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“Tres veranos”: la decadencia corrupta del Brasil de Bolsonaro

Para intentar comprender la realidad social de su país, la directora Sandra Kugot se mete en la trastienda de una familia de millonarios a través de los ojos de una expansiva y frenética empleada de hogar
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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La movilidad de clase en un país como Brasil no solo es una entelequia para el ciudadano medio, también uno de los discursos predilectos que los estamentos neoliberales utilizan para trasladar el mensaje tergiversado de que si quieres puedes, aunque no puedas por mucho que quieras. Sandra Kugot, directora brasileña y autora de “Tres veranos”, una radiografía de las fallas actuales que presenta el territorio carioca y que llega hoy a las salas, lo analiza de la siguiente manera: “Desde que la extrema derecha está en el poder tenemos esa idea de la sociedad neoliberal que ellos han conseguido vender dentro del mito de la supuesta meritocracia: que si trabajas bien, que si realmente quieres algo y te empeñas lo vas a poder lograr. Pero la verdadera manera de luchar contra esas desigualdades es a través de un Estado que promueva la redistribución de la riqueza a través de un mejor y mayor acceso a la educación. Lo que vemos en la película y lo que pretendía reflejar es el retrato de una sociedad en la que cada cual va a lo suyo y cada quien lucha para sí mismo. No hay escuelas ni hospitales que funcionen como deberían. Y eso es lo que vemos en la película, el retrato del Brasil actual”, cuenta Kugot al otro lado de la pantalla.
Después de cosechar una extensa y meritoria trayectoria en el campo audiovisual con trabajos como la elogiada “Mutum” o “Campo grande”, la realizadora vuelve a regar su última cinta con esa mirada documentalista que la caracteriza y configura con mimo las aristas de Madá –a quien da vida Regina Casé–, una mujer expansiva, emprendedora y luchadora, que arrastra un trágico pasado familiar, ansía montar un quiosco de alimentación y trabaja como limpiadora doméstica para un matrimonio de millonarios cuya catadura moral queda en entredicho en el momento en el que se produce la inminente detención del jefe por su implicación en unos supuestos casos de corrupción.
Lejos del maniqueísmo
La estrecha relación personal con Regina, tal y como explica la propia directora, propició la creación de un personaje confeccionado ad hoc. “Regina es una actriz extraordinaria con un talento enorme. Pero además es una verdadera amiga. Hice con ella un cortometraje en el año 1995 y desde entonces siempre nos habíamos dicho que algún día haríamos un largo juntas. Ninguno de mis anteriores personajes me parecía adecuado para ella hasta que pensé esta película. Enseguida vi que era la persona idónea porque es un perfil hecho a su medida. Regina se fía de mí y eso es un estado muy difícil de conseguir entre actores y directores”, asegura.
Aquí las pantallas y el uso que de ellas se hacen actúa como conductor argumental del desequilibrio jerárquico de los protagonistas, hasta el punto de que “el uso de la tecnología ya dice algo de las relaciones de poder en la cinta. Las clase más humildes, más bajas las utilizan para hacer pequeños negocios o para intentar en definitiva sobrevivir. En cambio los jefes, los que están arriba, lo usan como elemento de ostentación. Quería mostrar cómo esas relaciones de poder estar contenidas en el uso de las pantallas. ¿Quién está mirando a quién? ¿Quién vigila en realidad y quien es el vigilado?”, plantea la brasileña.
Pese a que la situación mostrada en “Tres veranos” (metáfora sobre tiempo en el que dilatadamente se asiste a la felicidad y posterior demolición de los privilegios de las clases altas) narra una realidad social reciente, Kugot no juzga ni señala las pretensiones de sus personajes, ya que “simplemente quería mostrar la complejidad de todo ese tipo de entramados. No quería convertir esto en un simple juego de buenos y malos, en un mero ejercicio de maniqueísmo fácil”. Sin posibilidad alguna de mostrarse impermeable a la actualidad de su país, la cineasta confiesa que estaba trabajando en otro proyecto cuando en Brasil empezaron a aflorar los casos de corrupción tras la llegada de Bolsonaro.
“Ocurre una cosa importante y es que una película realmente ocupa y llena una parte de la vida de quien la hace. Para decidir que algo te va a llevar tanto tiempo realmente tienes que tener un enorme deseo de hablar sobre ese tema en el que has decidido enfocarla. De hecho, yo estaba trabajando en otro proyecto cuando empezó a verse en la tele una enorme pasarela de corruptos. El país entero lo estaba siguiendo con enorme interés como si fuese una telenovela. Fue un momento de grandes acontecimientos y de bastante locura colectiva”, señala antes de continuar: “Sentí la necesidad de hablar de eso y de centrarme especialmente en las personas que estaban detrás de esas caras conocidas y de esos nombres famosos que estábamos viendo desfilar. ¿Qué pasa con ellas? Por eso decidí estructurarlo en tres momentos episódicos, en tres veranos brasileños. Eso reflejaba los ciclos, lo que cambia y lo que no, lo que permanece. Quería conocer y profundizar en las condiciones sociales que han propiciado el auge de la extrema derecha en Brasil. Nadar en las condiciones que han abonado ese terreno para que esto pasara”. La informalidad alrededor de ese entorno de delito en el que se mueven los personajes genera una red que permite que todo y todos sigan existiendo. Que la rueda del clientelismo y la corruptela, siga en definitiva, girando.