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Delphine de Vigan: «La gratitud nos convierte en seres humanos»

La autora asegura que “la lengua ayuda a comunicar lo que es intransmisible” entre las personas
María Teresa SlanziMaría Teresa Slanzi

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Es la edad de la disolución de la memoria, cuando los mayores vuelven a comportarse como niños. Las palabras desaparecen y el cuerpo se mueve como si no te perteneciera. Delphine de Vigan venía desgrasando su literatura, como si los adjetivos resultaran accesorios y complementos caducos, igual que las estolas y sombreros de los años veinte. Con esa prosa descarnada, ha descrito la edad final, la de la despedida y el adiós. Dura, implacable, certera francotiradora de los momentos vitales más sensibles, De Vigan entra en «Las gratitudes» (Anagrama) en uno de los ángulos ciegos de la existencia a través de un personaje fragilizado, un anciana que trabajó como correctora y que ve cómo la lengua se le escapa como el agua entre los dedos. Alejada de artificiosas edulcoraciones, narra esta historia del ocaso, el de una una persona que ha olvidado verbalizar la gratitud.
«Reconocer la gratitud es admitir que debemos algo a alguien y que no somos lo que somos si no hubiéramos conocido a esa persona. Nadie puede avanzar solo. Es una ilusión creer que nadie debe nada a nadie. Espero vivir en un mundo en que todavía seamos capaces de saber que estamos en deuda con los demás», señala.
La edad de la pérdida
La obra se sostiene sobre una conjunción de monólogos y diálogos cortantes que le dan una apariencia teatral sin serlo y que ayudan a penetrar en esta partitura de emociones : «Estoy hablando de personas mayores. Los temas que trato son ásperos. Hablo de la soledad, de estar encerrado, de la pérdida que entraña envejecer». La novela, más condensada de extensión, hace dúo con «Las lealtades». Las dos estarán coronadas por otro libro que completará una trilogía. La crítica francesa ha puesto el acento en su tratamiento desnudo de la vejez. «Si hay algo que demuestra esta novela es que se puede hablar de sentimientos sin caer en sentimentalismos».
La protagonista del libro padece afasia, pérdida del lenguaje, y tiene que inventar su vocabulario para comunicarse con los demás. Delphine de Vigan, como escritora, conoce lo importante que son las palabras. «Sabemos que expresarse puede ayudar a las personas. La lengua ayuda a compartir, transmitir y comprender lo que es intransmitible. Creo en el poder del lenguaje. Este personaje se aferra, resiste y lucha contra la pérdida de la palabra, porque, entre otras razones, eso supone mantener vivo un vínculo con los demás. Creo que existe una virtud terapéutica en la lengua».
De Vigan se acuerda de los mayores afectados por el coronavirus. Ellos son el eslabón débil de la sociedad. «La pandemia ha puesto el foco en lo que sucede en las residencias de mayores. Muchos han sido cuestionados por cómo los tratan. Este tema salió a la palestra, al igual que la soledad profunda en la que se han encontrado nuestros abuelos, cuando nadie podía entrar en las residencias». De Vigan recuerda cómo muchos de ellos fallecieron solos, sin el aliento que supone la compañía y las palabras de sus familiares y amigos. «Más allá de la muerte, existe esa idea de que las personas puedan decir cosas, que puedan tocarse, que, evidentemente, es muy importante. Vivimos en un mundo en que, por lo menos en Francia, se mantiene poco a los más viejos en casa, primero, por la falta de espacio en las casas, y, segundo, porque la sociedad no está organizada para mantenerlos en ella», asegura con pesar.
Uno de los elementos cruciales de la novela son las deudas contraídas y los pensamientos que no se expresaron a tiempo. «El tema no es decir gracias, algo que repetimos con relativa frecuencia varias veces al día, sino en encarnar esas gracias. En francés y en español se emplea mucho más dicha palabra que la de gratitud. Pero es la gratitud lo que nos convierte en seres humanos».