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El último juicio al nazismo

Ernesto Caballero y Karina Garantivá llevan al escenario el pensamiento de Hannah Arendt sobre los totalitarismos en un espectáculo que es también puro disfrute teatral
.Teatro Galileo

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Llega a la cartelera el segundo trabajo de Teatro Urgente, el proyecto artístico que Karina Garantivá y Ernesto Caballero están desarrollando en el Teatro Galileo con la intención de embadurnar las tablas de filosofía y de pensamiento crítico pero sin renunciar a la pura creación artística, al entretenimiento e incluso al humor. Si el filósofo Javier Gomá –otro de los impulsores de esta idea teatral– y el propio Caballero firmaban los textos en el primer montaje de la compañía, que se tituló «En el lugar del otro», ahora es nada menos que Hannah Arendt quien inspira intelectualmente esta segunda producción, llamada precisamente «Hannah Arendt en tiempos de oscuridad». A partir de su ideario, imprescindible en el análisis teórico de la política del siglo XX, Karina Garantivá ha elaborado una dramaturgia que permite seguir el itinerario vital e racional de esta inetiquetable mujer judía nacida en Alemania y nacionalizada después estadounidense.
Con la propia Garantivá en el reparto, junto a Lucía Juárez, Rodrigo Martínez Frau, Estíbaliz Racionero y Germán Torres, Ernesto Caballero vuelve a asumir la dirección escénica de una propuesta que trata de reflexionar sobre algunos asuntos clave para Arendt, tales como la propaganda, la manipulación de la información, la falta de diversidad en la toma de conciencia, el significado de la acción política, la responsabilidad ciudadana y, por supuesto, el peligro de los totalitarismos, que parecen estar aún al acecho, aunque ahora se presenten con ropajes más modernos. «Ella decía algo muy importante a este respecto –recuerda Caballero–: que los totalitarismos no buscan tanto la transformación de la sociedad como la transformación de la naturaleza humana. Y trata de alertarnos para que no entremos en esa peligrosa inercia».
La obra sigue los pasos de Arendt desde su ciudad natal, Konigsberg (llamada luego Kaliningrado), donde recibió una educación atípica que le permitió familiarizarse muy pronto con la cultura y con el pensamiento filosófico, hasta Berlín, París o Nueva York, ciudades en las que vivió y en las que fue testigo de algunos de los acontecimientos políticos y sociales más importantes del siglo XX; un recorrido que termina en los años 60 en Jerusalén, donde asistió al juicio contra el criminal de guerra Adolf Eichmann.
Y ese gran viaje se realiza mediante un juego dramatúrgico muy metateatral que, según el director, «permite bajar a la arena del escenario todas las cuestiones del pensamiento de esta mujer, tan fascinante y tan libre, para que nos interpele hoy a todos en nuestra condición de ciudadanos».
Y concreta un poco más cómo llega a producirse esa interpelación directa: «Hay un personaje, prácticamente protagónico, que es la compañía de actores que están poniendo en pie la función, y que empiezan a hacerse preguntas sobre lo que están haciendo y sobre las tesis de Hannah Arendt». Pero, según Caballero, «nada se enuncia discursivamente, sino que se vierte en la propia acción de la obra; porque el objetivo no es hacer teatro de tesis, sino que el espectador lo pase bien participando de lo que creemos que debe ser una experiencia sensorial y artística».
Algo que no es óbice para fomentar, como él mismo reconoce, el debate y la discusión amable: «Es cierto que el pensamiento se hace sensorial y lo sensorial se hace pensamiento. En este sentido, sí me gustaría que la gente saliera de esa concepción binaria y reduccionista que tenemos para debatir, conversar y abrirnos al otro, para prestarle de verdad atención y tratar de entenderle. Precisamente, decía Hannah Arendt que el debate y el conflicto de ideas es lo que nos hace verdaderamente humanos. Ella apela siempre a la responsabilidad individual, pero cree al mismo tiempo en la colectividad y en los pactos de ciudadanía como garantes de la convivencia y la evolución social».
Reivindicado hoy por unos, soslayado por otros y utilizado de manera interesada y parcial por casi todos en el campo de la política, el pensamiento de Hannah Arendt sigue estando vigente y es fundamental en la historia de la filosofía contemporánea por el certero análisis que supo hacer de los totalitarismos mucho antes que otros intelectuales coetáneos. Frente a la pluralidad de ideas, esos totalitarismos surgen, según ella, como fruto de una idea de colectividad identitaria.
Y esa defensa de la libertad individual es fundamental «en estos tiempos que corren» para la actriz y dramaturga Karina Garantivá, que no oculta su admiración por esta intelectual judía: «Si hoy pudiera elegir nuevamente cómo vivir mi vida, elegiría hacerlo como lo hizo Hannah Arendt, asumiendo la responsabilidad que supone la libertad y el riesgo que conlleva mantener un compromiso inamovible con la dignidad inherente a cada rostro humano. Interesada por todo y todos, Arendt no solo fue una pensadora brillante, sino un ser humano ejemplar. El encuentro con su legado es, sin duda, el acontecimiento más extraordinario de mi trayectoria artística».
  • Dónde: Teatro Galileo (calle de Galileo, 39. Madrid). Cuándo: desde hoy hasta el 4 de abril. Cuánto: desde 14 euros.

UN HOMBRECILLO «PATÉTICO Y NORMAL»

Por David Solar
Adolf Eichmann (Solingen, Alemania, 1906-Ramala, Israel, 1962) fue un burócrata gravemente implicado por la maquinaria nazi en uno de los crímenes más nauseabundos de la Historia. La filósofa Hannah Arendt caló su insignificancia durante el proceso de Jerusalén en su «Estudio sobre la banalidad del mal». Peter Malkin, el agente del Mossad que coordinó su secuestro en Argentina, dijo lo mismo con otras palabras: «Era un hombrecillo suave y pequeño, algo patético y normal, no tenía la apariencia de haber matado a millones de los nuestros».
Afiliado al partido nazi (1932), ingresó en las SS, se formó en Múnich y en el campo de concentración de Dachau, de donde pasó al Departamento de Asuntos Judíos de las SS, que le encargó «cribar» a los judíos vieneses, mostrando tanta diligencia que se le encomendó lo mismo en Praga.
Heydrich se llevó al discreto y eficaz organizador a la reunión de Wansee (20-1-1942), encargada de coordinar el exterminio de los judíos que se hallaran en territorio dominado por el Tercer Reich o sus aliados. Eichmann actuó como secretario de la reunión y se mostró tan conocedor del asunto que se le encargó la deportación de los judíos de Hungría y Rumanía a los campos de exterminio. De una u otra forma, estuvo relacionado con la muerte de tres millones de judíos.
Tras la derrota huyó a América. Vivió a salto de mata recalando, finalmente, en Buenos Aires como probo padre de familia y honesto chupatintas. En 1960, cuando su anodina existencia parecía haber dejado atrás su terrible pasado, fue localizado por el Mossad, que lo trasladó a Israel, donde fue condenado a muerte y ahorcado.