El Teatro Real baja el telón con los titánicos Kaufmann y Netrebko
Las dos estrellas de la ópera culminan una temporada excelente para el Real
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Sin duda, una temporada que el Real no olvidará por muchos motivos. El primero, por el telón levantado toda la pandemia. El segundo, el premio a la mejor compañía del mundo. Hay más, pero el último es haber superado la etapa Mortier y, en cierto modo, la Matabosch con la llamada a los grandes divos. Las máximas figuras de las cuerdas de tenor y soprano, Kaufmann y Netrebko, han cantado ópera en el Teatro dentro de los cuatro repartos de «Tosca». No han coincidido en ninguna función, ya que traer a la rusa requería la compañía del marido como Mario. Dado que ya se ha publicado crítica del primer reparto, me centraré en ambas figuras.
El primero participó en una sustitución de último momento en una «Clemencia de Tito» en 1999 y posteriormente en un par de conciertos (2018 y 2020). Entre las funciones muniquenses de su debut en «Tristan» ha venido al teatro y a Peralada con la propia compañía del Real. Con mucho, el mejor de los cuatro Marios, con una actuación magnífica propia de su gran clase de artista. Lo demostró desde el impecable «Recóndita armonía» con nota final mantenida, los inspirados madrigales, los vibrantes «La vita mi costasse, vi salverò» y «Vittoria!». Muy personal, como siempre lo ha sido, su «Adiós a la vida». Creo que en vídeo puede dar una impresión no real en los filados y pianos, que en el teatro suenan con toda claridad y que a algunos les pueden resultar demasiado almibarados. Pero es que los grandes cantantes siempre han sabido aprovechar fortalezas y debilidades, y Kaufmann es muy inteligente.
Callas supo hacer cuestión personalísima sus tres voces, su tintorería vocal, y Kraus o Bergonzi utilizar sus técnicas para soslayar su discutible belleza vocal. Kaufmann saca provecho al atractivo timbre casi baritonal, a ese punto de engolamiento, a la facilidad en el agudo, a la forma de emplear las medias voces de forma muy musical y elegante, así como a matizar el carácter de cada frase y personaje. Es, sin duda, el tenor más interesante del presente, quizá el único al que atrae seguir en cada nuevo debut. Su voz se reconoce al instante, algo imprescindible para estar en el olimpo canoro. Después de tres minutos de ovaciones y porque no podía ser de otra forma tras el bis de Radvanovsky en «Vissi d’arte», repitió su segunda aria de forma lentísima, cuidadísima, poética, de museo en «O languide carezze» y el ligadísimo de amplio fiato «Disciogliea dai veli». Un gran triunfo.
Netrebko tenía la difícil papeleta de la comparación con Radvanovsky. Ambas son las mejores Toscas del presente. Más hermosa y homogénea la voz de la primera, con más caudal y extensión la de la segunda. También con más personalidad ésta, que hace algo característico e inconfundible de la problemática falta de control en los fortes y la increíble facilidad para filar y apianar con un instrumento tan poderoso. Más dramática y lograda la americana en el final del dúo con Scarpia del primer acto «Vedi, io piango» y, en cambio, la rusa en «Or gli perdono!», del segundo. Más en escena la rusa, en gran parte por haber gozado de la compañía compenetrada de su marido –en creciente mejora y con un interesante «E lucevan le stelle»– y, sobre todo, de Luca Salsi, quien tiene aprendidísimo y matizado el personaje de Scarpia.
Basta escuchar la frase «Quest’ora io l’attendeva!», muy a lo Tito Gobbi, para comprender cómo lo ha estudiado. Hay intención y matiz, con buen manejo de las dinámicas. Ambos lograron un inolvidable segundo acto, entre otras cosas, porque prescindieron del corsé escénico de Azorín, en una regia frecuentemente en discordancia con el texto y múltiples detalles absurdos como la aparición del sacristán, las idas y venidas del carcelero, la aparición fantasmal de la mujer desnuda para entregar la llave de la capilla o el cuchillo para matar a Scarpia, la forma de explicar Tosca a Mario el asesinato o los disparatados movimientos finales en desacuerdo con el libreto y en un mecano que más que un castillo parecía la cubierta de una estación de tren.
Eso sí, impresionante el cambio de escena a la vista durante el tercer acto, exhibiendo las posibilidades del teatro y recordando aquella «Boheme» de Giancarlo del Monaco que lamentablemente parece que ya no figura en los fondos del Real. Soberbia la orquesta al mando de Luisotti. Un apunte último: el día 24, la entrada más cara ascendía a 428 euros. En la inauguración del Festival de Múnich con la nueva producción de «Tristan e Isolda» –Petrenko, Kaufmann, Warlikowski, etc.– la más cara era a 293. Alemania y España no tienen el mismo nivel de vida. Se habla de un plan estratégico de recuperación del teatro para cinco años, mucho hay que analizar.