Las pandemias y sus músicas
Pestes y epidemias han marcado el devenir del arte a lo largo de toda la Historia
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Como despedida de esta temporada musical no está de más recordar cómo las pandemias han inspirado a la música, al igual que lo hicieran a obras literarias como «Memorias de ultratumba», de Chateaubrian, «El cuaderno gris», de Plá, «Diario del año de la peste», de Defoe o las de Mann, «Muerte en Venecia» y «La montaña mágica». También a pinturas como las de Serre, Gargiulo, Blanes, Böcklin... Podríamos empezar por «El Decamerón», escrito tras la peste bubónica que asoló Florencia en 1348. Diez jóvenes, huidos de la ciudad, contaron cien cuentos durante diez días de confinamiento. Boccaccio los finaliza con una canción con la que intentar alejar incertidumbres y miedos. Ya en el siglo XVI, estas piezas inspiraron a compositores renacentistas como Girolamo Scotto, Giovanni Piero Manenti, Giovanni Nasco, Domenico Ferrabosco y, muy especialmente, Claudio Monteverdi en su conocida «Io mi son giovinetta» de la IX jornada.
De la última jornada nacería la ópera «Griselda», tema que Petrarca ayudó a difundir y en el que trabajaron Pollarolo, Albinoni, Predieri, Orlandini, Scarlatti, Bononcini o Antonio Vivaldi, obra la de éste estrenada tras la epidemia de gripe que causó víctimas en todo el mundo un par de años antes, para reflejar musicalmente las reacciones de su protagonista ante los maltratos de su marido, lo que hoy constituye otra clase de epidemia. Monteverdi, en 1631, estrenó «Misa en agradecimiento por la liberación de la Plaga de Venecia», Haendel el oratorio «Israel en Egipto» en 1731 y Mozart también presenta una plaga como trasfondo de su «Idomeneo» (1781), al igual que Rossini en «Moises» (1818).
A lo largo del siglo XIX la tuberculosis causó estragos y la muerte a Paganini y Chopin. Más tarde, la compositora Fanny Mendelssohn vivió en Berlín en plena época del cólera y reflejó aquel ambiente en su «Cantata del Cólera» (1831). Donizetti y Smetana, que musicalizó sus síntomas, fallecieron de sífilis. Algunas obras de Schumann parecen inspiradas por esta enfermedad que también padeció. El halo de tristeza de la tuberculosis, muy romántico, inspiró dos de las óperas más populares: «La Traviata»(1853), de Verdi, y «La Boheme» (1896), de Puccini. Y así entramos en el siglo XX con «Una fiesta en época de plaga» (1901) del ruso Cesar Cui basada en un texto de Pushkin sobre el que Sofia Gubaidulina escribiría una suite orquestal en 2006. Llegaría luego, en 1918, la bautizada como «gripe española» a la que dejaría casi sordo Bartok y a la que no sobrevivieron el pintor Egon Schiele, el filósofo y economista Max Weber, el dramaturgo Edmond Rostand o el poeta y novelista Guillaume Apollinaire. Stravinsky, en su ópera «Oedipus Rex» (1927), acusa al rey de ser el causante de la plaga y en «Oedipe» (1936), del rumano Enescu, el Sacerdote critica al rey por asesorarse mal. Dallapicola abordó el tema de las epidemias en la ópera de cámara «Job, una sacra Rappresentazione» (1950).
Vinieron luego el SIDA, el ébola, la gripe porcina, el dengue, más brotes de cólera, que se vieron reflejados en óperas como «Los Visitadores» (1957), de Carlos Chávez, que se vuelve a basar en «El Decamerón» o «La peste» (1964), de Roberto Gerhard –basada en la novela homónima de Albert Camus–, que nos plantea la convivencia con la epidemia, hospitales desbordados y autoridades que, negando inicialmente la enfermedad, cierran la ciudad para evitar que expansión de la peste. Sobresale especialmente «Muerte en Venecia» (1973), de Benjamin Britten, inspirada en Mann y no tanto en el film de Visconti, pero de un cierto paralelismo con nuestra situación actual, con unas autoridades que temen tratan de impedir que la pandemia afecte al turismo en el que se basa la vida de la ciudad. Britten enfermó de un virus mientras preparaba la ópera en Venecia.
Más recientemente tenemos «Lancelot» (1969), del alemán Paul Dessau, en la que –recordando a «Idomeneo»– un dragón hace hervir el agua y detiene el cólera a cambio de un sacrificio anual, «Greek» (1988), de Mark-Anthony Turnage, y «Angels in America» (2004), de Peter Eötvös, centrada en los primeros casos de SIDA en Nueva York. Por último, aunque la relación podría ser mucho más amplia, citemos «Into the Little Hill» (2006), de Benjamin, con su critica a las autoridades por el mal manejo de una pandemia, exhibida en los Teatros del Canal muy pocos días antes de nuestra pandemia.