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Aterriza en el Prado el extraordinario biombo criollo que narró la conquista de México

La pieza rescatada por el museo con motivo del quinto centenario del episodio histórico, refleja el ideario de las élites criollas de la Nueva España
Alberto R. Roldán
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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El biombo, como pieza de tipología mobiliaria, pero especialmente como obra pictórica de minuciosa artesanía, siempre se ha constituido como estimulador de conversaciones. Detrás de su estructura de puerta misteriosa, de entrada abierta a la dimensión mayúscula de paraísos orientalistas, de parapeto contra las corrientes de aire, se alternaban encuentros y miradas, se propiciaban conversaciones, debates e interpretaciones sobre la composición alterada del mundo. “Su procedencia asiática, disputada por países como Japón y China se filtra al continente americano a través de Filipinas y del famoso Galeón de Manila. Había básicamente dos tipos de biombos: los llamados de “cama” o de “dormitorio”, más pequeños, y los conocidos como “de estrado”, los cuales solían desplegarse en las estancias principales de las viviendas y tenían una finalidad muy parecida al tríptico del Jardín de las Delicias”, puntualizaba ayer el director del Museo del Prado, Miguel Falomir, durante la presentación del “Biombo de la Conquista de México y la muy noble y leal ciudad de México”.
“Hablamos de piezas que se abrían en las reuniones sociales e invitaban a los que estaban a su alrededor a discutir y hablar sobre los temas representados”, apostilla el director de forma introductoria antes de describir las particularidades de este armazón de diez puertas articuladas en óleo y pan de oro sobre lienzo y montado en una estructura de madera, expuesto en el edificio Villanueva hasta el próximo 26 de septiembre y procedente de una colección particular que propone dos escenas claves para comprender la singularidad identitaria que presenta este periodo histórico.
Una obra muy singular
La mirada del visitante se topa por un lado con el haz del universo abarcable y ordenado de la ciudad de México como capital de la Nueva España: un escenario cívico en el que la vida se abre camino entre las calles vivas de la urbe, niños con cometas y curas contemplativos. Y otra cara con un cariz más memorístico en donde figura la conquista de Tenochtitlán, con un Hernán Cortés en imponente actitud conquistadora y un Moctezuma con ademán heroico de receptor dignificado. Falomir asegura que se trata de “una obra singular”, particularmente porque existe “un público español muy poco familiarizado con el arte que se hizo al otro lado del Atlántico, con la pintura novohispana”.
“El tema que representa este biombo es un asunto que disfrutó de una enorme popularidad en México durante el último cuarto de el siglo XVII. De hecho hay hasta diez biombos en los que uno de sus planos representan el episodio de la conquista de Tenochtitlán por parte de las tropas españolas y tres de ellos poseen por una cara la conquista y por otra una ilustrativa representación de la ciudad de México. Dos de ellos se conservan en museos de la propia ciudad y el tercero ahora se encuentra entre estas paredes. Los tres parecen salidos del mismo taller aunque no sepamos el nombre del autor”, reconoce. “Cuando uno ve el biombo hay una serie de elementos que le pueden sorprender y que yo creo que serían muy distintos y cambiarían sustancialmente si esta obra se hubiera pintado en España en lugar de en México”, comenta. Por ejemplo, “la dignidad con la que están tratados los guerreros aztecas, el grado de detalle que hay en la representación de sus indumentarias, de sus armas, la individualización de cada una de sus peculiaridades”.
El director del Prado señala además que la perspectiva histórica que muestran los imponentes portones que estructuran el biombo, es ligeramente distinta a la de las primeras Crónicas de Indias. “La inspiración de esta obra se refleja en obras literarias tan relevantes como las de “El tratado de virtudes políticas” de Carlos de Sigüenza y Góngora en 1680 donde lo que se le propone al Virrey es ni más ni menos que los gobernantes aztecas son un modelo de conducta política. Nada de esta visión de lo salvaje anteriormente asociada. Sino una asunción de ese pasado prehispánico por parte de las élites criollas”. Con respecto a la fecha de realización de la pieza, hay una serie de elementos arquitectónicos que han permitido acotar cronología: “Ese San Agustín que aparece con la techumbre de plomo sabemos que se derribó en 1676 pero fue reemplazada por unas bóvedas de tabique. Datos como estos nos han ayudado a fechar de forma aproximada la obra. Se tiende a pensar que se trata de un regalo hecho por el ayuntamiento de la Ciudad de México a los virreyes con motivo de su toma de posesión del Virreinato y consecuentemente se muestra el ideario de esas élites criollas a finales del siglo XVII. Unas élites criollas que, por un lado son muy conscientes de su naturaleza de herederas del proceso de conquista que había liderado Hernán Cortés, pero que por otro tienen una especie de singularidad propia, de personalidad que lo distingue de las élites metropolitanas”.
La restauración de tan imponente pieza, cuyos cantos también están pintados para dotar de una necesaria continuidad al relato, ha durado la friolera de ocho meses. “Todas las puertas tenían algún tipo de daño. El elemento más incisivo fue el agua, que generó surcos en la estructura. Cada huella de daños ha requerido un tratamiento especial y concreto”, subraya María Álvarez García, restauradora encargada de la intervención. El fuerte colorido y la proyección estratégica de la luz de las escenas refuerzan el tono vibrante y aguerrido de la narración. Parece que solo hace falta que alguien mueva el biombo para que los conquistadores y sus descendientes criollos vuelvan a mover sus mosquetes y besar a sus muertos.