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Estreno

Crítica de “Cuestión de sangre”: redención al detalle ★★☆☆☆

Matt Damon en "Cuestión de sangre" (Jessica Forde/Focus Features via AP)
Matt Damon en "Cuestión de sangre" (Jessica Forde/Focus Features via AP)Jessica FordeAP

Título: Cuestión de sangre (Stillwater). Dirección: Tom McCarthy. Guion: Tom McCarthy, Marcus Hinchey y Thomas Bidegain. Intérpretes: Matt Damon, Abigail Breslin, Camille Cottin, Lilou Siauvaud. USA, 2021, 140 min. Género: Drama.

La redención es uno de los pilares del imaginario narrativo norteamericano. En manos, por ejemplo, de un Paul Schrader, esa redención tiene un carácter autodestructivo, incluso cuando se pone como objetivo la salvación del otro. Pensamos, sin ir más lejos, en “Hardcore”, que vendría a ser el reverso negativo de esta “Cuestión de sangre” en la que Tom McCarthy, al hilo del famoso caso de Amanda Knox, escoge a Bill (Matt Damon), que fue mal padre, mal marido, alcohólico y, especulamos, republicano, como epítome del ‘blue collar’ con permiso de armas y camisa de franela a cuadros que pretende restablecer su maltrecha relación con su hija, encerrada en una cárcel de Marsella por asesinato, demostrando su inocencia. En la película de Schrader, George C. Scott, calvinista impenetrable, es incapaz de sacar a su primogénita del mundo del porno a la vez que se deja impregnar por un universo que le parece la viva encarnación del infierno. En la de McCarthy, Damon también viaja a su lado oscuro, pero es demasiado tarde para que la película recupere el tono de clásico thriller procedimental que anuncia en su arranque. Cuando “Cuestión de sangre” se pone más interesante es cuando asume su carácter de estudio de personaje, a pesar de incurrir en alguna licencia poética -la improbable relación amorosa entre Damon y una actriz francesa ‘hipster’-, y lo observa en la calma chicha de lo cotidiano, respetando un ‘tempo’ poco habitual para una película de estas características. No sabemos si esa atención al detalle se debe al espíritu realista del director de “Spotlight” o a la intervención en el guion de Thomas Bidegain, colaborador habitual de Jacques Audiard, pero, para el que esto firma, el filme alza el vuelo en sus tiempos muertos.

Lo mejor: Los momentos en que la película deja respirar al personaje, lejos de la redención paternofilial.

Lo peor: El último tercio del (larguísimo) metraje es forzadísimo.