Buscar Iniciar sesión

La artista que sentía fascinación por el ladrón de sus cuadros

Benjamin Ree dirige un excepcional y escarbado documental sobre la amistad entre una pintora y el hombre que le quitó dos obras
ImdbImdb
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

Creada:

Última actualización:

Sabemos que a Barbora Kysilkova no le gustan las flores de plástico. Ni ir de compras. Cuando era pequeña se sintió atraída por una tumba sin identificar perteneciente a una niña judía y estableció la costumbre compasiva de ir al cementerio a dejarle flores en vista de que nadie más lo hacía. No le gusta el feminismo escandinavo y lleva un tatuaje en la espalda compuesto por círculos envolventes. Su anterior pareja la maltrataba. También sabemos que algunas de las obras que pinta son demasiado oscuras como para decorar las paredes de la mayoría de las casas y que es capaz de aprovechar estéticamente cualquier manifestación de sufrimiento para generar belleza.
Tal vez porque siempre le ha fascinado la muerte y de forma recurrente le ha salvado la pintura. “Ves a Bertil hecho trizas por un accidente de coche y en lo que te fijas es en la herida. ¿No crees que está un poco fuera de lugar que crees arte a raíz de esto?”, le reprocha su pareja en un pequeño estudio de Oslo mientras la artista checa dibuja la mano agujereada de un amigo que se encuentra en el hospital. “No, porque sobrevivió y pudo darme su consentimiento para hacerlo. Por eso no tengo absolutamente ningún problema moral respecto a este asunto”, zanja.
Si conocemos todos esos datos pequeños, precisos y reveladores sobre la personalidad de Barbora es porque son los que utiliza para describirla Bertil, el ladrón de dos de sus obras en la inauguración de una galería y posterior amigo accidentado, en el hermoso documental “La pintora y el ladrón”, dirigido por el noruego Benjamin Ree. “Me crucé con la historia de un robo de arte en la Galería Nobel (Oslo) en 2015. Dos cuadros de una pintora muy poco conocida fueron robados y los ladrones fueron capturados y sentenciados a 75 días de cárcel, pero solo uno de ellos se presentó al juicio. ¿Por qué decidieron llevárselos? Lo realmente interesante es que la artista había preguntado al ladrón si le podía retratar. Contacté con ella y su historia me impresionó”, señala el cineasta.
Partiendo de ese germen de casualidades, afinidades inesperadas y paradójicos encuentros, Ree comenzó a grabar con el desconocimiento propio del creador que no sabe hacia dónde va el material que está consiguiendo. En este caso de la deriva, nace la luz y el origen y posterior desarrollo de una relación profundamente enigmática atravesada por una violenta empatía, humanidad y dependencia entre dos personas desconocidas que transitan con un ritmo similar por los afilados márgenes sociales. Matiza Ree que desde que empezó a rodar quiso explorar la compleja relación entre la pintora y el ladrón, con dos preguntas en mente: “¿Qué hacemos los humanos para ser vistos y apreciados? ¿Por qué ayudamos a los demás? Para mí, el cine consiste en hacer preguntas intelectual y emocionalmente estimulantes observando el comportamiento humano. Espero haberlo conseguido con esta película, haber planteado cuestiones que te hagan pensar incluso después del final de los créditos”. Y vaya si lo consigue.
Karl-Bertil, el ladrón arrepentido, el carpintero dañado, el crápula afectivo, el drogadicto sensible, el convicto expiado, habla de sus tatuajes para describirse así mismo con los mismos tonos que utiliza Barbora para sombrear sus impresionantes cuadros hiperrealistas de gran formato: “La rosa roja simboliza la infancia perdida. Tengo siete rosas rojas. Tengo dos máscaras que están chillando. Tengo dos demonios en mis brazos que controlan cosas. Nos peleamos pero los dejo salir a veces. Se quedan mirando ahí sentados”.