Eurodrama: por qué ganó Italia y España sigue a la cola
Analizamos el batacazo de Blas Cantó en el festival y el éxito del grupo de rock transalpino
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Solo hay una cosa peor que la cara de idiota que se te queda cuando pierdes, y es que repitas esa estúpida mueca cada año. Y lo que te convierte directamente en absurdo es que encima no pongas remedio. Esta es la historia de España en Eurovisión, un evento que para su escéptico espectador español se ha convertido en algo extrañamente perverso y cautivador por una sola razón: ver si se queda último o parecido. El morbo (repleto de envidia) es ver quién gana y por qué. Unas veces es Ucrania, otras es Israel y la del sábado fue Italia. Los transalpinos llevaban amagando varios años y al fin rompieron con 31 años de decepciones. Con (¡horror!) viejo rock and roll. España pierde desde 1969, cuando Salomé triunfó (junto con otros tres países) con su “Vivo cantando”. Cinco décadas de Eurodrama.
España se presentó con una canción llamada “Voy a quedarme” cantada por un muchacho llamado Blas Cantó. La misma canción y el mismo intérprete de cada año, aunque con diferentes nombres. Es increíble que edición tras edición se empeñen en enviar el mismo fracaso. Es como darle un equipo a José Mourinho cada año (que por otra parte es lo que hacen). Y luego es lo que se canta y cómo se canta. Es completamente imposible no sonar ridículo entonando lo de “Sé que hay muchos como yo, con tanto que ofrecer / Pero juro que este amor nadie lo podrá vencer / Y aunque nuestro baile diera un paso marcha atrás / No te preocupes, yo contigo siempre bailaré”. Pero es doblemente erosivo cantarlo con la eterna voz de “triunfito” que nos lleva demoliendo durante décadas.
Luego es cuestión de inteligencia: los jurados y espectadores escuchan de tirón 26 canciones, y no hay cerebro humano que procese de seguido más de cuatro o cinco cursiladas convencionales. Por eso se quedan con lo diferente, con lo que llama un poco la atención. Y vale, lo del Chiquilicuatre tampoco es ejemplo. Pero lo que sucedió el sábado es que Italia se presentó con una canción cercana al “glam-rock”, compuesta e interpretada por la banda Meneskin. Sí, ganaron con rock and roll, cueros, tatuajes, guitarras, actitud y pintas que espantarían a cualquier padre de urbanización. Una actuación alejada de los clichés actuales y llena de trucos (que siguen funcionando) del pasado. “El rock nunca muere”, proclamó su cantante. Y luego estuvo el caso de Francia y Barbara Pravi, que con “Voilà” presentó algo minimalista y de aire claramente retro. Algunos quisieron ver sobrevolando hasta el fantasma de Edith Piaf.
Pero no: España tiene que presentar siempre al clon del fracaso, a la imitación de lo que no funciona, a la reiteración del desespero y a la broma bufa. Son largos años, hasta siete, llenos de fracasos inconmensurables y, obviamente, una autocrítica menor que cero. También son años de supuestos profesionales haciendo muy mal su trabajo, que debería ser analizar qué hacen los demás, ver por qué triunfan, evaluar los fracasos, elegir buenas composiciones, acertar con el cantante y, lo más importante, intentar ser bastante más auténticos. Se busca lo que debería ser un éxito en un certamen cuando lo efectivo de verdad sería encontrar algo que fuera un éxito a secas. Es decir, que gustara a todos y que llamara la atención por algo distintivo. Porque si gustas a todos, eso incluye a jurados. Hace décadas se hablaba de “una canción eurovisiva” cuando se adivinaba potencial. Ahora se va camino de llamar “eurovisivo” a cualquier fracaso justificado. No se cuestiona el trabajo, sino el talento.