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Sí, los influencers también lloran y están solos

A través de un relato que alberga más complejidad de lo que pueda parecer inicialmente, el director Magnus Von Horn se adentra en el reverso oscuro y sórdido de las redes sociales
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Publicitan productos –en cuya eficacia o utilidad no siempre creen– por dinero, retransmiten a través de la pantalla de un móvil la cara más luminosa y aparentemente perfecta de la cotidianidad de su vida mediante banales reflexiones que se integran de forma diaria en el imaginario colectivo de millones de usuarios cuyo objetivo aspiracional es parecerse a ellos, opinan sobre temas diversos, comparten información, experiencias y tips sobre aquellos en los que se consideran expertos y exhiben de una manera escandalosamente comercial y narcisista sus cuerpos. Pero pese a toda esa nebulosa marketiniana de complejo análisis que la figura del influencer suscita, el cineasta polaco Magnus Von Horn advierte con inteligencia en “Sweat”, su nuevo trabajo, de algo popularmente conocido pero deshonestamente reflejado: ellos también lloran, también sufren, también se sienten solos.
Dispuesto a dejar en manos del público la crítica –merecida o no– que la profesionalización de este tipo de gurús plastificados de lo positivo conlleva, Von Horn dignifica esta realidad, en entrevista con LA RAZÓN, y compara la reticencia que pueda suponer para parte de un sector de la sociedad concreto considerar esto un “trabajo serio” con la mirada ajena con la que en ocasiones se percibe el trabajo de director de cine: “la realidad es que actualmente hay muchísima gente viviendo de esto. Conozco a varias personas de mi entorno que han conseguido ganarse la vida a través de las redes sociales por lo que creo que no considerarlo un trabajo sería absurdo. Para muchos el trabajo de realizador por ejemplo resulta extraño también”.
Ni siquiera la interpretación se salva del reproche generalizado, tal y como añade jocosamente la actriz que encarna a la protagonista, Magdalena Kolésnik: “en realidad lo de profesionalizar las cosas es muy interesante porque yo misma por ejemplo me siento un poco bicho raro cuando estoy tratando de memorizar un guion por ejemplo, cuando lo que estoy haciendo realmente es tratar de recordar palabras. A veces mi madre incluso me ha llegado a decir que qué estoy haciendo, que qué clase de proceso extraño y artificial estoy siguiendo”, reconoce entre risas.
En el filme, que compitió en la sección oficial de la pasada edición de Cannes, Kolesnik retrata con profundidad el controvertido trastero emocional de Sylwia, una influencer de fitness polaca que pese a contar con el calor de sus seguidores y el impulso energético de los “unboxing” diarios comienza a sufrir las consecuencias más sórdidas de la viralidad. ¿Y si de repente el acosador que se masturba en la parte delantera de un coche todas las noches pensando en ella se convierte en el único canal insano mediante el que poder reconectarse con la realidad y con su propia autoestima? Von Horn consigue con esta configuración contradictoria de la protagonista, dibujar las aristas de una personalidad laberíntica, demandante y atormentada. “La lucha de Sylwia se parece mucho a la mía en mi trabajo. Ella en el fondo quiere ser real, no quiere fingir ni pretender y se siente sola. Este papel me ha servido un poco como terapia para reorientar mis objetivos como intérprete. Todos podemos llegar a sentirnos acompañados en la soledad de los demás y eso es muy humano y en el fondo reconfortante”, remata la actriz.