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Fernando Trueba: “La sanidad no debería ser un negocio en ningún caso”

El director, con el Goya a la Mejor Película Iberoamericana bajo el brazo, estrena “El olvido que seremos” sobre la trágica defensa de lo público en Colombia por parte de Héctor Abad
David ZorrakinoEuropa Press
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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La tarde del 25 de agosto de 1987, cuando el doctor Héctor Abad Gómez acababa de enterrar a su buen amigo, el activista por los Derechos Humanos en Colombia, Luis Fernando Vélez, dos sicarios le abordaron a la salida de su despacho y le asesinaron a sangre fría junto a uno de sus estudiantes más destacados, Leonardo Betancur. La sangre de Abad regando Medellín, una especie de tragedia anunciada por la férrea defensa de la paz y la sanidad pública que había provocado que todos los grupos de extrema derecha y corte paramilitar le pusieran precio a su cabeza, fue el último capítulo de una de esas vidas a las que las palabras no les llegan a hacer justicia pero los hechos, capitulados como hizo su hijo en el libro «El olvido que seremos» (Alfaguara), pueden hacer eternas.
Con el Goya a la Mejor Película Iberoamericana bajo el brazo, aunque la película se estrene este viernes 7 de mayo en las salas españolas, el director Fernando Trueba adapta la novela biográfica del doctor de la mano de Javier Cámara como protagonista, en una producción colombiana y con una cuidada narración autóctona, gracias al trabajo de la hija del propio Abad como «script» durante el rodaje. El proyecto, eso sí, no salió adelante con facilidad: «El autor y el productor me contactaron para ofrecerme la adaptación, pero a pesar de haber regalado el libro muchas veces, no creía que hubiera en él una película fácil», explica Trueba antes de seguir: «Lo primero era encontrar el tono y el cine tras la historia. Uno no hace películas por razones morales, que también, sino por la cinematografía que hay detrás», añade.
Al tratarse de una historia intrínsecamente latinoamericana, con la violencia política como catalizador y el trastorno transitorio de un país entero en la memoria, el realizador confiesa haberse acercado «con pies de plomo» a la materia, documentándose «todo lo posible» sobre la lucha de Abad por la sanidad pública, algo que obviamente casa con el presente patrio tras la pandemia: «Es asombroso que podamos permitir que nos arrebaten la sanidad. Igual que hay muchas maneras de entenderla y los diferentes partidos tienen diferentes puntos de vista, me parece innegociable su carácter público y en ningún caso debe ser negocio».
Un bien irrenunciable
Y sigue, por agravio comparativo: «Recuerdo todavía la impresión cuando un amigo que vive Nueva York, americano, me contó que tuvo que vender la casa en la que había vivido toda su vida para afrontar los gastos derivados del cáncer que le habían diagnosticado a su esposa. Ante situación así, dices ’'Dios mío, algo no funciona en este sistema, algo aquí se jodió’'. Por eso creo que la sanidad pública por la que peleaba Héctor Abad es algo que todos, al margen de nuestras ideologías, tendríamos que estar defendiendo como si nos fuera la vida en ello, literalmente. Y no permitir que nadie, por ninguna razón económica o política nos lo arrebate. Es algo irrenunciable tal y como el derecho a una educación para todos», remata vehemente, antes de añadir sobre esa especie de destino tristemente anunciado ante el que el protagonista de su último filme no se achantó: «Fue una persona que nunca se dejó intimidar. Cumplió dedicando su vida a lo que creía y pensaba que, porque hubiera unas amenazas o un peligro, no había razones para parar. Esa era su grandeza moral», opina.
Con la sacrificada temática de su estreno sobre la mesa y en pleno clima electoral en obligada clave sanitaria, por las terribles consecuencias y carencias que ha hecho verbo el coronavirus, se hacía ineludible, pues, hacer la parada de rigor por la «fiesta» de la democracia en la Comunidad de Madrid: «No me apetece realmente hablar de ello. No me apetece hablar del aquí y el ahora», espeta primero el director, consciente de las batallas ideológicas y casi «kafkianas» que ha tenido que ir peleando por posicionarse políticamente, para luego añadir con cierta ironía: «No soy ajeno a ello y cumplo con mis obligaciones como ciudadano votando a quien me parece mejor o menos malo. En esta ocasión, como innovación, voy a votar por primera vez a quien me parece mejor».