para la segunda se recuperarían las telas y figurines de Picasso. Mi proyecto se vino abajo. Aún quedaba resolver lo hablado con Plácido, que no abriría el Real y me tocó ir a Viena, en cuya ópera dirigía, para convencerle de que no pusiera trabas. Lo conseguí volviendo a Madrid en su avión privado. La historia de la elección de orquesta y director merece un nuevo artículo.
Aquella reinauguración fue costrosa, como puede verse en YouTube, y hubo miles de anécdotas en los ensayos, como cuando empezó a caer líquido desde el techo en una de las salas inferiores y cundió la alarma. Al final era el burro que aparecía en «Vida breve» y se estaba meando. Hoy, con el lío que hay en Madrid y al cumplirse 23 años de aquella reapertura, ya ven que políticamente nada parece haber cambiado.