La limpieza de cara de la condesa de Chinchón
Tras 38 años de amor por el oficio, la restauradora del Museo del Prado Elisa Mora culmina su trayectoria con la renovación del retrato pintado por Goya
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No hay en las espigas de trigo que rodean el tocado de la condesa de Chinchón, ni en los pliegues que delatan el tejido de su vestido de gasa, ni tan siquiera en la expresividad nerviosa y dulce de su gesto, rastro del desgarro, la violencia y la negritud que planean incesantes sobre la práctica totalidad de las obras de Goya. El pintor muestra durante el transcurso de esos años finiseculares de 1800 una vertiente pictórica mucho más sensible, familiar y afectiva cuya máxima representatividad cristaliza en este retrato de “La condesa de Chinchón” que ayer adquiría una segunda vida entre las paredes de la antesala de las Musas del Prado. “Goya es un personaje lo suficientemente poliédrico y complejo como para ser capaz de mostrar muchas más caras. Por sus relaciones personales con la efigiada o porque también estaba en su ADN desarrollar empatía con los personajes representados, en esta pintura nos muestra esa faceta de la obra que muchas veces es negada incluso por una parte de la historiografía especializada”, declaró el director adjunto de Conservación e investigación del museo, Andrés Úbeda.
Broche de oro
Elisa Mora, restauradora de los talleres de la institución desde hace 38 años, ha sido la encargada de recuperar la esencia primigenia de las magistrales pinceladas y de mejorar y pulir el extenso crisol de matices cromáticos que se encontraban cubiertos por el velo oscuro y amarillento del tiempo. “Me tiemblan las piernas y la voz también. No tengo más que palabras de agradecimiento tanto al museo, como a los compañeros y jefes con los que me he ido encontrando durante esta apasionante aventura. Pero aquí hemos venido para hablar de la condesa, ¿no? Para mí esta pintura es un broche de oro, aunque realmente convendría más decir de plata, porque los tonos son fríos. Yo pensaba jubilarme antes, pero no pude decir que no a semejante bombón artístico. Estoy encantada de terminar mi trayectoria con esta obra. En el fondo es un hasta luego, porque la seguiré viendo, aunque ya esté aquí independizada y desnuda en la pared”, confesó visiblemente emocionada ayer en la rueda de Prensa.
Mora efectuaba así una despedida profesional que tenía que ver casi más con el ámbito de lo público que con la intimidad de lo privado. Y es que los innumerables resultados de su labor (”El 2 de mayo”, de Goya, “El vino de la fiesta de San Martin”, de Bruegel el Viejo, o “La Dolorosa con las manos abiertas”, de Tiziano) ya son de todos. Del pueblo, del ciudadano, del transeúnte, del anónimo, del perdido, del curioso, del purista y del amante.
En la última intervención de su carrera, Elisa Mora ha reforzado las esquinas del lienzo original de esta obra considerada como la quintaesencia del retrato cortesano, sustituido por hilos de lino varios parches de seda y eliminado el barniz oxidado que presentaba la superficie. Pero uno de los procesos claves de tan magnífico resultado ha sido la limpieza: “se ha ganado en profundidad. Antes la figura estaba como pegada atrás y ahora se despliega, hay un aire que la impulsa. Está metida en un fondo oscuro porque yo creo que Goya conocía cuál era la vida determinada y condicionada de esta condesa, aunque ella se mantuviera ignorante con relación a su entorno. Sin embargo, se la ve con mucha luz”, explica.
Fuertemente influenciado por Velázquez, Goya juega con el virtuosismo luminoso que determinadas tonalidades otorgan al lienzo: ”con la limpieza se han conseguido recuperar todos esos matices de grises y blancos. Qué difícil es pintar con blancos para que no se vea sucio. Cuando estudiaba Bellas Artes un profesor nos dijo que los blancos eran muy difíciles y que los grises también, que los utilizáramos lo menos posible. Y qué privilegio contemplar la magistral manera que tenía Goya de utilizarlos. Ahora si miras el pelo parece que se mueve y lo mismo ocurre en las espigas. También con los matices del verde, antes era una cosa muy plana, ahora tienen cuerpo. En fin, se ha ganado bastante y ahora se puede ver la magistral obra que Goya pintó con el sentimiento”, añade con entusiasmo.
El prestigio y la exclusividad siempre han respaldado el recorrido cronológico del retrato. Cuando el Prado consigue hacerse con él y añadirlo a su colección en el año 2000 a través de una adquisición con fondos del Estado, la cara de la jovencísima mujer de Godoy ya había contemplado infinidad de lugares, estancias y salones. Después de ser trasladada al Depósito General de Secuestros, se situó de forma prologada en las instancias del palacio de Boadilla del Monte, en Madrid, y pasó a formar parte de todos aquellos bienes que habían sido devueltos a la condesa.
Posteriormente permaneció en posesión de sus descendientes directos hasta que en la década de los setenta formó parte de los conocidos como “Tesoros españoles” que protagonizaron la exposición de Ginebra, una selección de las obras que habían sido protegidas de los posibles daños de la contienda de la Guerra Civil. “Se reunieron 174 cuadros, en su mayoría procedentes del Prado (unos 150 aproximadamente eran suyos). La única obra de propiedad particular que figuró en la exposición, fue “La condesa de Chinchón”. Ese prestigio está relacionado tanto con razones de contenido, como con razones personales. Se trata de una de las obras, no solo de Goya sino de la historia del retrato en la edad moderna, que mejor reflejan la implicación emocional por parte del espectador. Nadie se queda indiferente ante esta imagen”, apostilló Javier Portús, Jefe del Departamento de Pintura Española del Museo Nacional del Prado. Tal vez no sea necesario concentrar las razones de su éxito en la mochila histórica que lo acompaña, tal vez su verdadero éxito resida, como subraya con sencillez Mora, en la capacidad del pintor “para reflejar la humilde transmisión del sentimiento de una mujer que en ese momento era feliz”.